Dolia
Estévez.
Los medios en Estados Unidos no se
rasgaron las vestiduras con el destape de José Antonio Meade como la prensa
chayotera. El rito perdió atractivo mediático desde que el destapado dejó de
ser sinónimo de sucesor. La nota internacional del lunes se la llevó el anuncio del compromiso
nupcial entre el Príncipe Henry de Inglaterra y la actriz afroamericana
estadounidense Meghan Markle. En un artículo en línea The New York Times llamó el destape de Meade la “apuesta más segura”
del PRI pues, a diferencia de muchos, no ha sido embarrado con el fango de la
corrupción. Aun así, señaló, no
escapa a críticas de oportunista y de haber participado en encubrir presuntos
fraudes y desvíos de fondos públicos bajo Peña.
Si bien no
se le conocen, por ahora, actos de corrupción, Meade difícilmente podrá proyectarse como un tecnócrata libre de culpa
o como Mr. Clean. Resulta bastante
forzado el argumento de que es un candidato externo porque no militó en el PRI
y fue secretario bajo el gobierno panista de Calderón. El PRI y el PAN son
igual de corruptos. Comparten vicios
y visiones. Avaló la estrategia fallida que marcó con sangre a dos sexenios y
disparó la violencia a niveles record.
Junto con
Luis Ernesto Derbez, Meade pasará a la
historia como uno los cancilleres más grises y aburridos en tiempos recientes.
No destacó en nada. Realizó gestiones de cajón: reuniones con secretarios de
Estado, legisladores, gobernadores, la patrulla fronteriza y dreamers. Excluyó
a las organizaciones no gubernamentales y a los medios. No recuerdo una sola vez que haya convocado a los corresponsales
mexicanos en esta capital. Ambos grupos estamos en la lista negra del régimen.
El manejo de Meade sobre derechos
humanos, candente tema con el que tendrá que lidiar en caso de ganar, fue
ominoso. Provocó un insólito choque con el entonces relator contra la tortura
de la ONU Juan Méndez, cuyo trabajo fue descalificado luego de que el abogado
argentino asegurara que la tortura es práctica generalizada en México.
Defendió la visita de Trump a Los
Pinos en agosto de 2016 argumentando ilusamente que redujo el riesgo de
confrontación, ayudó a moderar sus propuestas sobre migración y su promesa de
cambiar el TLCAN. “Ahora los mexicanos en Estados Unidos se encuentran más
tranquilos”, dijo en aquellas fechas. Rotunda equivocación. Su gestión al
frente de la cancillería pasó sin pena ni gloria por los corredores del poder
en Washington. Provocó bostezos.
LA ÚLTIMA
CANCILLER.
En el
obituario de Rosario Green (Reforma, 27 de noviembre), quien falleció el
sábado, Luis Videgaray no le hizo justicia. Green se definía fundamentalmente
como una servidora pública y militantes priista “profundamente nacionalista”.
Creía en la Doctrina Estrada, descartada por sus sucesores como reliquia del
pasado. Fue la última canciller de esa escuela. Fue principista. Nunca marxista
o trotskista, pero comulgó más con la izquierda moderada que con la derecha. “A
mí la derecha me saca ronchas”, me dijo en 2013.
No le
temblaba lo voz ante sus interlocutores estadounidenses. Igual rechazó las
presiones de condecorados generales como de vacas sagradas de la diplomacia
yanqui. En 1989, en una “acalorada conversación” con el General Barry
McCaffrey, Green rechazó las presiones del zar antidrogas de Clinton para que
se autorizara por escrito la portación de armas de fuego para el personal de la
DEA. Durante los dos sexenios del PAN, cuya política exterior Green reprobó, se
opuso a la Iniciativa Mérida que heredó el gobierno peñista. En 2007, como
senadora, le reprochó al entonces subsecretario de Estado John Negroponte haber
pactado en lo oscurito con Calderón la guerra a los carteles. Un año después,
le dijo a la Embajada que resistir violaciones a la soberanía nacional era algo
que los mexicanos “llevamos en la sangre”.
