Javier Risco.
El viernes
pasado en el programa de Televisión “La Nota Dura”, de El Financiero Bloomberg,
invité al filósofo Víctor Isolino Doval a hablar de su tesis de maestría
titulada “Ciudad y Belleza”. En ella expone la importancia de la belleza en el
espacio común –él prefiere llamarlo así antes que “espacio público”–, explora
cómo lo bello cambia comportamientos, transforma conductas, y cómo de manera
preocupante los gobiernos han priorizado el cemento, los puentes y las grandes avenidas
sin detenerse un segundo a pensar si lo que están construyendo responde a una
estética admirable. Esta discusión podría ser abstracta pero necesaria, ¿es la
falta de belleza la causante de una ciudad colapsada?
En la Cumbre
de Río+20, en 2012, el expresidente uruguayo José Mujica sacudió la mente de
decenas de oyentes cuando en su intervención les dio la espalda a los discursos
acartonados sobre política exterior y objetivos ambientales impresos en papel
bond y decidió hablar de la felicidad: “El hombre no gobierna hoy las fuerzas
que ha desatado, sino que las fuerzas que ha desatado gobiernan al hombre. Y la
vida. Porque no venimos al planeta para desarrollarnos en términos generales.
Venimos a la vida intentando ser felices. Porque la vida es corta y se nos va.
Y ningún bien vale como la vida (…). Y uno se hace esta pregunta: ¿ese es el
destino de la vida humana? El desarrollo no puede ser en contra de la
felicidad. ¡Tiene que ser a favor de la felicidad humana, del amor, arriba de
la tierra, de las relaciones humanas, de cuidar a los hijos, de tener amigos,
de detener lo elemental! Precisamente, porque eso es el tesoro más importante
que tiene. Cuando luchamos por el medio ambiente, el primer elemento del medio
ambiente se llama la felicidad humana”. Nadie lo entendió, le aplaudieron, pero
no le entendieron, la política no cambió, los países tampoco, el progreso
material por encima de una sonrisa matutina.
He ahí dos
ejemplos para detenernos, ¿cuánto nos importa la belleza y la felicidad?
Discusiones que caben en la maestría de un filósofo y el discurso de un ser
Humano (así con mayúsculas) que gobernó Uruguay, los traigo a este espacio
porque me hicieron reflexionar sobre la convocatoria del equipo de transición
sobre la creación de una constitución moral. Dice López Obrador: “Debemos
demostrar que somos distintos a esos ambiciosos vulgares. Es un privilegio
demostrar que hay una nueva forma de gobernar en el país, con honestidad y con
amor al prójimo”. Por otra parte, Verónica Velasco Aranda, integrante de la
comisión para la redacción de la constitución moral, aclaró que no se trata de
una herramienta de carácter jurídico, señaló que no se instaurará un modelo
autoritario, no será obligatoria ni se incidirá en la vida privada de la gente
ni siquiera serán mandamientos. No se equivoca López Obrador al decir que les
toca demostrar que son distintos, pero eso no lo hace un documento, lo hacen
acciones de gobiernos encaminadas a evitar la impunidad y combatir la
corrupción. La reflexión sobre un gobierno que sienta sus bases en “no decir
mentiras” y “en crear una guía de valores”, cabe de forma tangencial pero no
como política de Estado.
El
periodista que tiene la memoria mejor aceitada en este país se llama Luis
Hernández Navarro. El 28 de agosto escribió en La Jornada una columna impecable
dedicada a esta constitución moral. La calificó de absurda, ¿por qué? “Llamar
constitución a lo que no es una constitución es un absurdo. Es como llamarle
perro a un gato. La Constitución –afirma Alfonso Reyes en la Cartilla moral– es
la ley de todas las demás leyes. Y las leyes están para cumplirse. Son de
observancia obligatoria. No existe una legislación que no sea coercitiva. La
moral y las leyes son cosas distintas. Como señala Luis Gómez Romero, estamos
obligados a acatar el derecho, pero no a ser buenos. En nuestro corazón sólo
manda la conciencia”.
Es cierto,
el Estado no puede elaborar un tratado de ética o trazar lineamientos morales,
estamos hablando de una ocurrencia absurda dada su proporción, la formación de
una “constitución” es exagerada; sin embargo, poner en la agenda temas como la
belleza, la felicidad o lo moral no me parece que deba escapar del debate; con
demostraciones claras y poniendo en el diálogo público estas preguntas que
podrían parecer abstractas, se puede caminar a una ruta inexplorada. Discutamos
sobre esto, guardemos dimensiones y esperemos resultados distintos.
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