Diego
Petersen Farah.
Nadie es tan feo como en su
credencial de elector ni tan guapo como en su Facebook, reza un adagio
posmoderno que yo escuché por primera vez de María Marván. Lo mismo podemos decir de los
presidentes: ninguno es tan inteligente
como el día de su toma de procesión ni tan idiota como el día de su sexto
informe. Como en la entrada de los panteones, en la banda presidencial debería
estar escrito en letras de oro “como te ves, me vi; como me ves, te verás”
como una advertencia al Presidente entrante de que el camino hacia la ignominia
no tiene regreso, el que entra
Presidente sale tarugo.
El sexto informe se ha convertido en
el suplicio de los presidentes; viven los momentos más difíciles del ejercicio
del poder justo cuando el poder los ha ya abandonado.
Díaz Ordaz
dio ahí su explicación a la represión del movimiento del 68 y asumir su
responsabilidad histórica; Luis Echeverría tuvo que explicar una devaluación,
la primera en más de 20 años que llevó el dólar de 12.50 a 20.50 dos golpes
letales. López Portillo hasta lloró, claro después de haber nacionalizado la
banca y establecido un control de cambios para fijar el dólar en 70 pesos,
cuando en el mercado libre estaba arriba de cien; De la Madrid se enfrentó en
el sexto informe al fantasma del fraude: Porfirio Muñoz Ledo, quien ahora
entregará la banda presidencial, inauguró aquel día la moda de las
interpelaciones que a la postre terminaría con los informes pomposos y “el día
del Presidente”. Salinas se presentó al informe a con tres asesinatos a cuestas
y el país en vilo. Zedillo es quizá el único que entregó un país mejor del que
recibió, porque lo recibió hecho un desastre. En el último informe de Fox el
fantasma del fraude volvió rondar y López Obrador tenía paralizada a la ciudad
de México. Finamente Calderón llegó al sexto informe vituperado por su política
de seguridad y después perder la elección frente al PRI. A Peña le toca mañana.
¿Hay algo que no sea fracaso en el
gobierno de Peña Nieto? Podemos decir que Peña hubiese sido un gran Presidente
en el Maximato, es decir, si solo hubiera durado dos años. Los primeros 22 meses fueron de una
eficiencia política digna de admiración y que lució doblemente tras doce años
de ineficiencia política de los gobiernos del PAN. Después, lo mató la frivolidad. El gobierno fue incapaz de leer la
indignación social y las respuestas del Presidente lejos de reducirla solo
ayudaron a incrementarla. Los hombres de la eficiencia política del siglo XX no
estaban preparados para andar en los suelos gelatinosos de la posmodernidad y
las redes sociales. Peña nunca entendió que México había dejado de ser
corporativo.
Mañana,
durante la grabación del mensaje a la nación, seguramente Peña se acordará cómo
veía a Calderón, pero, sobre todo, lo seguro que se sentía de si hace seis años. Se acordará que, él también, confundió el
poder con la inteligencia, y la estupidez con la ausencia de poder.
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