Adela
Navarro Bello.
En cada
oportunidad que tiene, que se fabrica o le crean, el Presidente Andrés Manuel
López Obrador arremete contra la prensa. Ya parece una estrategia de campaña.
Buscar un enemigo, un némesis, para hacer elegir a la audiencia su proyecto y
no el de otro, el de aquel el denostado.
Pero el
Presidente ya no está en campaña, y la prensa no ha sido su contrincante. En
las tres ocasiones que el nombre del hoy mandatario fue inscrito en la boleta
electoral a la Presidencia de la República, los medios de comunicación no
aparecieron en el mismo sitio.
La mala o
escasa relación que sostiene el Presidente con los medios de comunicación
ciertamente no es gratuita. En el pasado, periódicos y televisoras que el día
de hoy son condescendientes con él mandatario, contribuyeron con la retórica
política para hacerlo ver, en 2006 por ejemplo, “en un peligro para México”, en
un “mesías tropical en 2012”, y un dictador en potencia en 2018.
Pero esa
prensa con la que López Obrador entró en conflicto ante la falta de objetividad
o la abundancia de una agenda editorial con intereses políticos y económicos,
hoy le sirve al Presidente como antes a quienes le antecedieron en el cargo.
Esa prensa no es el problema. Aunque por 12 años lo fue para el Presidente. Ya
no lo será cuando la estrategia de esos medios es la alianza con las esferas de
poder para mantenerse avante a partir de la lisonja, la parcialidad y la
indulgencia editorial.
La prensa con
la que el Presidente entra en disputa a la menor oportunidad es aquella que no
pertenece a ese círculo de las grandes televisoras, los grandes corporativos
mediáticos, las cadenas nacionales en radio, impreso y televisión. Es la prensa
que llama y se hace llamar independiente.
Dice el
Presidente en su enjundia que es muy cómodo decirse prensa independiente,
olvidando los riesgos que corren los periodistas independientes, amenazados,
asesinados, desaparecidos por los cárteles de la droga incontrolables aun hoy
en nuestro país, o por gobiernos autoritarios que presionan, amenazas y
utilizan al Estado y sus recursos para agredirlos. México es uno de los países
donde mayor riesgo corren los periodistas de investigación, y más de 125
asesinatos en los últimos 19 años dan cuenta de ello.
No es un
papel cómodo el del periodismo independiente. Y la prueba es la actitud del
Presidente de la República, que ha optado por reconciliarse con la prensa que
una vez llamó parte de la mafia del poder, y con la propia mafia del poder,
pero se enemista con quienes sustentados en una investigación periodística
presentan datos, escenarios, análisis que no favorecen su forma de hacer
Gobierno.
“No tiene
ciencia gobernar”, ha dicho López Obrador con suma soltura, es puro sentido
común, completó. Pero el sentido común del Presidente que lo ha llevado a
abrazar en consejos de asesores especiales a sus otrora enemigos de la mafia
del poder, no ha sido suficiente para sumir una posición tolerante frente a la
investigación periodística.
El
Presidente se reconcilió con todos aquellos que durante años de campaña hizo
sus enemigos para tener némesis en una historia electoral que necesitaba de dos
lados, dos fuerzas, para convencer con la propia. Con todos, incluida la prensa
que tachó de oficialista, pero encontró en otros medios al némesis que necesita
para seguir debatiendo entre el bien y el mal, ahora que en México no existe la
oposición política –con la cual también se reconcilió y en muchos casos afilió
a su partido Morena–.
La prensa
que le molesta al Presidente es la que le molestaba al Presidente anterior, y
al que estuvo antes de ese también, pero que entonces contaba con la simpatía
de López Obrador, quien tomaba las denuncias de corrupción de los medios
independientes para hacer las propias y arengar ante la sociedad electora con
la promesa de un cambio.
En la
revista Proceso, en el portal Sinembargo, en el periódico Reforma, han visto la
luz piezas periodísticas de investigación que, en sexenios pasados hubiese sido
ideal que llegaran a convertirse en carpetas judiciales, expedientes de
investigación ministerial. Desde su nacimiento, la revista fundada por don
Julio Scherer y don Vicente Leñero, hicieron periodismo de análisis, crítico,
de investigación y opinión. En los estados de la República, periodistas como
Jesús Blancornelas hicieron lo propio. Un periodismo contestatario, lejos del
poder, cerca de la sociedad.
Y ahora al
Presidente le molesta y toma a título personal, que la revista entreviste al
doctor Diego Valadez y este exprese una opinión no favorable sobre el futuro
del Gobierno en México, o que se le dé voz a partir de un diálogo periodístico
a quien él hizo renunciar de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público; lo
mismo le provoca escozor que en el periódico Reforma, resultado de una
investigación, se publique que un compadre del mandatario nacional ganó una
millonaria licitación, y que ante la realidad el Presidente le pida a su amigo
retirarse del concurso de Gobierno, o que para información de sus lectores, publiquen
las características del Palacio Nacional en el que, efectivamente, reside el
titular del ejecutivo y su familia.
De Proceso
dice el Presidente, “no se portó bien con nosotros”, y pretende dictar línea
editorial al señalar hechos históricos a su conveniencia. Francisco Zarco,
dijo, como todos los buenos periodistas de México, apoyó la transformación,
dando cuenta López Obrador que todo buen periodista debe apoyarlo en su
política y estrategia de la “cuarta transformación”, o dejarán de serlo, “ya casi
no lo leo”, arengó. Y ahí sí, la libertad de las audiencias de la cual él forma
parte, es tener el acceso a la información, no la obligatoriedad de leerlos.
Tan el Presidente está en su derecho de leer a quien le plazca, como los
periodistas independientes de investigar y publicar, aun cuando en la esfera
del poder, en cualquier orden de Gobierno, no estén conformes con las
revelaciones.
El
periodismo independiente es eso, es investigar, revelar, publicar, sea el
partido que sea el que encabece el poder público, o el personaje que lo titule.
Sea José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari,
Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa,
Enrique Peña Nieto o Andrés Manuel López Obrador.
Es evidente ante
las rencillas contra quienes ejercen la libre expresión que no está resultando
muy fácil gobernar para el Presidente López Obrador, cuando la tolerancia no es
una de sus características el sentido común se ve afectado. Cuando se
reconcilia con la mafia del poder, con la prensa oficialista, con los
sindicatos y los criminales, cuando le conmueve la prisión de por vida al
narcotraficante más notorio que este país haya tenido, pero persiste en una
guerra contra el periodismo independiente, cuyo único compromiso es con el
lector.
En efecto,
los lectores son los únicos con quienes que hay que quedar bien en el
periodismo, los demás, los gobernantes, los políticos, los partidos, manejan
los recursos públicos y administran los bienes de la Nación, eso los hace
sujetos de análisis, de investigación periodística, de transparencia y
rendición de cuentas.
La prensa
independiente fue, es y será siempre incómoda para los gobiernos, especialmente
para los intolerantes, aquellos que no aceptan la crítica. A menos de un año de
haber tomado posesión del Gobierno de la República, el Presidente López Obrador
está a tiempo de actuar con sentido común y ser tolerante, gobernar como dice,
para todos, y no polarizar con un gremio que es de los más afectados por la
violencia en México.
El
Presidente no ha abierto frente contra la inseguridad, tampoco contra los
cárteles o contra la corrupción del pasado inmediato, tampoco para acabar con
la impunidad; el único frente abierto que tiene es contra la prensa
independiente.
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