Martín
Moreno.
López
Obrador tiene a un priista agazapado en su corazón.
Moldeado al
fuego del priismo de los setentas – de hecho, ha adoptado políticas
echeverristas- lopezportillistas dentro de la mal llamada Cuarta
Transformación, empezando por pretender que México viva exclusivamente del
petróleo-, AMLO no puede ni quiere ejercer una democracia plena, sencillamente,
porque no está ni en su formación política ni en su ADN de político. Lo ha
demostrado sinfín de ocasiones: él ordena, él bloquea, él invade, él despide,
él nombra, él grita, él ofende, él censura, él suprime, y cuando hay respuesta,
descalifica e insulta. Ejemplos sobran.
Y ese
autoritarismo insuflado a AMLO por aquel PRI setentero, no hace excepciones. Lo
aplica a rajatabla. Y la prensa, por supuesto, no podría ser la excepción.
Desde el
pasado fin de semana, López Obrador mostró los colmillos. Desquiciado, fuera de
sí, arremetió contra manifestantes en San Luis Potosí, etiquetándolos de
“provocadores”. Vaya paradoja: el mismo AMLO que cerraba caminos, que tomaba
pozos petroleros y que secuestró Paseo de la Reforma en nombre de la
democracia, ahora pierde cordura y compostura cuando otros grupos ejercen
exactamente un derecho similar para protestar. Es fórmula clásica del
autoritarismo: yo tengo derecho a protestar, pero tú no. Valiente democracia.
AMLO se
lanzó furibundo contra los manifestantes que buscaban en él un apoyo o una
respuesta. La suya no fue una respuesta de Presidente, sino de cabecilla de
plazuela.
Ahora,
arremete contra la prensa, trasluciendo un talante más que preocupante no sólo
sobre cómo concibe el papel de los medios de comunicación ante el poder
presidencial, sino su intención de que sean comparsas de su Gobierno y se
alineen a su mandato. Sí, como si fueran sus subalternos o empleados.
Así pensaba
Echeverría. Así pensaba López Portillo. Así pensaba Peña Nieto. Así piensa
López Obrador.
“Proceso no
se portó bien con nosotros…estamos buscando la transformación y todos los
buenos periodistas de la historia siempre han apostado a las transformaciones y
todos han tomado partido…”, dijo AMLO el lunes pasado en su homilía mañanera,
en tono de regaño, al reportero del semanario, Arturo Rodríguez, quien
atinadamente le replicó que el papel de los medios no era portarse bien con
nadie.
“Es muy
cómodo decir: yo soy independiente o decir que el periodismo no debe tomar
partido o apostar a la transformación…”, soltó un AMLO visiblemente irritado.
Aún más:
De manera
irresponsable, difamó a SinEmbargoMX, al acusarlo – sin pruebas ni sustento,
como acostumbra hacerlo- de que “cobraba aquí (en Palacio Nacional). Son de los
que recibían dinero por los servicios que prestaban”, dijo molesto porque este
diario digital publicó el viaje de su hijo menor a un campamento, por el cual
se pagaron entre 40 mil y 64 mil pesos semanales. Alejandro Páez Varela,
director, tuvo que aclarar públicamente que “ni SinEmbargoMX ni sus directivos
ni sus columnistas, recibieron chayote, como dice el Presidente López Obrador.
Sabe que no es cierto”.
Es mentira
tras mentira de AMLO. Y un Presidente mentiroso, en cualquier país, sí que es
un riesgo para su democracia, estabilidad y futuro.
Para López
Obrador, la ecuación es simple: los medios deben estar al servicio del
Presidente y de la mal llamada Cuarta Transformación.
Esta
tentación autoritaria contra la prensa la ha ejercido AMLO desde el inicio de
su Gobierno, al calificar de fifís, conservadores, cómplices y hasta corruptos,
a los periodistas que lo critican.
Para el
tabasqueño, los periodistas honestos son aquellos que lo alaban y le muestran
fanatismo o adoración. De ese nivel es su visión de la democracia mediática.
