miércoles, 30 de mayo de 2018

Oye, Peña: tu última oportunidad es AMLO.


Martín Moreno.

La política tiene ciertos aires femeninos: poderosa, misteriosa, seductora y hasta caprichosa. Tal vez de allí su encanto.

Y uno de esos caprichos que se presentan invariablemente en la vida de un político, se le pondrá enfrente a Enrique Peña Nieto la misma noche del próximo uno de julio, día de la elección presidencial. Una especie de última llamada para intentar pasar a la historia como un demócrata, aunque no lo sea. Para procurar resarcir su desprestigiado nombre. Para lograr un momento que lo marque de manera positiva al hacer el balance final de su gobierno, al menos, en el episodio de la transición presidencial.

¿De qué estamos hablando?

De que Peña Nieto, el Presidente de la corrupción.

De que Peña Nieto, el Presidente de la Casa Blanca.

De que Peña Nieto, el Presidente de Odebrecht.

De que Peña Nieto, el Presidente de Ayotzinapa.

De que Peña Nieto, el Presidente de los 100 mil homicidios.

De que Peña Nieto, el Presidente inculto.

De que Peña Nieto, el Presidente aborrecido.

Enrique Peña Nieto tendrá, dentro de prácticamente un mes, una oportunidad de oro, única e irrepetible dentro de su agonizante sexenio, para intentar medianamente revertir su deshonra pública y, como ocurre en las democracias consolidadas, reconocer – claro, siempre y cuando así ocurra en las urnas a golpe de votos-, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la cada vez más cercana elección presidencial.

Sí, en una carambola del destino; en una parábola de la política y si a Peña Nieto, a eso de las 2 de la tarde (a esa hora en Los Pinos ya sabrán como vienen las tendencias electorales) le confirman el triunfo de AMLO, entonces debería comenzar a darle los toques finales al discurso de la derrota y salir por la noche a decir: “Las tendencias favorecen a López Obrador…”.

Pero también está el otro lado de la moneda:

La tentación de Peña Nieto de no reconocer ese día la victoria de AMLO, a pesar de que así se lo confirmen las encuestas de salida que le serán entregadas en su despacho y que, junto con el PRI, algunos consejeros del INE y la bancada priista que opera en el TEPJF, decidieran intentar un llamado “fraude patriótico” y no solo no reconocer la victoria del candidato antisistema sino que, de paso, forzar el triunfo de Anaya o de Meade – que hoy se encuentran a una distancia abismal de AMLO-, llevando al país a un estado de inestabilidad social de gravísimas consecuencias.

1/Julio/2018: ser o no ser un demócrata.

He ahí el dilema para Enrique Peña Nieto.

“Si Peña se da cuenta, mes o mes y medio antes, de que Meade la tiene perdida, entonces no va a hacer ese esfuerzo desesperado, si no que va a tratar de pactar con AMLO o Anaya….”, advierte Jorge Castañeda en mi reciente libro “1/Julio/2018 Cambio Radical o Dictadura Perfecta” (Random House/Aguilar).

Este punto es fundamental.

Y ya estamos a un mes de la elección presidencial.

Luego entonces, Castañeda – profundo conocedor del sistema político mexicano y autor del estupendo y necesario libro La Herencia: Arqueología de la Sucesión Presidencial en México-, sabe perfectamente de lo que habla y advierte en mi libro. (La entrevista en turno fue a finales de enero pasado). Desde entonces, ya se vislumbraba esta posibilidad, con AMLO a la cabeza de las encuestas promedio.

Imaginemos la escena, sin despegarnos tanto de la realidad:

Uno de julio. Los Pinos. 2 de la tarde. Reunido con Aurelio Nuño, Luis Videgaray y Eduardo Sánchez, Peña Nieto revisa las tendencias de salida de la elección presidencial. No varían tanto de las encuestas mostradas durante junio: López Obrador va adelante por más de 15 o 20 puntos (entre 7.5 y 10 millones de votos) de diferencia sobre Anaya, mientras Pepe Meade se ahoga en un tercer lugar irremediable.

Peña se hunde en su sillón, abatido. Sus colaboradores guardan silencio ante la derrota.

Peña Nieto sabe que llegaría este momento y que deberá tomar una decisión histórica, acompañada, sea cual sea, de cualquiera de las siguientes frases:

Saldré a reconocer por la noche el triunfo de López Obrador…
O bien:

No reconoceré el triunfo de Andrés Manuel. Prefiero que gane Anaya. A trabajar, señores…

No hay mayor margen de maniobra.

O se reconoce el triunfo del ganador, o no se reconoce.

Así de sencillo.

¿Ya habrá tomado una decisión Peña Nieto, a tan solo un mes de la elección presidencial?

Un verdadero demócrata no tendría ningún conflicto interno: reconocería el triunfo de quien realmente ganara. Sin chistar.

Pero Peña Nieto no es un demócrata. Jamás lo ha sido.

ES PRIISTA. Y MEXIQUENSE.

¡Ups!

Si Peña Nieto reconoce el triunfo por demás anticipado de AMLO – insisto: si esto ocurre finalmente en las urnas-, pasará a la historia como un Presidente que tuvo la dosis suficiente de democracia para reconocer, de cara a la nación, el triunfo de su odiado rival, anteponiendo el interés nacional por encima del trauma personal. Los mexicanos se lo reconocerían y así, lograría rescatarse a sí mismo, aunque sea en parte, mostrándose como un mandatario respetuoso de la voluntad mayoritaria. Sí, como cuando Zedillo reconoció el triunfo de Vicente Fox.

Pero si Peña Nieto decide escuchar a sus demonios priistas, y se decide por buscar un “fraude patriótico” del cual tanto se habla hoy, negándole el triunfo al ganador legítimo, entonces de una vez hay que prepararnos para un episodio de alta inestabilidad, violencia y crisis en todos los órdenes, al no respetarse el voto de la mayoría.

Peña Nieto tiene la palabra.

Demócrata o sátrapa.

He ahí su dilema.

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