Adela Navarro Bello.
La creación de las asociaciones público-privadas,
una figura para “realizar cualquier esquema para establecer una relación
contractual a largo plazo, entre instancias del sector público y del sector
privado”, tanto en el gobierno federal, como en los estados, ha venido a
cambiar, y no precisamente para bien, la forma de hacer obra en los gobiernos,
y la manera de endeudarse.
La idea fue que ante la falta de
recursos en lo inmediato y para no afectar las economías de los gobiernos,
estos pudiesen establecer relaciones contractuales con empresas privadas para
que desarrollaran ciertos proyectos, ciertamente costosos, pero de necesidad
apremiante para la población. El gobierno entonces se compromete a pagar en
amortiguados pagos, la obra y el beneficio económico para la compañía.
El problema como siempre, es la
corrupción gubernamental que en México se hace muy poco por erradicarla, particularmente en este sexenio el cual erige barreras legislativas y
de procesos para no terminar la instalación al cien por ciento de un sistema
anticorrupción, y de sistemas de transparencia y acceso a la información que
garanticen no solo la aplicación de la Ley, cuanto más la supervisión
ciudadana sobre el debido actuar gubernamental en programas, obras, y el
ejercicio del gasto del recurso público, entre otros.
Inmersos en un gobierno corrupto, el
mal ejemplo cunde. No solamente el Gobierno federal es sujeto de sospechas,
muchas veces con pruebas a la vista, de la deficiencia de la aplicación del
gasto pública, o de la inversión del mismo en amigos, cuates y empresas afines
que reportan porcentajes sobre el dinero ejercicio (caso Odebrecht, estafa
maestra, etc.), también los gobiernos en los estados actúan en consecuencia. Un
sistema diseñado con una proclividad a la corrupción solo puede engendrar
funcionarios corruptos.
Ahí están
los casos de los ex gobernadores de Veracruz, Quintana Roo, Sonora, Chihuahua,
Tamaulipas, perseguidos ahora por haber abusado del recurso público en
beneficio propio, de sus amigos o de compañías afines e incluso fantasmas. El común denominador entre, por ejemplo y
respectivamente, Javier Duarte, Roberto Borge, César Duarte, Guillermo Padrés y
Tomás Yarrington, son las enormes deudas que dejaron en sus estados, y los
delitos por los cuales son perseguidos (con la eficiencia o no del ministerio
público federal), peculado, lavado de dinero, operaciones con recursos de
procedencia ilícita, y otros por el estilo.
Hoy día, aun acotados, la sociedad
tiene más instrumentos de supervisión sobre las acciones de gobierno. No solo
los periodistas independientes están haciendo investigación y análisis de la
información, también grupos organizados, colectivos, sociedad civil. Aparte están
las denuncias. Levantar la voz, denunciar, marchar, señalar, la transa, el
moche, los condicionamientos para la entrega de recursos, y las contrataciones
que desde los gobiernos benefician a unos cuantos y perjudican a los más.
Tan de moda los gobiernos abusivos,
en Baja California y con la complicidad de los diputados locales,
específicamente de trece de ellos, doce panistas y un perredista, el mandatario
estatal Francisco Vega de Lamadrid comprometió los ingresos de la administración
pública federal desde 2019 y hasta 2056, la suscribir una asociación público-privada
con una compañía para la construcción de una desalinizadora, que costará a los
bajacalifornianos más de 66 mil millones de pesos.
A ver, de acuerdo a documentos obtenidos por
reporteros de ZETA, la compañía que construirá la desalinizadora, Aguas de
Rosarito, SAPI de CV, a su vez integrada por tres compañías (NSC Agua SA de CV,
Suez de México SA de CV, y el fondo de inversión Blackrock), invertirá en la
edificación de la desalinizadora 9 mil 73 millones de pesos con un
financiamiento de socios de 1 mil 815 millones y un crédito bancario de 7 mil
258 millones de pesos; todo lo hará en un lapso de tres años, PERO OPERARÁ LA
DESALADORA DURANTE 37 AÑOS, DURANTE LOS CUALES CADA MES EL GOBIERNO DE BAJA
CALIFORNIA LE PAGARÁ LA CANTIDAD DE 149 MILLONES 312 MIL 19 PESOS.
