Georgina
Morett.
Un inicio y
un final pactado, en los que el propio presidente de la República, Enrique Peña
Nieto, pidió a sus colaboradores, en el inicio, no criticar la administración
de Felipe Calderón, y en el final, a la de Andrés Manuel López Obrador.
En 2013, el
primer mandatario pidió a los integrantes del gabinete que no hicieran
declaraciones a la prensa, del estado en que habían encontrado a las distintas
dependencias, la razón: que se estaba negociando el Pacto por México con
panistas y perredistas.
Enrique Peña
Nieto buscaba pasar a la historia como el presidente que logró que se aprobarán
las tan ansiadas reformas estructurales y una vez más los priistas demostraron
su disciplina y guardaron silencio ante los problemas que enfrentaron.
Si algún
integrante del gabinete dio alguna entrevista para referirse a los problemas
que dejó la administración anterior, de inmediato recibió la llamada de Los
Pinos para pedirle que no entorpeciera las negociaciones.
Ahora, al
final del sexenio, ya sin ninguna negociación, la petición que hizo el
presidente Peña Nieto a quienes fueron sus funcionarios sólo puede explicarse
con el pacto de no agresión que logró desde la campaña electoral.
Pero, finalmente, es lógico que ese
pacto puede romperse en cualquier momento, sobre todo, después de que el
Presidente electo anunció que someterá a consulta si debe investigarse a los
expresidentes.
No obstante,
Peña Nieto mantiene su palabra y guarda absoluto silencio, al igual que los
integrantes de su equipo. Las voces de su partido como oposición son casi
inaudibles, pero todo esto tiene una fecha de caducidad y es el uno de
diciembre.
Porque ya
sin el poder presidencial, los priistas no tendrán a quién obedecer y vendrá su
propia lucha por quedarse con los restos del partido.
Algunos
optarán por enfrentarse al nuevo gobierno e intentarán convertirse en una
oposición real; otros, que seguro serán la mayoría –como lo marca su ADN–
optarán por la negociación con el poder, pero lo que sí es seguro es que
tratarán de olvidar la historia de la hegemonía del Estado de México en su
partido y en el país.
El
descoordinado Zepeda.
Damián Zepeda se puso a sí mismo en
la lista de senadores pluris, desplazando a Marko Cortés, quien no llegó al
Senado, y después se autoimpuso como coordinador del grupo, a pesar de que
Ricardo Anaya le pidió que no lo hiciera. Por eso resulta cómico que ahora se
queje de la imposición de Rafael Moreno Valle, como producto de un acuerdo de
los gobernadores con Cortés, nuevo presidente panista.
Instalado en el berrinche, declara
que no reconoce a su coordinador porque representa todo aquello contra lo que ha
luchado en la vida.
Es decir, se declara descoordinado.
¿Y qué es eso contra lo que ha
luchado toda su vida? Ayer lo explicó en una entrevista en MVS: “Hay varias
muestras de que Moreno Valle no representa los principios del partido, todos
sabemos la manera de operar hacia afuera y hacia adentro, los estados donde ha
tenido influencias son gobiernos echados en los brazos del PRI, en la pasada
bancada operó en contra del PAN y a favor del gobierno”.
O Zepeda quiere vernos la cara de
estúpidos a quienes lo escuchamos, escudándose en el “todos sabemos la manera
de operar” o carece de valor para decirnos exactamente cuáles son esas formas
y, de paso, explicarnos por qué las toleró cuando fue secretario general y
presidente del PAN. Si Moreno Valle resulta un impresentable, Damián Zepeda
tampoco se queda atrás.
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