Raymundo Riva Palacio.
La relación entre México y Estados Unidos está más
deteriorada de lo que parece. Los últimos exabruptos del presidente Donald
Trump al negarse el presidente Enrique Peña Nieto a pagar por el muro
fronterizo, son lo de menos, por más sanguíneos que sean. La relación se siente
quebrada al haberse suspendido el intercambio de información sensible en materia
de seguridad, y al cerrarse dentro del gabinete estadounidense los canales de
intercambio en temas altamente delicados para la seguridad nacional. El gobierno de Peña Nieto inició mal su
relación con la administración de Barack Obama, cuando suspendió la amplia
cooperación alcanzada con el gobierno de Felipe Calderón, y terminará igual o
peor con Trump.
El caso más evidente es la información que tiene la Casa
Blanca sobre la interferencia rusa en el proceso electoral mexicano, expuesto
ante la opinión pública en un discurso del consejero de Seguridad Nacional de
Trump, H.R. McMaster el 15 de diciembre pasado en la Fundación Jamestown, en
Washington, donde afirmó: “Estamos
viendo que realmente hay un sofisticado esfuerzo para polarizar en sociedades democráticas
y echar a pelear una con otra a comunidades dentro de esas sociedades. Ya
estamos viendo las primeras señales de ello en la campaña presidencial en
México”.
Públicamente, el
gobierno mexicano minimizó esos señalamientos y mintió, en un principio, sobre
que no tenía evidencia alguna de ello. Sin embargo, la reacción privada fue
diferente.
En noviembre pasado, el
secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, viajó a Moscú para
reunirse con el canciller ruso Serguéi Lavrov. Oficialmente fue para revisar el
estado de las relaciones bilaterales, y al término de su encuentro descartaron
las versiones sobre la interferencia rusa en las elecciones presidenciales
mexicanas. “El gobierno mexicano no tiene ninguna evidencia que valide esta
hipótesis”, aseguró Videgaray. Fuentes diplomáticas, sin embargo, admitieron que el viaje fue preventivo y para buscar abrir canales de
comunicación fluidos con Moscú. Las alertas en el gobierno mexicano se habían
levantado pese a la postura pública de restarle importancia.
El 31 de enero, los senadores Marco Rubio, precandidato
republicano a la presidencia, y Bob Menéndez, el demócrata de mayor rango en el
influyente Comité de Relaciones Exteriores del Senado, le pidieron al
secretario de Estado, Rex Tillerson, en vísperas de un viaje a México y América
Latina, que planteara al gobierno mexicano recibir ayuda estadounidense para
salvaguardar su proceso electoral, dado que “los sistemas electorales débiles
pueden ser explotados fácilmente y manipulados por actores maliciosos como
Rusia”. Los senadores dijeron estar
“crecientemente preocupados” por la interferencia rusa en las elecciones
mexicanas. El 2 de febrero, al iniciar su gira por la región, Tillerson urgió
al gobierno de Peña Nieto en la Ciudad de México que estuviera atento a la
interferencia rusa.
El gobierno solicitó a Tillerson información para sustentar
lo que advertían en Washington, y de acuerdo con fuentes del gobierno federal,
lo único que han recibido desde entonces son evasivas. “No han querido darnos
más información de lo que públicamente han dicho”, dijo una de las fuentes
mexicanas. “Nos han dicho que nos darán información, pero no nos han
proporcionado nada”. Ni la Casa Blanca ni el Departamento de Estado han
proporcionado las evidencias que McMaster dijo tener, a menos que se las hayan
proporcionado a Videgaray durante su viaje reciente a Washington y la
información no haya sido compartida más allá del presidente Peña Nieto. Esta
posibilidad, sin embargo, es remota.
La información en poder
del gobierno de Estados Unidos donde aparece México se refiere al Proyecto
Lakhta, desarrollado por la Agencia de Investigación en Internet, con sede en
San Petersburgo, dedicada a la creación de páginas en Facebook para diseminar temas
controversiales que estimularan el encono, utilización de cuentas falsas en las
redes sociales o cuentas apócrifas mediante el robo de identidad. El Proyecto
Lakhta abarcó a 11 naciones, enfocado sobre todo en Estados Unidos, y
recientemente fue puesto al descubierto al ser acusados por el Departamento de
Justicia 13 ciudadanos rusos y 13 empresas de esa nación. En la acusación no se
mencionó a ningún país por nombre, salvo a Estados Unidos.
La Agencia de
Investigación en Internet era el corazón de lo que han llamado 'la granja de
troles', descrita ayer en este espacio, donde se mencionó que información en
poder del Instituto Nacional Electoral muestra que en los últimos meses han
notado una actividad extraña procedente de San Petersburgo. Las fuentes del
gobierno mexicano indicaron que sí existen evidencias de injerencia rusa en el
proceso electoral mexicano, pero que esa información aún es precaria, por lo
que habían recurrido al secretario Tillerson para que su país les aportara más
información para construir un andamiaje de blindaje. La respuesta ha sido negativa.
Los servicios mexicanos
de inteligencia han detectado desde hace tres años la creación de páginas en
las redes sociales donde se ha venido diseminando en español propaganda rusa y
apologética sobre el presidente Vladimir Putin. También han aparecido páginas
en Facebook donde se ha estado atacando a candidatos presidenciales, sin
preferencia sobre uno específico, alentando la polarización. Hay una serie de
cuentas en Twitter que se han analizado, pero la capacidad para poder
determinar si son parte de la operación desde San Petersburgo es limitada.
El tiempo está
corriendo en la campaña presidencial y el gobierno de Estados Unidos mantiene
la veda de información para México. Los funcionarios peñistas desconocen las
razones de ello, pero sugieren que quizá no quieran compartir esa información
porque pudiera poner en riesgo la identidad de sus informantes, en Moscú o en
México.
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