Javier Risco.
“Es la
voluntad ciudadana, que no la complicidad con el poder, la que nos ha traído a
este recinto. Por determinación de los electores, todos los diputados y los
senadores, sin importar orígenes o partidos, representamos a la nación. Asumimos
por ende el compromiso de honrar nuestro encargo actuando en todo momento con
probidad y apego a nuestro mandato y en la perspectiva de los grandes intereses
del país.
“La relación
entre las cámaras del Congreso habrá de caracterizarse por una genuina y eficaz
cooperación a fin de cumplir responsablemente la función legislativa. Las
relaciones del Congreso con el Poder Ejecutivo y con el Poder Judicial de la
Federación habrán de regirse por el más estricto respeto a la esfera de
competencias que a cada uno corresponde de acuerdo a la Constitución. A partir
de hoy, y esperamos que para siempre, en México ningún poder quedará
subordinado a otro y todos serán garantes de los derechos ciudadanos, de la
fortaleza de las instituciones y de la integridad y soberanía del país”.
Lo anterior
es parte del discurso que dio ante el Congreso Porfirio Muñoz Ledo. Pero no, no
se trata del que dio ayer cuando rindió protesta como diputado federal y
presidente de la Mesa Directiva, sino el que dio en aquel septiembre de 1997
cuando respondió el Tercer Informe de Ernesto Zedillo. ¿Por qué importa esa
memoria 21 años después?
Porque al menos hasta la Legislatura
que concluyó, ni trabajar para el ciudadano ni la separación de poderes ha
funcionado de facto y la herencia que reciben los legisladores entrantes es,
realmente, cumplir aquello para lo que todos estiraron la mano a sabiendas de
que no cumplir sí implica que el pueblo te lo cobra.
En ese momento Muñoz Ledo era
oposición, hoy él y la bancada que representa son gobierno y es la oportunidad
de cumplir aquello que con el amparo de ser minoría nunca consiguieron. Desde
ayer la oposición dejó de serlo y le toca cumplir.
Los Congresos que se van dejan vicios
que parecen eternos en nuestro sistema. Según el reporte legislativo publicado por la consultoría
Integralia, en los últimos años ha
crecido el activismo legislativo –la presentación de muchas iniciativas de ley
que quedan como pendientes y que en la cabeza de los legisladores significa una
“alta productividad” aunque esto sea falso. Tenemos un exceso de comisiones que
cuestan caras y que la mayoría de las veces se duplican y no llegan a ninguna
parte –hay 187 comisiones entre ordinarias, especiales y bicamerales.
Y aunque
existe un avance en el tema de la transparencia, persiste la opacidad en el manejo de recursos.
Por décadas los órganos legislativos
locales y federales han servido como una costosa simulación de un contrapeso de
poder, en la que los ciudadanos cada año ven derrocharse millones de pesos y
que han atorado temas fundamentales para el desarrollo de un México democrático
e incluyente.
Hay un
hallazgo del estudio de Integralia en el que quisiera detenerme: la consultoría detectó problemas de
clientelismo en la negociación y aprobación del presupuesto y un seguimiento
ineficiente del gasto público. He ahí los vicios costosos de dos cámaras cuyo
prestigio está por los suelos y cuyos excesos, lejos de sorprendernos, nos
ofenden por el nivel de cinismo.
A partir de ayer las cámaras tienen
una nueva cara, Morena representa mayoría y a la vez podría convertirse en una
aplanadora que ha marcado territorio y ha puesto su primera carta sobre la mesa
al gritar el día ayer al unísono: “Es un honor estar con Obrador”. No hubo
chiflidos, no hubo gritos, no hubo oposición, en la Cámara de Diputados se
impuso una voz, un adelanto de los tiempos que vienen.
Sólo que ahora aquellas voces que
antes se unían para pedir respeto al disenso tendrán el peso histórico y el
reto de mostrar si eran una opción de cambio real o mantendrán un statu quo que
en 21 años nos haga recordar discursos de promesa de una transformación que a
los ciudadanos no termina de llegar.
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