Raymundo
Riva Palacio.
El martes en
la madrugada, un grupo de hombres y mujeres buscó infructuosamente cerrar
violentamente la Facultad de Derecho de la UNAM, agrediendo a los profesores
que encontraron a su paso. Pertenecen a la Facultad de Filosofía y Letras, que
lleva tres meses en paro, y exigen acciones contra la violencia de género,
resumida en 72 denuncias anónimas, en las redes sociales, de acoso y abuso
sexual. Agrupadas en el colectivo Mujeres Organizadas de la Facultad de
Filosofía, plantearon, en noviembre, 11 demandas que, según las autoridades
universitarias, todas han sido respondidas, salvo una difícil de conciliar, si
la denuncia anónima, como quieren ellas, es suficiente para la remoción o
sanción del señalado. No se sabe si quienes buscaron cerrar Derecho forman
parte de este colectivo, pero lo que sí está claro, es la existencia de grupos
que están desestabilizando la UNAM. El problema es que nadie sabe cuál es la
mano, si existe una como tal, que está meciendo esa cuna.
Ocho
escuelas de la UNAM están en paro, con lo que afectan a unos 70 mil estudiantes
que apenas habían regresado a clases, y otra facultad, la de Arte y Diseño, que
se ubica en Xochimilco, fue tomada ayer contra el deseo de la mayoría. El
martes se realizaron asambleas en las facultades de Arquitectura, Ciencias y
Economía, en los colegios de Ciencias y Humanidades de Azcapotzalco, Naucalpan,
Oriente, Sur y Vallejo, la Prepa 5 y las facultades de Estudios Superiores de
Iztacala y Cuatitlán, para hablar sobre el problema. Tampoco nadie, autoridades
universitarias o gubernamentales, han identificado los vasos comunicantes de la
movilización, o si, como piensan algunos, son pequeños grupos que su activismo
ha despertado fuerzas dormidas dentro de la UNAM que, incluso, no respondan a
ninguna directriz externa.
Hay
individuos que están en el universo del conflicto. Dentro de la Facultad de
Filosofía y Letras existe comunicación entre el colectivo de mujeres con
Alejandro Echavarría, que adquirió notoriedad hace 20 años como El Mosh, uno de
los líderes que ocasionó la huelga más larga en la historia de la UNAM –10
meses–, y quien, en la actualidad, está registrado como maestro en Michoacán,
afiliado a la Coordinadora Magisterial. El Mosh se ha reunido varias veces con
el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, sin que se
haya informado de ello a las autoridades responsables de la educación superior.
No se conocen los detalles de esas pláticas, celebradas en las oficinas de
Durazo.
Otra línea
de contacto político con fuerzas antagónicas dentro de la UNAM proviene del
alcalde de Gustavo A. Madero, Francisco Chíguil, quien ocupó el cargo en 2008,
cuando sucedió la tragedia del antro New’s Divine, donde murieron nueve jóvenes
y tres policías, en una redada que envió la entonces delegación. Chíguil, a
través de una funcionaria en la Dirección de Obras y Desarrollo Urbano,
mantiene relación con porros de Prepa 9, que tienen tomada la escuela.
El fondo de
la demanda de las mujeres es irrebatible, el punto final al acoso y abuso
sexual, y que haya seguridad. El rector Graue ha dicho que la violencia contra
las mujeres es inaceptable, inadmisible y que no cabe en la UNAM. Sin embargo,
las cosas no avanzan; empeoran. Las autoridades universitarias no han visto
cabezas visibles para poder establecer un diálogo con representantes de la
comunidad, como ha sucedido en el pasado con liderazgos representados, como en
el paro de hace poco más de 20 años lo fue el Consejo General de Huelga, o años
antes, durante la Rectoría de Jorge Carpizo, fue el Consejo Estudiantil
Universitario, al cual pertenecieron varios miembros del entorno más cercano al
presidente López Obrador, como la jefa de Gobierno de la Ciudad de México,
Claudia Sheinbaum, o el senador Martí Batres. Los liderazgos están atomizados.
Pero el
problema no se detiene ahí. Los servicios de inteligencia federales y de la
Ciudad de México tampoco tienen información sobre los diversos grupos que se
han movilizado en la UNAM, ni sobre sus liderazgos reales, o si tienen
vinculaciones con grupos políticos ajenos a la institución, pero que quieran
causar desestabilización en esa casa de estudios. López Obrador no está en la
lógica de la inestabilidad en la UNAM, y alentó la reelección de Graue,
conteniendo a cercanos a su proyecto para no interferir en el proceso
universitario. El Presidente no necesita un conflicto en una institución que,
por su magnitud y diversidad, puede ser explosiva e incontrolable, por lo que
pudiera descartarse, en principio, que cercanos a él estén buscando alterar la
vida universitaria y lograr el descarrilamiento de Graue.
Lo que se
está experimentando en estos días en la UNAM está focalizado, y la institución
no se está incendiando. Pero así comienzan las cosas. La UNAM ha sido un
microcosmos del país de donde han surgido movimientos transformadores y
reaccionarios. Ha sido un botín acariciado por políticos que han visto en ella
un instrumento de presión y chantaje para el gobierno en turno. Lo mejor que
puede pasar en la actualidad, es que la agitación sea resultado de una
preocupación colectiva en torno a una misma causa, atendible completamente, y
no a quienes, como en el pasado, quieran aprovechar para atacar no sólo a
Graue, sino a López Obrador.
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