Dolia Estévez.
A los que
aún tienen dudas sobre el por qué del indignado reclamo mundial de las mujeres
contra el machismo y la desigualdad de género, bien harían en continuar leyendo
este artículo que detalla el sufrimiento físico y mental que infligieron a sus
indefensas víctimas un puñado de hombres infinitamente perversos que se
dedicaban a la trata y esclavitud de mujeres y niñas. Cinco horas bastaron para
que un jurado los declarara culpables de todos los cargos relacionados al
tráfico sexual en la corte Este de Nueva York en Brooklyn el 13 de marzo
(Comunicado 14/03/2020). Los cinco integrantes del clan de trata
“Meléndez-Rojas” de Tenancingo, no tienen fecha aún para su sentencia, pero
enfrentan cadena perpetua.
El juicio se
realizó en el mismo tribunal neoyorquino donde fue condenado Harvey Weinstein,
vaca sagrada de la poderosa industria cinematográfica de Hollywood, por
violación y acoso sexuales. También donde el multimillonario Jeffrey Epstein
hubiera sido juzgado por tráfico sexual de menores, de no haber aparecido
colgado en una celda una madrugada. Weinstein, quien se creía intocable, detonó
el movimiento #MeeToo que derrumbó las carreras de magnates de medios y hombres
famosos y poderosos.
El hecho de
que los que se dedican a la trata y la explotación sexual sean hombres tan
dispares muestra que es un mal universal. No es privativo de ningún estrato
socioeconómico o de ninguna nacionalidad, religión o ideología. Existe en todas
las sociedades machistas y patriarcales.
“Los
crímenes cometidos por la organización Meléndez-Rojas fueron horrendos”, dijo
el Fiscal Richard P. Donoghue. Peter Fitzhugh, funcionario migratorio del
Departamento de Seguridad Interna, llamó “despreciables” las “atrocidades¨
cometidas contra las jóvenes.
Las palabras
de clausura de la Fiscal Erin Argo, resumiendo los testimonios y las pruebas
sobre un comercio criminal en el que la mercancía era el sexo femenino y los
mercantes la peor carroña humana, probaron que los hombres de Tenancingo usaron
la fuerza, el fraude y la coerción para dominar a sus presas.
Entre 2006 y
2017, los tratantes introdujeron ilegalmente a Estados Unidos a cientos de
mujeres y niñas. Algunas de apenas 14 años. Las incitaron a abandonar el hogar
familiar con promesas de falsos romances y de una mejor vida. Una vez en
Estados Unidos, las violaron y golpearon. La forzaron a venderse, a trabajar
turnos de hasta 8 horas, con 20 a 30 clientes, y a entregar todas las ganancias
a sus captores. Algunas ni sabían que quería decir prostitución. Otras eran
obligadas a abortar. Si desobedecían o trataban de huir, recibían brutales
palizas y amenazas de asesinar a sus padres y hermanos en México. La red
operaba en la ciudad de Nueva York y los estados de Long Island, Nueva Jersey,
Connecticut y Delaware.
Eran nada
menos que propiedad. Vivían hacinadas en apartamentos en el condado de Queens,
en Nueva York. Se les permitía únicamente salir a trabajar. Los tratantes las
vendían a través de “tarjetas chicas”, con el celular de los choferes que se
encargaban de entregar la mercancía. Las distribuían en la Avenida Roosevelt,
la zona hispana donde los comercios tienen rótulos en español.
Los
condones, que compraban al mayoreo a abastecedores cómplices, marcaban la
pauta. Después de cada jornada, los tratantes contaban los condones no usados
para saber cuanto dinero tenían que entregar las mujeres. Eran obligadas a
anotar en libretas a cada cliente, monto percibido y número de condones o
“chocolates”. El nombre en código.
Los lideres
de la banda, conocida en México como “Los Meléndez”, son los hermanos José
Miguel, José Osvaldo y Rosalío Meléndez Rojas–extraditados en febrero pasado–su
padre Francisco Meléndez Pérez y primo Abel Romero Meléndez. Fabián Reyes
Rojas, otro primo, se declaró culpable antes del juicio.
A pesar del
alto número de víctimas, para las autoridades ha sido difícil convencerlas a
cooperar por temor a represalias.
Quiero
pensar que marcó la diferencia en este caso el poderoso movimiento #MeToo y la
creciente intolerancia de las autoridades judiciales ante todo tipo de
discriminación en bastiones progresistas como Nueva York.
Por duros
que fueron los envites y oscuras sus vidas, cinco mujeres, identificadas en el
juicio como “Delia”, “Diana”, “Verónica”, “Fabiola” y “María Rosalba”,
finalmente rompieron las cadenas físicas y mentales que las ataron durante once
años para compartir sus historias.
DELIA.
