Javier Risco.
El fin de
semana se televisó el primero de los programas del periodista Javier Alatorre
entrevistando a los presidenciables. Empezó con Andrés Manuel López Obrador,
candidato de Morena, en su casa al sur de la Ciudad de México, en la delegación
Tlalpan. Aunque la entrevista no devela alguna declaración sorprendente o que
aporte algo nuevo a la conversación de las campañas, si nos muestra un aspecto
desconocido del candidato: la cercanía de la vida diaria y la casa que comparte
con su esposa Beatriz y su hijo Jesús, de once años.
Andrés
Manuel vive en un condominio horizontal, en una casa promedio de clase media
alta, de una extensión de 59 metros cuadrados, pero de poco más de 180 m2 de
construcción –a declaración del propio Andrés Manuel–, la familia López
Gutiérrez vive con dos recámaras, dos estudios, un pequeño jardín y una
apretada sala, cocina y comedor, viven
de manera cómoda, sin ser ostentosos. Es mucho más normal de lo que cualquiera
esperaría de un político mexicano, la referencia obligada, sin duda, la casa de
aquella portada de la revista Hola tan presumida por la primera dama, Angélica
Rivera, y que los llevaría al inicio de la debacle de su sexenio con el
reportaje titulado 'La casa blanca de Enrique Peña Nieto'. En fin, la casa de Andrés Manuel no tiene ningún
parecido con aquel 'exquisito' y a la vez impagable 'buen gusto' de uno de los
mejores arquitectos del mundo al servicio del presidente, en Las Lomas, de más
de 80 millones de pesos; la de él, según una búsqueda rápida en distintas
páginas de venta de inmuebles y con información de fuentes cercanas al
candidato, debe costar entre cuatro y seis millones.
En el
recorrido por la casa me quedo con dos momentos: el cuarto del candidato, mismo
que sorprende al periodista, “creía que iba a ser una habitación mucho más
grande” señala, acompañado de un vestidor austero, por lo menos en la ropa de
López Obrador. Alatorre contabiliza sólo ocho trajes que en palabras del
candidato: “los tengo desde que era jefe de Gobierno”. Otro momento interesante
es el cuarto de Jesús, su hijo, donde está Angélica, una trabajadora doméstica
que ayuda en la casa del candidato, quien a pregunta expresa del periodista
(¿qué tal el patrón?) lo califica de “muy agradable persona”. Qué más iba a
decir con 'el patrón' ahí.
En medio de
un café preparado por Alatorre, de cuadros de pintores tabasqueños, una
matrushka de Andrés Manuelovich y varios
documentos históricos de Madero, Juárez y Zapata, los temas son variados. Habla
de la educación “democrática” que recibe su hijo en el colegio; se detiene en
su religión: “soy cristiano, Juárez era anticlerical pero no antirreligioso”;
también analiza la frase de Carlos Hank González de “un político pobre, es un
pobre político” y la pone como la antítesis de su pensamiento como servidor
público; habla de la generosidad de la gente de la Ciudad de México; y del día
que enamoró a su esposa.
El ejercicio periodístico es
interesante porque por fin se rompe la burbuja del mitin y del foro de radio y
televisión, es distinto ver a un candidato en su terreno más íntimo,
particularmente a López Obrador, el cual se siente cómodo todo el tiempo ante
la presencia de Alatorre. “¿A quién hemos dicho que estimamos mucho?”, le
pregunta Andrés a Beatriz mientras abraza al periodista de Tv Azteca. La
comodidad también muestra una cara desconocida, una cara que poco había
mostrado en 12 años de campaña.
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