Green
también confrontó al “club de Toby”. Un mundo machista en el que las mujeres
deben enfrentar y pasar pruebas muy distintas a las que se someten los hombres.
El embajador Jeffrey Davidow dice en su libro El Oso y el Puercoespín que en
una ocasión le agarraron la pierna por debajo de la mesa en una reunión de
gabinete y que un alto funcionario de la Cancillería acusó a Green de cambios
de humor debido a cuestiones hormonales. Su libro, La Canciller, se lo dedica a
las mujeres de México, “porque se trata de que no la hagamos, de que no lo
logremos, de que nos demos por vencidas”. A ellas, les dijo: “quien abusó,
entorpeció, dificultó o confabuló contra nosotras, así sea el padre, hermano,
compañero o colega, no merece defensa”. Palabras más válidas ahora que nunca.
Sin quitarle
mérito a su legado, y a su voluntad de hierro para vencer adversidades, Green
pecó de priista insalvable. Defendió al PRI y a sus candidatos sin reservas. En
2006, por ejemplo, culpó a los medios de comunicación por la derrota de Roberto
Madrazo. La cobertura negativa, dijo según cable de la Embajada, logró pintar a
Madrazo como un político corrupto. También criticó a la sociedad civil mexicana
por llevar sus quejas sobre violación de derechos humanos a los oídos de
funcionarios estadounidenses. Acusó a una ONG, que el despacho no identifica,
de darle dinero a la guerrilla zapatista procedente del gobierno alemán.
Cuando le
pregunté a Green en 2013 si creía que como canciller Meade volvería al
nacionalismo de antaño, me respondió que no, pero que tenía la esperanza de que
prevaleciera el grupo con el que ella se identificaba. No ocurrió. Sus
sucesores, sin excepción, se han acomodado a los intereses de Estados Unidos.
Todos han sido obsequiosos. Unos más que otros. Green murió sin ver realizada
su añoranza.
COMPRA DE
INFLUENCIAS
Los recortes en el gasto público no
impidieron al Secretario de Economía Ildefonso Guajardo salir de shopping. La
secretaría de Economía recientemente contrató tres empresas lobbistas y renovó
el contrato al bufete de abogados Pillsbury Winthrop Shaw Pittman LLP. Según
datos de la División Criminal del Departamento de Justicia, donde las firmas
están obligadas a registrarse y divulgar sus ingresos por ser gestores de
gobiernos extranjeros, los chicos de Guajardo firmaron tres nuevos contratos
con FTI Consulting (registro #6484), Kit Bond Strategies, o KBS, (registro
#6486) y Playmaker Strategies (registro #6487).
Al renovar
los servicios legales con el despacho Pillsbury (registro #5198), que data de
1997, Guajardo acordó pagarle un mínimo
de 576 mil dólares y un máximo de 960 mil, entre el 28 de abril y el 31 de
diciembre de este año. El contrato
con KBS supera los 240 mil dólares (60 mil mensuales entre septiembre y
diciembre), aunque la Secretaria de Economía sostiene que son solo 140 mil
dólares. Los servicios prestados por FTI Consulting ascienden a 650 mil
dólares. Guajardo aclaró que el monto representa un pago de “arranque” para
promover una imagen favorable al TLCAN entre medios y organizaciones sociales.
El objetivo es abrirle acceso al
secretario de Economía, a cargo de la negociación del TLCAN, y cabildear a
favor del convenio en el Capitolio. No hubo licitaciones. Economía sostiene que los contratos
se hicieron conforme a la Ley de Procedimientos Públicos.
Seguramente las firmas serán
recontratadas en enero pues, como dijo Guajardo en rueda de prensa en la
Embajada el miércoles, no hay fecha límite para terminar la negociación del
TLCAN. Imposible saber a cuánto ascenderá la erogación total por concepto de
estos servicios que muchos consideran frívolos. A manera de referente: entre 1995 y
1997, la Secofi, antecesora de Economía, derrochó 7 millones 591 mil dólares en
lobbistas, publicarrelacionistas y consultores en Washington. Para los
gobiernos extranjeros pavonear a estos tratantes de influencias es más una
cuestión de estatus que una necesidad en una ciudad donde la forma es fondo.
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