De hecho, la
semana pasada, el presidente (sic) del Sistema Público de Radiodifusión del
Estado Mexicano (SPR), Jenaro Villamil, exigió, desde su cuenta de TW, que los
comunicadores y medios que, según él, “lincharon” a Claudia Sheinbaum por el
secuestro y muerte de Norberto Ronquillo, rectificaran porque ya se había
detenido a un sospechoso. Vaya visión torcida la de Villamil: ahora, los
periodistas son acosados e intimidados desde el SPR para que presenten
disculpas…¡por ejercer la crítica periodística! Nada menos. Lamentable y de
alto riesgo para la libertad de expresión.
Amenaza
Villamil.
Amenaza
AMLO.
Amenazada,
la libertad de expresión.
Con el
triunfo presidencial de López Obrador, el país se dividió y los periodistas
también: 1) Periodistas dóciles con el PRI y el PAN, y que de pronto se
volvieron críticos del Gobierno morenista. 2) Aquellos críticos del PRI y del
PAN, pero que mutaron a sumisos hacia el Gobierno de AMLO. 3) Los que eran
críticos del PRI y del PAN, y que siguen siéndolo con López Obrador en el
poder.
Luis
Echeverría asestó un golpe de Estado, desde el poder presidencial, al Excélsior
de Julio Scherer. ¿La razón? Criticar al Gobierno echeverrista.
José López
Portillo lanzó aquel perverso “no pago para que me peguen” ante los dueños de
los medios, estableciendo que los dineros, vía publicidad gubernamental,
deberían entenderse como el pago al arrodillamiento de la prensa ante el
Gobierno priista. Muchos lo obedecieron. Pocos, muy pocos, lo criticaron.
Peña Nieto
acuñó su lamentable “ya sé que ustedes no aplauden” dirigido a periodistas
citados para ser testigos – no se les permitió preguntar – del nombramiento del
nuevo secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade. Sí, el mismo que
ocultó los enjuagues sobre la Casa Blanca de la familia presidencial y asumió
la farsa de una “investigación” practicada desde esa secretaría. Una
astracanada memorable que solapó y encubrió la corrupción peñista.
López
Obrador – al igual que sus antecesores priistas-, arremete contra la prensa, le
corta la publicidad, llama a los periodistas a alinearse con su Gobierno, a no
criticar y enfurece cuando lo cuestionan. Exige, desde Palacio Nacional, una
prensa sumisa.
¿Cuál es la
diferencia en esa tentación autoritaria de Echeverría, Jolopo, Peña y AMLO en
contra de la prensa?
Ninguna.
Todos la quieren a su servicio.
La tentación
autoritaria de los gobiernos priistas no se olvida. Sólo hay que recordar la
historia: fraudes electorales, asesinatos políticos, corrupción impune.
Y ahora, con
AMLO, la historia del autoritarismo se repite, con otros estilos y nuevas
modalidades, pero autoritarismo a final de cuentas. Los hechos hablan:
AMLO impone
a incondicionales y funcionarios sin preparación en la Comisión Reguladora de
Energía y hostiga a su presidente a renunciar. AMLO impone a una ministra en la
SCJN, esposa de su contratista favorito. AMLO amenaza con no acatar
resoluciones judiciales. AMLO insulta a quienes le protestan de frente. AMLO
destruye al NAIM Texcoco. AMLO ordena construir proyectos sin sustento ni
viabilidad: el aeropuerto en Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas, el Tren
Maya. AMLO se niega a entregar información pública y rechaza la transparencia.
AMLO pretende ocultar las cifras de la mala economía y de la violencia fuera de
control con mentiras y medias verdades. AMLO deja sin recursos al Coneval, orilla
a su titular a renunciar y lanza así el mensaje de que su gobierno no quiere
ser evaluado en pobreza y programas sociales. Todo ello son reflejos
inequívocos de autoritarismo político.
Ahora, le
toca el turno a la prensa. López Obrador la quiere dócil, sumisa, sin que lo
critique ni que lo cuestione.
Sí, como lo
hicieron Echeverría, Jolopo y Peña Nieto. Y también – hay que decirlo-, como
Chávez y Castro.
Por ahí
andamos.
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