Raymundo Riva Palacio.
En su
esperado Quinto Informe de Gobierno, el presidente Enrique Peña Nieto no dejó
asomar ninguna señal de hacia dónde está mirando para encontrar en el gabinete
–lo único que ha destacado como incubadora para 2018– a su sucesor. Pero, en cambio, definió sin mayores
revelaciones celestiales quién es el enemigo a vencer: Andrés Manuel López
Obrador, que no son más una obviedad, sino razones cinceladas por el
presidente: piensa viejo, el mundo que imagina ya no existe, y es una amenaza
real para las reformas económicas. Peña Nieto dijo que hoy se vivía mejor que
hace cinco años, y será mejor en 2022 que en 2017, por lo que deslizó que López
Obrador no es la solución para que eso suceda en México. Los dichos sobre López
Obrador dejaron de ser fobias o miedos, y se trasladaron a un campo de batalla
electoral generacional, ideológica y de decisiones cruciales sobre lo que será
en los años venideros este país.
“De
mantenerse y profundizarse los cambios realizados, México podrá convertirse en
un país plenamente desarrollado en menos de dos décadas”, dijo Peña Nieto
dentro de las 170 palabras más importantes, en su visión, para el futuro
nacional. “Nuestro país tiene que seguir cambiando; tiene que seguir
transformándose… Ese futuro se tiene que construir y proteger cada día, sobre
todo, cuando existen riesgos visibles de retroceso. Hace años que México no se
encontraba en una encrucijada tan decisiva y determinante como la actual. La
disyuntiva es muy clara: seguir construyendo para hacer de México una de las
potencias mundiales del Siglo XXI o ceder a un modelo del pasado que ya ha
fracasado. El futuro es incierto, pero sabemos a dónde queremos llegar. El
pasado es conocido, y por eso sabemos qué queremos o qué debemos evitar”.
Peña Nieto se refería a los últimos
años del modelo estatista de la economía, donde los gobiernos de Luis
Echeverría y José López Portillo, en los que se inspira una buena parte del
programa económico de López Obrador, produjeron crisis profundas que, como en
casi todo el resto del mundo, obligaron a reconversiones industriales para
vivir en forma globalizada. López Obrador, que teóricamente acepta el cambio que se ha vivido en los
últimos 40 años, ideológicamente lo rechaza. En una entrevista la semana pasada
con el periódico The Wall Street Journal, vocero de los intereses empresariales
de Estados Unidos, López Obrador fue inmensamente cándido o perversamente claro
en el mensaje que lanzó a los capitanes capitalistas de esa nación, cuando
habló del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y de la reforma
energética.
La renegociación del TLCAN, cuya
segunda fase concluye este lunes en la Ciudad de México, debe suspenderse. Así
lo dijo López Obrador al Journal, y que debían esperar a que pasaran las elecciones
presidenciales. ¿Por
qué Estados Unidos y Canadá tendrían que aguardar a lo que suceda en México? De
hecho, en Estados Unidos quieren que todo concluya antes de las elecciones, por
el temor que tienen de una regresión comercial con López Obrador. “No es conveniente buscar un acuerdo bajo
presión”, agregó el precandidato presidencial con una explicación sin asidero a
su primera reflexión, y que se refiere a las amenazas del presidente Donald
Trump. “Cualquier tratado injusto puede ser revisado por el gobierno de
México”. En realidad, es el Senado quien debe revisarlo; el gobierno lo firma.
Pero esos
matices no importan. El sentido de lo que expresó es lo relevante porque
permiten asomarse a su pensamiento. Más significativo, por el impacto de sus
palabras en Wall Street, es lo que dijo sobre la reforma económica que abrió
las puertas al sector privado para invertir en petróleo y gas. La apertura del
sector energético está fuera de discusión para López Obrador. Si es presidente, dijo, cancelará las licitaciones.
Momentos después, se volvió a contradecir. “Favorezco la inversión extranjera,
pero no permitiré que se afecten los intereses mexicanos”, afirmó. Le gusta
la inversión extranjera, pero en otro país, porque no aceptará ningún dólar más
en ese sector.
Los
galimatías de López Obrador buscan esconder su ideología estatista con un
lenguaje aperturista, pero las contradicciones afloran. El Journal soslaya el
doble lenguaje, pero recuerda los reportes de las agencias calificadoras en
Estados Unidos sobre sus temores por las reformas en caso de que gane la
presidencia, y la última encuesta del Banco de México con analistas del sector
privado, donde señalaron que la incertidumbre política es uno de los
principales obstáculos para el crecimiento.
“La transformación
que hemos emprendido seguirá adelante, porque México no se detiene”, dijo el
presidente con motivo de su V Informe de Gobierno. “Los ciudadanos nos exigen
continuar en la ruta de la renovación y el cambio, y estamos comprometidos a
hacerlo”. No está claro que así sea.
En la última encuesta de
Buendía&Laredo, 69 por ciento de los mexicanos respondieron que el país va
por un mal o muy mal camino, contra sólo 18 por ciento que piensa lo
contrario. Si López Obrador permanece en
lo alto de las encuestas de preferencia hacia 2018, es pertinente preguntar qué
es lo que quiere la mayoría de los mexicanos.
Peña Nieto dijo que pondrá todo su
“empeño, dedicación, pasión, entrega y esfuerzo sin reservas” para que no haya
cambio de rumbo. Se podría leer de esta manera: no importa
lo que piensen los mexicanos, lo mejor es lo que se hizo con las reformas y se
van a defender con todo ante el enemigo, López Obrador, que quiere desmantelar
la obra del sexenio.
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