Raymundo Riva Palacio.
El viernes pasado el gobernador de Chiapas,
Manuel Velasco, fue llamado una vez más a Los Pinos. El presidente Enrique Peña
Nieto le iba a reiterar que la lucha por la gubernatura de su estado se haría
con una alianza PRI y Partido Verde, y que el candidato sería el senador
priista Roberto Albores Gleason. Una semana antes le había dicho lo mismo, pero
la ratificación obedeció a todo lo que secretamente sucedió en los corrillos
palaciegos durante los últimos días. La locura chiapaneca se podría resumir,
gráficamente, de la siguiente manera:
El lunes pasado por la mañana, la
nominación estaba lista para Albores Gleason; por la noche, ya había cambiado
la decisión y se inclinaba por el senador verde Luis Armando Melgar, quien
tenía tres veces menos negativos que el priista y más posibilidades de crecer,
según las encuestas manejadas por los aspirantes. El martes, Melgar había sido
desbancado nuevamente y surgido, otra vez, Albores Gleason. El miércoles, ante
la creciente oposición a él, se propuso que la candidatura se decidiera
mediante una encuesta, pero la militancia verde en Chiapas rechazó la idea
porque el priista era intransitable para ellos. El jueves, Albores Gleason se
convirtió en el virtual candidato de la alianza.
La
esquizofrenia fue producto de las presiones y caprichos en el entorno del
presidente. Peña Nieto veía
originalmente bien la candidatura de Melgar, y lo mismo el precandidato a la
presidencia del partido en el poder, José Antonio Meade. Los verdes
chiapanecos, si no iba su líder estatal Eduardo Ramírez como candidato, apoyarían
al senador. Pero Melgar no era bien visto por el coordinador de la campaña de
Meade, Aurelio Nuño, ni por el presidente del PRI, Enrique Ochoa. El jefe
político del partido, Jorge Emilio González, dijo en privado que no confiaba en
él y entregó la candidatura al PRI.
Nuño
impulsaba a Albores Gleason y cada vez que se tambaleaba su candidatura,
persuadía al presidente que el priista sería el candidato ganador. Los
argumentos del enviado presidencial a Chiapas para realizar el diagnóstico de
lo que estaba sucediendo, Luis Enrique
Miranda, concluyó que el de mayor posibilidad de competencia era Melgar, fueron
insuficientes frente a los alegatos de Nuño. Peña Nieto, tras una semana de
dudas, lo respaldó. Después de todo, la encomienda para el proceso electoral es
que le cuidara la espalda.
Nuño, se podría observar, se ha
metido al control y manejo de la precampaña de Meade pensando más en Peña Nieto
que en el precandidato. Nuño tiene como dogma los números sin matices. En una plática después
de las elecciones para gobernador en el Estado de México, su alegría por la victoria fue interrumpida por la acotación que el PRI
había perdido por 56 mil votos frente a Morena, y que sólo la coalición con el
Partido Verde, Nueva Alianza y Encuentro Social, le había dado los votos
suficientes para salir avante. “¡Eso
no importa!”, atajó con una exclamación. “Lo que importa es que ganamos”.
¿Será? Los números absolutos de la alianza en Chiapas sí dan más votos que los
de Morena. Pero esos mismos números
muestran que los verdes casi duplican la votación del PRI. Es decir, si el
Verde se rompe, pierde el PRI.
La pregunta del porqué, pese a esos
datos, la insistencia de ir con Albores Gleason a costa de aplastar al
gobernador –que no quería la alianza– y de dinamitar la cohesión con los
verdes, tiene una sola respuesta: la venganza de Nuño contra Velasco por haber
jugado la sucesión presidencial a favor del exsecretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong.
Nuño está resentido con Osorio Chong por la forma como lo maltrató en las
negociaciones con la disidencia magisterial cuando era secretario de Educación,
y se la cobró al gobernador. No podría
haber encontrado mejor candidato para lastimar a Velasco y a los verdes en
Chiapas, que respaldar hasta el fondo, y a costa de todo, a Albores Gleason.
Su pensamiento lineal y soberbio, que
manejó desde la Oficina de la Presidencia en la primera parte del sexenio, pone
en riesgo la viabilidad de la victoria en Chiapas y en la elección
presidencial. En Los
Pinos, Nuño fue responsable de algunas
de las acciones que aún le cuestan al presidente, como aislarlo en una burbuja
donde la información se le bloqueó; por ejemplo, todo lo que tenía que ver con
seguridad, no se le informaba. Les cerró las puertas a los empresarios y los agravió.
Demoró durante semanas la intervención federal en el crimen contra los 43
normalistas de Ayotzinapa, cuyo manejo fallido provocó que la culpa terminara
adjudicándose a Peña Nieto. Hoy, el otro posible yerro está en Chiapas.
La
importancia estratégica del estado son los votos verdes. En 2012 le ayudó a
Peña Nieto, con casi un millón de votos para él, compensar la derrota en la
Ciudad de México ante Andrés Manuel López Obrador. Velasco había comprometido un millón 200 mil votos verdes para la
elección de Meade, pero en este momento cerca de 40 por ciento del potencial
ofrecido está ladeándose hacia Morena por la imposición de Albores Gleason.
Por eso, el número absoluto de votos es un sofisma cuantitativo que desconoce
lo cualitativo. Esa parte subjetiva, tan importante en las urnas, es lo que
hace vulnerable la estrategia de Nuño en Chiapas. Mal cuida la espalda del presidente al olvidar que, si pierde Meade la
elección, el segundo gran derrotado será, indiscutiblemente, Peña Nieto.
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