Por supuesto que esos 149 millones
312 mil 19 pesos saldrán del presupuesto de Baja California, que para este 2018
fue aprobado en 50 mil 629 millones 430 mil pesos. Se obtendrá del pago de los
recibos de agua que realicen los bajacalifornianos, y en caso de no ser
suficiente, se han comprometido otros ingresos para pagar de manera puntual a
la compañía.
La realidad es que, en Baja
California, de acuerdo a opiniones expertas también consultadas por los
reporteros, no se requiere por el momento de tal infraestructura para hacer
llegar agua al estado,
de hecho, un reporte de la comisión estatal del agua da cuenta que en el estado
se utilizan 182 millones 908 mil metros cúbicos de agua, lo que equivale a 5.8
metros cúbicos de agua por segundo, del total de 6.0 metros cúbicos por segundo
que se generan en el estado.
Hay más.
En los documentos, que por cierto
deberían ser públicos y no lo son, o están ocultos en el sistema digital del
gobierno del estado, y los cuales fueron utilizados por la compañía privada
para justificar la inversión y ganar la obra y el pago a 37 años, se encuentra
la nómina que cubrirá a los principales empleados de la planta desalinizadora de
66 mil millones de pesos. En total, para 37 empleados, se
destinarán 31 millones de pesos al año, entre los trabajadores, el director de
la planta ganará, 359 mil 333 pesos al mes, el gerente 232 mil pesos y una
secretaria 45 mil pesos al mes, por mencionarle algunos ejemplos.
Ciertamente la compañía decide cuánto
ganan los empleados, pero no olvidemos, el dinero saldrá del presupuesto de
Baja California, y lo sueldos fueron presentados al concurso.
Cuando doce diputados del PAN (uno
voto contra) y uno del PRD, avalaron el endeudamiento del estado para cumplir
el capricho de la desalinizadora innecesaria al Gobernador panista Francisco
Vega de Lamadrid, endeudaron al estado.
Los
legisladores de oposición, incluido el de Acción Nacional, interpusieron ante la
Suprema Corte de Justicia de la Nación una acción de inconstitucionalidad para
revertir la aprobación de aquel dictamen 95 en el que se aprobó la asociación público-privada
que por una desalinizadora costará 66 mil millones de pesos al estado.
Por supuesto que tratándose de apoyo
oficial el Gobernador de Baja California lo ha tenido todo. Tiene a un congreso
estatal de mayoría panista que le aprueba cuanto endeudamiento propone,
convenio dispone y concesión entrega, y que nunca lo han llamado a rendir cuentas.
También lo apoya el Gobierno federal,
que, a pesar de ser de distintos partidos políticos, tienen una fructífera
relación a diferencia de la que otro panista, como Javier Corral, sostiene con
los priístas del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Lo único que no tiene Vega de
Lamadrid es el apoyo de la ciudadanía que cada vez más, se manifiesta ante
temas como el agua, y la sospecha de la corrupción, y de una parte de la oposición, que
como es el caso, se inconformaron ante el poder judicial, instancia que
resolverá determinando si la forma en que los panistas del Gobernador
madrugaron en el congreso del estado para aprobarle su ventajosa y carísima
desalinizadora, fue correcto o no.
Ojo con los gobernadores en México;
en Baja California, como en otros estados, se eliminó el fuero a los
mandatarios, va siendo hora de que en funciones se les investigue como es
debido, con todo y que el Gobierno federal se oponga a la instalación de un
real y eficiente sistema de combate a la corrupción.
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