Dolia Estévez.
Luis Videgaray debe estar contando
con ansiedad los días que le restan como canciller. Su autoridad y poder de
virrey van en caída libre. La “cumbre de trabajo” entre Donald Trump y Enrique
Peña Nieto, que se esmeró en fraguar con el empequeñecido yerno Jared Kushner,
tronó cuando el mandatario estadounidense rechazó colérico la sugerencia de
Peña de no cobrarle en público el “bello” muro fronterizo. La relación México-Estados Unidos,
contrario a lo que piense, no es una coreografía en la que puede decidir el
movimiento de los actores a su antojo.
El nuevo revés coincide con el desplome
de Kushner. Esta semana, la Casa Blanca redujo su acreditación de seguridad
despojándolo de acceso a datos altamente secretos. A través de intercepciones
de comunicaciones, la inteligencia estadounidense descubrió que México, China,
Israel y los Emiratos Árabes Unidos intentaron manipular a Kushner. Los investigadores consideran que sus líos financieros, falta
de experiencia, ingenuidad política y conflictos de interés son
vulnerabilidades susceptibles al chantaje.
Aún no se revelan nombres, pero no se
puede descartar que Videgaray salga implicado. Kushner también es blanco del fiscal
especial que investiga supuestos vínculos con los rusos. A menos que Trump
intervenga para rehabilitar a su yerno, el laborioso castillo de arena que
construyó con Videgaray seguirá desmoronándose.
La relación con Estados Unidos está
en crisis. Por más que los operadores peñistas intenten compartimentar la
agenda, el choque
Trump-Peña, y la depreciación de Kushner, resonará en la mesa de negociaciones
comerciales. Que no sorprenda si Trump también las dinamita.
no aprendió
del episodio de enero de 2017 cuando desacuerdos entre Trump y Peña en torno al
muro abortaron la reunión que había pactado con Kushner. Deja vu. Es la tercera demoledora derrota de
Videgaray desde la invitación a Trump en plena campaña electoral en 2016 que le
costó el puesto en Hacienda.
En poco más
de un año, Videgaray, también conocido
como el Conde de Malinalco, ha hecho y deshecho a su antojo. Se ha conducido
fuera de los canales institucionales. Ha reducido la relación diplomática más
importante de México a su trato personal con Kushner. Ha tomado decisiones que
contravienen la política exterior de México. Expulsó al embajador de Norcorea,
país al que Trump emplazó a guerra nuclear, encabezó la ofensiva contra
Venezuela en la OEA y le hace el trabajo sucio a Trump en Centroamérica. Ni qué
decir de la insólita abstención en la ONU sobre la explosiva decisión
estadounidense de reconocer a Jerusalén como capital de Israel.
Kushner le
dio acceso privilegiado a la corte de Trump y Videgaray agradeció alineando la diplomacia de México a la del imperio.
Videgaray es el único canciller con “llaves de oro” a la Casa Blanca. Cuando
dice que la relación nunca había sido tan estrecha, se refiere a la suya con
Kushner. PERO ÉL NO ES MÉXICO, NI
KUSHNER ESTADOS UNIDOS.
Videgaray
pasa más tiempo a las orillas del Potomac que en su condado de Malinalco. Entre
el 4 de enero de 2013, fecha en que asumió el puesto, y el 14 de febrero
pasado, Videgaray ha viajado a la
capital estadounidense 15 veces. Más de una vez por mes en promedio. Las
últimas tres visitas se dieron en las primeras seis semanas de 2018. Según The
Washington Post, viaja en aviones de la Marina Mexicana y aterriza en hangar
privado del aeropuerto de Dulles, a 43 kilómetros de la capital.
No cree en la rendición de cuentas. Sólo dos veces ha convocado a rueda
de prensa en la Embajada de México. Inicialmente no quería que se conocieran
sus tratos secretos con Kushner. En
marzo de 2017, ocultó su tête-à-tête con éste. Nos enteramos porque le
pregunté expresamente. Los comunicados de la SRE son lacónicos. El 14 de
febrero, el último viaje del que se tenga registro, anunció que habría
encuentro presidencial “en las próximas semanas” para “revisar avances” y
“tratar temas pendientes”.
El
triunfalismo de Videgaray quedó plasmado en cuatro imágenes divulgadas por la
SRE sobre el “almuerzo de trabajo” que sostuvo ese día en la Casa Blanca.
Frente a Kushner y rodeado de los secretarios Acosta (Trabajo); Perry
(Energía); Ross (Comercio) y McMaster (asesor Seguridad Nacional), entre otros,
un conversador Videgaray acapara el centro de la escena. El apparatchik
binacional. Los dioses del Olimpo
finalmente se alineaban. Seis días después un indignado Trump lo bajó de las
nubes.
En casi dos siglos de relaciones
diplomáticas con Estados Unidos, ningún canciller había visitado Washington con
tanta frecuencia y con resultados tan desastrosos.
Jorge
Castañeda, en un año como canciller de Vicente Fox, vino seguido, pero no más
de ocho en total; Luis Ernesto Derbez, sucesor de Castañeda, quizá un poco más,
pero en un lapso de cincos años; Rosario Green, canciller en los últimos dos
años del sexenio de Ernesto Zedillo, estuvo en Washington entre cinco y seis
veces; Patricia Espinosa, la canciller de Felipe Calderón, unas ocho veces en
todo el sexenio. Fernando Solana y Bernardo Sepúlveda, cancilleres de Carlos
Salinas y Miguel de La Madrid respectivamente, acumularon más visitas por
haberse quedado todo el sexenio, pero no rompen el record de Videgaray.
El comportamiento de Videgaray no
tiene precedente. México ha padecido cancilleres arrogantes, soberbios,
inseguros, ineptos, grises, acomodadizos, ingenuos, pero ninguno había
subordinado el interés nacional a los designios de un enemigo declarado de México.
Que la
historia juzgue si es traición.
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