Inducida a la
prostitución a los 14 años, celebró sus quince con una fiesta organizada por
sus captores, pero esa misma noche, tras quitarse el “primoroso vestido blanco”
que Francisco (25 años) le compró, fue forzada a vender sexo. A su fiesta
asistió uno de los proveedores de condones.
Cuando se le
retrasaba la menstruación, pese a que tomaba pastillas anticonceptivas,
Francisco la golpeaba para que abortara por si estaba embarazada. La amenazó
con ir a Tenancingo a traer a su hermanita que podía ganar mas dinero que ella,
pues era más jovencita, si no seguía trabajando para él.
Cuando a los
17 años trató de huir, la golpeó. Al día siguiente no pudo abrir la boca. Le
dijeron que, si volvía a tratar de escaparse, iban a contratar a un sicario por
50 mil pesos para asesinar a toda su familia, incluidos a los niños y ancianos
en Tenancingo.
DIANA.
Diana fue
violada por Miguel (53 años) en presencia de su hijo Rosalío (38 años) y Abel
(33 años). Relató que los tratantes hacían reuniones para ver como podían
maximizar sus ingresos consiguiendo “el mejor de todos los productos”. Jóvenes
de 14 y 15 años. Escapó en 2007 después de muchos intentos fallidos, que
invariablemente terminaban en tremendas palizas y violaciones.
VERÓNICA.
Miguel viajó
a México a buscar sustituta para Diana luego de su fuga. Encontró a Verónica en
un restaurante en Oaxaca. Analfabeta y sin saber su fecha de nacimiento, era
madre de dos niñas. Tenía varios hermanos y una madre enferma que mantener.
Miguel pagó por los medicamentos de la madre para ganar su confianza. Con
engaños la convenció viajar a Estados Unidos.
Ya en Queens
le dijo que no tenía otra opción más que trabajar de prostituta. No conocía la
palabra. Escuchó a tres de los acusados decir que la manera de ganar más dinero
era haciendo que las mujeres de mayor edad ofrecieran sexo anal. Si no aceptaba
iba a descuartizar a su mamá. Para probarlo, regresó a Tenancingo y la llamó de
la casa de su familia.
Cuando
Miguel y Osvaldo tomaron a su hermana en Tenancingo para traficarla a Estados
Unidos, encontró a un cliente que la ayudó a escapar. Acudió a la policía.
Osvaldo soltó a la hermana.
FABIOLA.
Conoció a
Rosalío en un club nocturno en la Ciudad de México. Estaba feliz cuando se
enteró que estaba embarazada, pero Rosalío le dio pastillas para forzarla a
abortar. Le mintió diciéndole que eran para que se desarrollara mejor el bebé.
Abortó. Un cliente la mordió en el cachete arrancándole un pedazo de piel.
Pidió ir al hospital, pero Rosalío le dijo que no porque iban a hace muchas
preguntas. Otro la violó poniéndole una pistola en la cabeza. Uno más la ahorcó
con tanta fuerza que los gritos forzaron a los vecinos a derrumbar la puerta.
Al día siguiente de esos episodios traumáticos fue obligada a trabajar.
MARÍA
ROSALBA.
Osvaldo le
prometió que se iba a casar con ella y que iban a forma una familia juntos.
Para convencerla presentó a sus padres a los padres de ella y les obsequió una
canasta de frutas. El sueño se hizo añicos cuando Osvaldo la violó y la forzó a
abortar. Ni siquiera sabía que estaba embarazada.
La primera
vez que vendió sexo fue a 30 hombres. Le dio a Osvaldo todo el dinero. Le dijo
que no quería seguir. Le respondió que no tenía opciones. La violaba cuando le
daba la gana. Una vez un cliente la atacó y la obligó a tener sexo anal.
Osvaldo la reprendió por no haberle cobrado más.
Con 10 por
ciento de sus 10 mil habitantes dedicados a la trata, el municipio de
Tenancingo, en el estado de Tlaxcala, es conocido como la “capital mundial del
tráfico sexual”. Varias víctimas dijeron haber atestiguado instancias en que
las autoridades ponían en sobre aviso a los tratantes sobre posibles redadas.
Trabajan con los grandes carteles. Los Zetas, los Caballeros Templarios y el
Cartel del Golfo.
No es la
primera vez que enfrentan a la justicia estadounidense. En 2014, una juez en
Nueva York sentenció a prisión a 16 miembros de la organización de los hermanos
Isaías y Bonifacio Flores Méndez de Tenancingo.
Hay
atrocidades que sacuden las entrañas. Nos hacen recordar que la maldad humana
puede no tener limites. Si en la gama de colores existiera uno más oscuro que
el negro, las historias personales aquí narradas serían de ese color. Esperemos
que el juicio, que inexplicablemente casi no recibió cobertura en México, abone
a la toma de conciencia de hombres y mujeres respecto al imperativo de saldar
la cuenta de la desigualdad entre géneros.
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