Salvador
Camarena.
Los últimos
días de noviembre discurren en una realidad esquizoide. Todo es un desastre,
dicen unos. Vamos viento en popa, expresan otros.
Cada bando
tiene números, datos o documentos para desestimar al otro. Nunca fue más
sencillo tener la razón que en esta era de fake news, postverdad y falta de
diálogo.
El dólar al
alza, la Bolsa a la baja y el “nerviosismo” autodiagnosticado de algunos son
–nos dicen– prueba de la inminencia del desastre.
El dominio
total de la agenda mediática, la demostración de fuerza de reunir lo mismo a
miles de elementos de las Fuerzas Armadas que a cientos de miles de ciudadanos
en una nueva “consulta”, así como la imposición de una narrativa de que el cambio
ya viene y es no sólo real sino profundo, es, en contrapartida, la explicación
que todo lo abarca, incluidos por supuesto los deslizamientos en los mercados,
que resisten “el fin de los privilegios”.
La verdad
puede ser que esté en otro lado. Mientras la encontramos, viviremos en el
territorio de la incertidumbre que provoca este choque de versiones mientras un
tercero en discordia, que no ceda a la calentura del enfrentamiento, no se
instale como polo neutro.
Porque hoy
los protagonistas del día a día son, por un lado, los defensores de la
ortodoxia, que aunque de capa caída, poca inventiva y menos proactividad, se
dan el lujo de la demasiada sorna: el “se les dijo” como mantra del mal
perdedor que hace suyo el privilegio de carecer de autocrítica.
Los
impulsores del cambio, por el otro lado, desdeñan todo aquello que no sea su
pensamiento único: el cambio es bueno porque es cambio. Punto. Y porque es
cambio no necesita demostrar nada a priori porque cuando empiece a ocurrir, el
cambio se mostrará virtuoso y entonces acallará todas las dudas. No coman
prisas, concedan sin cuestionar, nos piden.
¿Cuánto más
puede durar una situación así? O dicho de otra forma, los autocomplacientes de
ambos lados qué tanto pueden estirar la liga antes de que cause estragos.
Alberto
Escorcia (@AlbertoEscorcia) tuiteaba el 17 de noviembre: “La batalla entre
apoyo incondicional por un lado; y el sabotaje por el otro, sólo conduce a la
inestabilidad del país, no de un gobierno. En el escenario internacional ante
una inminente crisis. Y occidente y oriente peleando por la hegemonía, debemos
pensar en el bien común”.
No sé si a
Alberto le hizo falta encontrar un mejor término para “apoyo incondicional”.
Encuentro casi exacto, me temo, el que utilizó para un bando: sabotaje. Si de
un lado vemos eso, y es pregunta, del otro más que “apoyo incondicional” no
sería mejor definir a lo que llegamos a apreciar en voces otrora críticas como
“sometimiento”.
Si unos
sabotean y otros al someterse intentan someter, la batalla será de necios, de
enojados, de ánimos encendidos por resentimientos que no tienen que ver con el
proyecto del próximo presidente, sino con algo más profundo (y que sí ha
atizado el próximo mandatario): la histórica división entre mexicanos, las
diferencias que nunca han podido superarse.
Es peligroso
sabotear. Es irresponsable también. Como tampoco es presumible ni cívico
renunciar a la crítica y demandar que otros lo hagan.
Cuando queda
menos de una semana para el cambio formal y legal de gobierno, en México no se
discute, menos se debate. Cuando mucho se arenga desde la polarización, lo que
se ve son emberrinchados desplantes de unos y otros por el resultado del 1 de
julio y sus consecuencias prácticas (la renuncia anticipada de un presidente a
gobernar, la prisa del otro por ocupar todo espacio).
¿Qué
actores, desde qué espacios, ayudarán a los mexicanos a huir de esta
bipolaridad que sólo alimenta el encono? Es pregunta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.