Dolia
Estévez.
En su primer
año de Gobierno, Donald Trump pronunció 2 mil 140 afirmaciones falsas o engañosas,
según el barómetro The Fack Checker de The Washington Post. México, el villano
favorito del reality show al que Trump ha reducido la Presidencia de Estados
Unidos, ha recibido una buena dosis de mentiras. Apenas la semana pasada, dos
días antes de cumplir su primer aniversario, el cual celebró con una recepción
de 100 mil dólares por pareja, Trump dijo en su cuenta de Twitter que México,
“ahora está clasificado como el país más peligroso del mundo”.
La Secretaría de Relaciones
Exteriores lo contradijo con sorprendente prontitud. “Aunque México tiene un
problema significativo de violencia, es abiertamente falso que México sea el
país más peligroso del mundo”, dijo la dependencia a cargo de Luis Videgaray. Añadió que, de acuerdo a las cifras
más recientes de la ONU, México dista de ser uno de los países más violentos
del mundo, cuya tasa de homicidios es de 16.4, “muy por debajo de varios países
de la región”. La SRE reiteró, por enésima vez, que México no pagará por ningún
muro, como insiste un día sí y otro también Trump.
No hay indicios de que en este
segundo año de Gobierno Trump vaya a bajar la guardia contra México. El rédito político que le produce es demasiado tentador como para no
denostar y tratar de humillar a un país vecino que ve con desprecio y asco
racista, CON UN GOBIERNO QUE NO SE HACE RESPETAR.
Trump sabe que Enrique Peña Nieto no
es Ángela Merkel, la
Canciller de una nación digna y soberana como Alemania que no necesita a
Estados Unidos. Sabe que Peña no es
Emmanuel Macron, el joven presidente de Francia que marcó la raya al
brabucón desde el primer día; y sabe que no es Justin Trudeau, el hábil primer
ministro de Canadá que se las arregla para domesticar al bully del Norte sin
que éste se dé cuenta. EL PROBLEMA, POR
LO TANTO, NO ES TRUMP SINO EL SERVILISMO DE PEÑA.
¿Qué hará el
priista ante Trump en los escasos meses que le restan en el poder? Trump sabe que Peña está en el ocaso de su
vida política, que es un lame duck tan detestado por los mexicanos que su nivel
de aceptación es aún peor que el suyo entre los estadounidenses. Sabe que
el único legado que podría dejarle a su candidato José Meade, en el caso de que
éste se impusiera en los comicios de julio, es un sistema corrupto hasta el tuétano, administrado por funcionarios
igualmente corruptos.
La relación que hace un año empezó
con mal pie, luego de que Trump desinvitó a Peña a venir a Washington por
negarse a pagar por el muro fronterizo, en el mejor de los escenarios seguirá
igual. En el peor, podría alcanzar un punto de quiebre si
Trump se retira del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y cumple su
plan de deportar a 800 mil dreamers, 79 por ciento de los cuales son ciudadanos
mexicanos.
Peña ahora
está más débil que hace un año cuando en una insólita conversación telefónica
Trump sugirió enviar tropas a México para confrontar a los carteles, a los que
acusa de la epidemia de opioide que está devastando comunidades blancas que
votaron por él. Llamó ineptos a los militares mexicanos. PEÑA REACCIONÓ SUMISO. “SE DEJÓ SOBAJAR”, DIJO ANDRÉS MANUEL LÓPEZ
OBRADOR.
Trump no respeta, insulta. Si sus
interlocutores son débiles, los aplasta, y si son fuertes, negocia.
Que no sorprenda, pues, si Trump
aprovecha la decadencia de Peña para rematarlo con una estocada mortal que lo
despache sin boleto de regreso al cementerio de los cadáveres políticos.
Peña es demasiado ignorante para
darse cuenta quién es Trump. Demasiado superficial para entender que, como dice el genial
Philip Roth, “es un enorme fraude, la suma perversa de sus defectos, carente de
todo menos de la ideología vacía de un megalomaníaco”.
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