Dolia
Estévez.
México se fue de bruces lanzando las campanas
al vuelo para celebrar la última victoria virtual del maestro de la
manipulación. Me refiero al tentativo
entendimiento comercial bilateral preliminar, valga la redundancia, que Donald
Trump y Enrique Peña Nieto anunciaron jubilosos en la Oficina Oval. En el
reality show del lunes, en el que el actor central fue Trump, y Luis Videgaray,
Ildefonso Guajardo y Jesús Seade (negociador de Andrés Manuel López Obrador),
actores de reparto, el mandatario estadounidense declaró muerto el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Tal como lee. Mató al TLCAN porque
se le dio la gana.
Sentados en primera fila en la corte
imperial, los negociadores mexicanos atestiguaron el espectáculo en el que
participó Peña a través de un deficiente enlace telefónico que provocó la
irritación del emperador y la sátira de los comediantes de media noche.
Videgaray, Guajardo y Seade escucharon embobados a Trump proclamar que el nuevo “Acuerdo
Comercial Estados Unidos-México” que, según él, substituirá al TLCAN, es un
“acuerdo abarcante” que incluye temas ajenos a lo comercial. Según la versión
de Trump, México “prometió” ayudar a Estados Unidos controlar la frontera, se
comprometió a “empezar a comprar de inmediato” productos agrícolas
estadounidenses (en contradicción con la política de autosuficiencia
alimentaria de AMLO) y a trabajar conjuntamente en “muchas cosas más” y de
“muchas formas”. “Estoy muy entusiasmado. es un acuerdo amplio”. (Transcripción
de la Casa Blanca, 27/08/2018).
Imposible saber si Trump dijo la
verdad. Desconocemos cuantas y cuales concesiones hicieron los negociadores de
Peña y de AMLO.
El no acceso a la letra de lo negociado impide
hacer una evaluación. Hay poca transparencia. Hasta ahora, sólo han soltado un
anticipo. La película completa presuntamente se estrenará a fines de
septiembre. Dicen que en la mesa de negociaciones México no ocultó su
desesperación. Que para la élite político-empresarial del país, un mal acuerdo
era preferible a un no acuerdo. “Se hizo lo que se pudo”, dijeron resignados
los técnicos. Las amenazas de Trump de retirarse unilateralmente del TLCAN
surtieron efecto. Peña y AMLO ahora están en la corta lista de líderes a los
que Trump trata bien… sí, junto a Putin y Kim Jong-un. Nos llevaron al baile y
festejamos. Preocupante.
Por motivos que no se han explicado
convincentemente, México y Estados Unidos excluyeron de la negociación a
Canadá, el tercer socio del TLCAN. México se prestó a ser la herramienta para
presionarlo. Peña cubrió las apariencias insistiendo en la inclusión de Canadá.
Pero Videgaray dijo que, con o sin Canadá, el acuerdo con Estados Unidos va.
Trump dio a Canadá cuatro días para decidir sumarse al acuerdo bilateral.
“Tómalo o déjalo”, fue el temerario mensaje que envió a Ottawa. El ultimátum
funcionó. Justin Trudeau despachó de inmediato a un equipo negociador a
Washington, pero reiteró que es mejor no tener pacto a tener un pacto malo
(Reuters 29/08/2018). El plazo se cumple hoy viernes.
Es probable que Trudeau termine
accediendo a las presiones estadounidenses pues difícilmente puede prescindir
de Estados Unidos, su principal mercado. No la tiene fácil. Someterse a los
designios de Trump después de haberlo tachado de “muy deshonesto y débil” puede
impactar negativamente sus aspiraciones de reelección el año entrante. Una cosa
es el lame duck de Peña y otra Trudeau, el líder de una nación liberal en la
que 90 por ciento de la población rechaza a Trump. Trudeau sabe que los
canadienses están cansados de los insultos de Trump y de la imposición de
aranceles ilegítimos a sus exportaciones.
En el sub-mundo de las “verdades que
no son verdades” y los “hechos alternativos” en el que vive, Trump no sabe, ni
quiere saber, que carece del poder absoluto para terminar acuerdos comerciales.
El TLCAN es una ley aprobada en 1993 que no puede alterar sin la anuencia del
Congreso. Las facultades de la rama ejecutiva son negociar tratados; las del
Congreso aprobarlos o rechazarlos. Trump propone, pero el Congreso dispone.
No sólo eso. La autorización fast
track que el Congreso extendió a Trump fue para modernizar el TLCAN, no para
negociar un entendimiento bilateral con México. De ahí que las primeras
reacciones de los legisladores–tanto republicanos como demócratas—pusieron en
entredicho la ratificación de cualquier acuerdo no incluya a Canadá. Sea como
fuere, el Congreso de Estados Unidos no hará nada hasta 2019. Y en vista de que
toma 10 años para preparar hasta un café instantáneo, la agenda comercial
regional podría permanecer en el limbo por largo rato.
Los asegunes hacen imposible predecir
el cierre del drama comercial.
Es factible que eventualmente se
alcance un TLCAN 2 con beneficios dispares para los tres países. Pero también
es posible que el festín del lunes, al que obsequiosamente se prestaron los
gobiernos de Peña y AMLO, imite el anuncio sobre el presunto acuerdo nuclear
“histórico” con Norcorea. El modus operandi de Trump es: provocar una crisis,
convocar a una reunión mediática y, con las cámaras transmitiendo en vivo,
declarar victoria. Al final no pasa nada. La expectación se desinfla. Con tanta
mala noticia en el frente legal, Trump está sediento de victorias. Que importa
que sean prematuras, a medias o virtuales.
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