Arnoldo
Cuellar.
Desde la más
alta investidura pública del estado, a la que solo se puede llegar con el
respaldo inobjetable de una mayoría ciudadana, el panista Miguel Márquez Márquez parece haberse dedicado de forma
sistemática y sistémica a saquear al pueblo que lo eligió.
El reportaje
que Zona Franca publicó esta semana
muestra con claridad como desde la más alta esfera del poder se decidió dar un
regalo de por lo menos 400 millones de pesos a una empresa que no solo carecía
de la más absoluta experiencia en el tema para el que se la requirió, sino que
además ya había recibido otro beneficio mayúsculo: el programa Escudo.
Seguritech
era una empresa todavía mediana cuando llegó a Guanajuato a ofrecer su programa
de cámaras y arcos carreteros, de la mano de Alvar Cabeza de Vaca, entonces
consultor de seguridad privado después de haber sido secretario de seguridad en
León y empleado de Gerardo García Preciado en la empresa Portoss.
Ariel
Picker, el propietario de la empresa
tecnológica superó con creces sus expectativas en el mes de diciembre de 2012,
cuando el nuevo gobernador de Guanajuato no solo le compró un completo programa
de seguridad que le significaría ingresos por más de 3 mil millones de pesos en
los siguientes seis años, sino que además convirtió al gobierno de Guanajuato
en aliado y en su principal propagandista.
Lo que no se sabía entonces es que
algunos meses después, también se volverían socios.
En la
euforia de la venta por Seguritech y con acceso a los más altos niveles del
gobierno, además de tener una relación
privilegiada con el todopoderoso cabildero Rafael Barba Vargas, financiero de
la campaña de Márquez y compadre del gobernador, Picker dio el siguiente paso
al obtener el compromiso de Guanajuato Puerto Interior, una entidad que no se
mueve sin la autorización del propio gobernador, para hacerse de ochenta
hectáreas a un precio de ganga.
El predio en
cuestión había sido rechazado por el Grupo Aeroportuario del Pacífico para
instalar terminales de carga y estaba convertido en un baldío cercado por las
vías del tren. Sin embargo, la situación
no era tan desesperada como para rematarlo al precio en que se hizo y sin
ningún procedimiento público, por dedazo, de cuates.
Ciento cincuenta y seis pesos por
metro cuadrado en una zona que ya tenía el despegue de GPI y toda la
infraestructura a la puerta, no es una ganga, es un regalo. Máxime si además accedes a construirle un paso a desnivel que le dé pleno
acceso y lo integre totalmente al puerto.
Estaban tan confiados en sus arreglos
que primero acordaron la venta y después se constituyó la empresa, en una típica transacción de compadres realizada con bienes públicos.
Es decir, cuando el consejo directivo de
Puerto interior presidido por el puntilloso secretario de Desarrollo Económico
Héctor López Santillana resolvió vender a Sky Plus el terreno definiendo el
precio, esta empresa no tenía un acta constitutiva ni un registro hacendario.
Pero además,
se aceptó que la empresa estuviese
constituida por dos prestanombres para ocultar al verdadero propietario, Ariel
Picker Schatz, en una operación que exuda mala fe: se hizo para no poner en
evidencia los nexos que ya se habían cuestionado en el caso de Escudo y que
habían generado un escándalo mayúsculo cuando se concretó la adquisición de ese
programa mediante un arrendamiento en un contrato firmado el día de los
inocentes del 2012 y cuyo contenido se desconoce hasta la fecha.
Las explicaciones que hoy da el
director de Puerto Interior, Luis Quiroz, resultan ridículas. Habría que
preguntar si él como empresario las hubiera aceptado de parte de uno de sus
gerentes.
– Que el
predio se malbarató “porque nadie lo quería”. Sería bueno saber cuántos intentos previos hicieron para colocarlo y
porque no recurrieron a un procedimiento público.
– Que el
valor se realizó mediante una “justipreciación”. ¿Hay avalúos? ¿Se pueden dar a conocer?
– Que la
empresa goza de una gran experiencia, porque ya “hace helicópteros y drones” y
además “la recibieron en Estados Unidos”. Habría
que recordar que Sky Plus se presenta como un desarrollador de parques
industriales especializados en el tema aeronáutico, pero que antes de la compra
del terreno en GPI no había desarrollado ninguno (¿cómo? Si no existía). Nada
tienen que ver los helicópteros y los drones porque la experiencia que se le
requiere es la de desarrollar infraestructura para industrias. Finalmente, el
desarrollo de Skybridge en Arizona, que es de logística para carga, fue tres
años posterior a la venta del terreno, por lo que no puede alegarse lo ocurrido
en 2017 como antecedente para lo decidido en 2013.
En realidad,
estamos frente al más absoluto uso
patrimonialista de los recursos públicos:
Mediante la intervención directa de
Miguel Márquez se liberó la autorización para que la familia Valdovinos de
Silao pudiese unir su establo a Puerto interior y luego hacer el negocio de la
vida colocando el metro cuadrado a 44 dólares en 2014.
El mismo año
el Puerto Interior con pleno
conocimiento del mismo Márquez, GPI “remata” 80 hectáreas ubicadas dentro del
parque y con las mismas posibilidades de conexión que el establo de los
Valdovinos, a menos de 10 dólares por metro cuadrado, al tipo de cotización de
ese momento.
¿Cuál es la
lógica de esos movimientos? Por un lado,
el Puerto agrava sus cargas y compromete su infraestructura sin obtener
beneficios; por la otra deja el desarrollo del negocio a un tercero que lo
puede realizar en condiciones privilegiadas. En ambos casos, la entidad pública
sufre perjuicios y ganan los particulares.
Lo único que
puedo vislumbrar es que Guanajuato Puerto Interior, ese gran desarrollo al que
contribuyeron varios gobiernos de Guanajuato y el propio gobierno federal en la
era Fox, se convirtió en la caja chica
de Miguel Márquez, curiosamente el único gobernador de Guanajuato que tiene
en su currículo una posición de contralor, pues ocupó la Secretaría de la
Gestión Pública en el gobierno de Juan Manuel Oliva.
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