Diego
Petersen Farah.
Entre las
múltiples contradicciones que ha sacado a flote la epidemia de coronavirus es
lo dañada que está la relación entre los gobiernos de los estados y el Gobierno
federal, en realidad central. Nuestro federalismo, como muchas otras cosas de
nuestra vida pública, es de papel pues salvo en contados momentos de la
historia donde los estados sacan la cabeza, nuestra vida pública pasa toda por
la capital. Pero, cuando en los estados mueven las aguas, retiembla en sus
centros la tierra. La revolución de 1910 fue de los estados hacia el centro y
el gran cambio democrático de finales del siglo XX, también.
Uno de los
rasgos más evidente de la actual administración es hacer todavía más
centralista la vida pública. Con la excusa, fácilmente argumentable, de que los
gobernadores malgastaban el presupuesto, el Gobierno federal decidió que sería
él y sólo él quien decidiría cómo mal gastarlo. Hoy no se ejerce mejor el
presupuesto, por el contrario, se concursa menos, se compra con prisas y los
ahorros, los de verdad y los malentendidos, acaban difuminándose en una
burocracia cada vez más ineficiente. Junto con la centralización se redujo también
la presencia del Gobierno federal en los estados, que si bien ganó terreno con
la omnipresencia del Presidente en la comunicación lo perdió en el contacto
cotidiano con los ciudadanos.
En este
contexto, varios gobernadores comienzan a levantar la voz y a aprovechar las
oportunidades políticas que ha dejado el Gobierno federal particularmente por
la ineficiencia que ha mostrado el sistema de salud en esta crisis. A los
grandes sistemas, el IMSS y el ISSSTE, los tomó debilitados institucionalmente,
con delegados desarraigados, los cual puede ser útil cuando se trata de
combatir la corrupción, pero no para mejorar la salud; al Insabi, parido
prematuramente, lo sorprendió sin estructura y a todos con un sistema de
compras, que no termina de funcionar y genera desabasto. Todo ello ha dado a
los gobernadores, bocabajeados durante todo el primer año de Gobierno de
Morena, la excusa perfecta para regresar a la palestra.
Lo que
tienen los gobernadores y los alcaldes que nunca tendrá el Gobierno federal, es
el territorio. Por más que crezcan los programas sociales y las estructuras de
la Secretaría del Bienestar, el contacto básico de los ciudadanos sigue siendo
con los gobiernos subnacionales. Hoy las grandes decisiones sobre cómo
enfrentar la pandemia las están tomando los gobernadores en sus estados. Cada
día son más los que en rebelión abierta o velada (cuando son gobiernos de
Morena) se salen del huacal.
Los
gobernadores ya entendieron que la grieta del monolítico y centralizado
Gobierno federal está en el sistema de salud. De cómo se gestione en los
estados la crisis de coronavirus que se nos viene en las próximas semanas
dependerá en gran medida el número de canicas con las que jueguen en la
elección intermedia.
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