Raymundo
Riva Palacio.
En el
momento actual de doble crisis global, el escenario en Palacio Nacional no
podía haber tenido una metáfora más apropiada. El presidente Andrés Manuel
López Obrador, hablando solo, como se está quedando ante su negativa de
reconocer la realidad que enfrenta, y de asumir el liderazgo que todos le
piden. Su primer informe trimestral de gobierno, fue más allá de la frontera de
lo decepcionante, que era esperado, para convertirse en algo patético.
Perdió la
oportunidad de recuperar el consenso nacional con un mensaje de reconciliación
en tiempos de crisis, y se hundió una vez más en sus rencores, fobias y
traumas. Dejó escapar la convocatoria para enfrentar la crisis económica que le
propuso un grupo de notables, varios de ellos de izquierda y algunos camaradas
en las largas luchas por el cambio, y enseñó lo que es, un Presidente de mira
tan corta que se vuelve insignificante de forma acelerada.
Ya sabemos
que López Obrador carece de visión estratégica y es inmediatista. También
conocemos de la forma como engaña –la gasolina no bajó de precio por una acción
de gobierno, sino por el desplome de los precios de crudo–, de sus afirmaciones
insostenibles –hace tres meses, cuando inició la pandemia del Covid-19, no
informaron a la población, sino minimizaban la crisis y él urgía darse besos y
abrazos–, o miente flagrantemente –ya inició acciones para reactivar la
economía. Lo que no se había visto con tanta claridad es cómo perdió el toque
mágico para concitar a que se le siga.
López
Obrador no tiene idea de cómo enfrentar la doble crisis que se vive. Retomó,
para acompañarse, a Franklin Delano Roosevelt, que asumió la presidencia de
Estados Unidos en el clímax de la Gran Depresión de 1929, y que para
enfrentarla lanzó una serie de programas y proyectos que se conocen como el New
Deal, que buscaba restablecer la prosperidad de los estadounidenses mediante la
estabilización de la economía, la creación de empleos y de apoyar a los más
necesitados. En efecto, suena como lo que dice López Obrador que está haciendo,
pero las diferencias entre ambos son fundamentales.
El New Deal
de Roosevelt tuvo dos etapas y duró ocho años. El restablecimiento de la
normalidad en México, afirma López Obrador, será en breve. Ni siquiera tiene
idea de los tiempos, ni de la evolución misma de la doble crisis. Roosevelt
lanzó un plan primero a los 100 días, donde acabó con la prohibición del
consumo de alcohol –para legalizar una sólida industria, estimular el consumo y
aumentar la recaudación–, creó una organismo para construir presas a lo largo
del río Tenesí, una zona muy marginada, para generar empleos y energía
eléctrica a bajo costo, y logró que el Congreso aprobara una ley para pagar a
los campesinos su producción, para modificar el exceso de oferta frente a la
demanda, y que subieran los precios.
López
Obrador no piensa en términos productivos. Mantendrá la transferencia directa
de recursos a actividades que no ayudan al crecimiento, sin reactivar la
economía con apoyo a las empresas. Roosevelt salió en defensa de los bancos y
ordenó que cerraran cuatro días para evitar que perdieran todos sus activos. Un
día antes de que reabrieran, le pidió a los estadounidenses que regresaran sus
ahorros a los bancos. Al mes, el 75 por ciento de los bancos habían reabierto,
con esa medida evitó el colapso del sistema de pagos nacional. Garantizó el
derecho a la sindicalización de todos los trabajadores y a ganar más, pero como
estímulo a las empresas suspendió las leyes antimonopolio. El liderazgo de
Roosevelt, al iniciar su administración, después del desastre de Herbert
Hoover, su antecesor, le ayudó a que lo siguieran.
López
Obrador no presentó ningún plan de estímulos para las empresas, que generan 92
por ciento del empleo nacional, bajo el supuesto, como se los dijo a los
líderes empresariales con quienes se reunió el jueves, que no es necesario
porque la recaudación no caerá. ¿De dónde saldrá para pagar impuestos cuando
una empresa tenga que cerrar por que no hay consumo para sostener la operación?
Sólo su cabeza tiene la respuesta.
El
presidente leyó mal el New Deal o, cuando menos, incompleto. Roosevelt tuvo que
realizar una segunda fase porque la primera no alcanzó para la reactivación de
la economía –sí de alivio para los más necesitados. Ni siquiera la segunda fase
le alcanzó. No fue el New Deal lo que sacó a Estados Unidos de la depresión
económica, sino la Segunda Guerra Mundial. Aún así, la estructura de Roosevelt
no tiene nada que ver con el desorden programático de López Obrador.
El contexto
también le falla al Presidente. El New Deal, en donde tanto abreva –aunque su
política económica no es keynesiana, como la de Roosevelt, sino monetarista,
como la de la Escuela de Chicago que tanto aborrece en el discurso– no tuvo que
lidiar, al mismo tiempo, con una pandemia. El Covid-19, que es la otra gran
crisis global, no parece todavía estar en la urgencia estratégica de López
Obrador, quien se refirió varias veces en términos generales, superficiales y
tramposos, como afirmar que México es el país con menos infectados después de
India, y el tercero con menos fallecimientos, cuando si se analiza a partir del
primer caso de contagio, el avance en México es el segundo más rápido del
mundo, sólo superado por Italia.
Viene lo
peor, dijo López Obrador. Añadamos, en todo sentido. Muchos mexicanos creen que
el gobierno está en manos incompetentes. López Obrador cree lo contrario. Los
resultados dirán quién tuvo la razón. El riesgo es que en las manos del
Presidente están las decisiones que significarán vidas o muertes, daños
económicos prolongados o mitigados. Ojalá tuviera la razón.
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