Alejandro
Páez Varela
Quiero saber qué democracia en el
mundo resiste lo que la nuestra sin dejar de llamarse así: democracia. Quiero
saber qué pueblo mantiene en el poder a un gobierno que le miente, malgasta su
dinero, se corrompe, corrompe a las instituciones y, además, quiere perpetuarse
más allá de los tiempos que ganó en supuestas elecciones libres.
Todos los
gobiernos mienten, malgastan, se corrompen y corrompen a las instituciones y
buscan, siempre, perpetuarse. Pero el
nuestro usa el mismo lápiz labial de las dictaduras más simuladas.
El Gobierno de México se gastará, en
un sexenio, cerca de 50 mil millones de pesos en la prensa afín, de acuerdo con
cálculos conservadores; más que ninguno en la Historia de México. Y todo ese
dinero, que viene de los impuestos de un país con 53 millones de pobres, habrá
sido entregado sin reglas, sin explicación. No veo que los reporteros, fotógrafos, camarógrafos o
editores vivan mejor: entonces va directo a los dueños de los medios, para que
mantengan un tren de vida que incluye mansiones y aviones privados mientras
participan en el patético espectáculo de la simulación. Dinero entregado a
cierta prensa mientras que, a otra, a la que se atreve a dar voz a sus
opositores, le da un cero redondo y duro.
Enrique Peña
Nieto acumula hasta ahora 12 millones 406 mil 136 expedientes reservados, de
acuerdo con la investigación de la periodista Linaloe R. Flores que se publica
este lunes en SinEmbargo. Expedientes de todo tipo, escondidos. Los mexicanos no tendrán acceso a esa
información sino hasta muchos años después de que él se haya ido. Son más
expedientes reservados, en menos de un sexenio, que los de ningún otro presidente
en la Historia de México.
Al mismo
tiempo, una guerra sucede en territorio nacional sin mucho ruido, sin que
sacuda a las cúpulas del poder. EPN nos
dejará una cifra histórica de homicidios dolosos y poco se menciona, y no es
motivo de ninguna demanda. Aun
tomando los datos oficiales –que muchos consideran manipulados–, esta cifra ya
es un récord: algo así como 88 mil. Pero el recuento independiente del
semanario Zeta (publicado este fin de semana) (de los únicos que quedan entre
la prensa mexicana) indica que son
todavía más homicidios dolosos: 106 mil 607 de diciembre de 2016 a julio de
2017.
Un derramamiento de sangre que sólo
vimos en la Revolución de 1910. Un derramamiento de sangre que viene acompañado
de sufrimiento y dolor inéditos, también: secuestro, desplazamiento,
desaparecidos, extorsiones. Enrique Peña Nieto prometió acabar con la
violencia, y lo que hizo, apenas llegando, fue sacar todos los recuentos
independientes de muertos de la prensa para simular el regreso de la paz. Y los
medios se lo callan. Y las cúpulas no abren la boca.
De hecho, este presidente prometió mucho más, y no ha
cumplido: de los 266 compromisos que hizo ante notario público durante la
campaña electoral de 2012, apenas lleva cumplidos 102, de acuerdo con la
investigación que realiza la Unidad de Datos de SinEmbargo desde hace cinco
años.
Quiero ver qué democracia en el mundo
resiste esas cifras: dispendio en país de pobres, gobierno opaco, ineficiencia,
impunidad y una tragedia humana histórica. Es nuestra “democracia” la que
acepta sin chistar; una “democracia” en la que el Gobierno federal gasta
millones de dólares para espiar a líderes sociales, abogados, políticos y
periodistas incómodos; una que dedica gran parte de su esfuerzo en denostar y
hundir a los que se atreven a pensar diferente, y que gasta millones de
nuestros impuestos en comprar voluntades.
Quiero ver qué democracia en el mundo
entrega sus recursos naturales a empresas extranjeras por apenas una renta; que
aplasta a los pueblos indígenas, les niega el derecho a la consulta y les
arrebata el suelo para darlo a transnacionales. Quiero saber qué democracia
reparte entre un puñado, cada seis años, los recursos que genera con sudor y
esfuerzo la mayoría. Quiero saber qué democracia se puede sostener sin las
comillas cuando va de una matanza a otra; matanzas que quedan impunes y que
todo mundo olvida en el tiempo que dura un helado en derretirse afuera de la
nevera.
La nuestra se trata, pues, de una
“democracia” que, obviamente, se ha quedado ciega. Que ha dejado de ser democracia sin
comillas. Porque mientras bosteza y se quita las chinguiñas, Enrique Peña Nieto intenta dar un golpe
(también histórico) a las instituciones: pretende imponer como Fiscal para los
próximos nueve años a Raúl Cervantes, miembro del Revolucionario Institucional
(partido del presidente), amigo de los políticos más corruptos (principalmente
del PRI). Quiere dejar a un Fiscal que no investiga, como lo ha hecho todos
estos años (Obedrecht, los 43, Tlatlaya, Nochixtlán, etcétera); que deja ir a
los saqueadores de la Nación (Duarte uno, Duarte dos, Borge, Yarrington,
etcétera) y que, por supuesto, garantizará que el actual mandatario duerma en
cama de plumas el resto de su vida.
Se trata de un Gobierno que tiene en
su haber, entre tantos “logros”, la cifra más alta de asesinatos de periodistas
y que ha garantizado que todos los ataques a los comunicadores queden en total
impunidad. Como si el mensaje fuera: mátenlos, que nadie paga. Como si el
mensaje fuera: el que habla, pierde la cabeza.
¿Qué tipo de “democracia” somos para
que un gobierno como este siga operando? O, más bien, ¿somos una democracia?
También me
asalta la otra pregunta, la más incómoda: ¿Qué
tipo de pueblo somos?
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