Julio Astillero.
En su
conferencia matutina de prensa, el presidente Andrés Manuel López Obrador llamó
a sus opositores a una tregua cuando menos durante el mes que durará el plan de
emergencia sanitaria. No lo hizo a partir de un planteamiento discursivo
neutro, pacificador, propicio para su realización: Llamo a la unidad, incluso a
los adversarios, a los conservadores, dijo, como si un modelo de unidad pudiera
excluir a los contrarios (sólo la participación de éstos daría un auténtico
sentido unitario), e insistiendo en la descalificación mediante la muy jabonosa
etiqueta de conservadores.
A la hora de
cerrar esta columna sólo se había producido una respuesta de corte menor al
llamado andresino a la unidad nacional: Felipe Calderón Hinojosa creyó
encontrar una vía fácil de oportunismo para tratar de adjudicarse galones de
milicia opositora y respondió positivamente a las palabras del tabasqueño.
Precisó la necesidad de que no se polarice ni desde la Presidencia
(conservadores, etcétera) ni desde la oposición, y puso su experiencia
adquirida con H1N1 a disposición de Palacio Nacional.
Aun cuando
ha invertido tiempo y recursos en la construcción de un partido familiar a su
servicio y que mantiene una amplia red de agresores en Internet para envenenar
el debate público, Calderón Hinojosa no es ni el único ni el principal de los
opositores al obradorismo, a pesar de que es de por sí bastante reducida la
talla política de los otros adversarios con mayor relevancia, como los panistas
y la élite empresarial.
En realidad,
Calderón Hinojosa es un personaje sombrío que pretende diluir entre
politiquería una realidad aplastante en su contra: que el sexenio de funeral
que encabezó de 2006 a 2012, llegado a Los Pinos mediante un fraude electoral
histórico, tuvo como motivación de guerra un pacto mafioso con un cártel del
narcotráfico. México fue hundido en sangre en ese periodo calderonista en razón
de los acuerdos de narcopolítica que realizó el entonces virtual vicepresidente
policiaco del país, Genaro García Luna, actualmente preso en Estados Unidos
bajo acusaciones de haber servido desde un encargo público a otros criminales.
López
Obrador habló también de la necesidad de que sus opositores le bajen una rayita
a una campaña en medios, en redes, que es desbordada, abruma, fastidia. Una
muestra, mencionada en esa misma reunión con reporteros, la dio el propio
Calderón al haber sugerido insidiosamente, lo cual fue retomado de inmediato
por algunos de sus seguidores como si fuera verdad, que durante su visita a
Badiraguato, Sinaloa, AMLO habría comido con un grupo de personas entre las que
estaría un hermano de El Chapo Guzmán. El funerario Felipe ofreció una disculpa
hipócrita cuando se comprobó que su insinuación era probadamente falsa. Él solo
había hecho una pregunta en Twitter, dijo con aparente candidez.
En otra
parte de su alocución tempranera, el político nacido en Macuspana dio cuenta
del estado selvático en que ha entrado un espacio cibernético que durante años
fue arena de debate y comunicación política respetables. Dijo López Obrador que
en las redes sociales y particularmente en Twitter hay “una epidemia anclada de
noticias falsas. Ojalá y se aplique Twitter, y esto no es censura, porque están
actuando como operativos y robots. Ahora sí, como decía mi paisano Chico Che,
‘quién pompó (...) Hay mucha diferencia entre el Face y el Twitter. No sé si
tiene el Face más control, pero Twitter está desatado, de modo que a la
unidad”.
Por otra
parte, pidió a los empresarios que acepten el plan de emergencia sanitaria y no
litiguen en contra del pago de salarios completos a trabajadores durante un
mes. Sin embargo, algunas cámaras y organizaciones patronales consideran la
posibilidad de asumir la parte de la Ley Federal del Trabajo que habla
solamente de pagos de salarios mínimos.
Y, mientras
crece la exigencia de investigación a fondo y justicia en el caso de otra
periodista veracruzana asesinada, María Elena Ferral.
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