Raymundo
Riva Palacio.
El breve
encuentro que sostuvieron la madre de Joaquín El Chapo Guzmán y el presidente
Andrés Manuel López Obrador, en el municipio de Badiraguato, el fin de semana
pasado, provocó una intensa polémica que trascendió al mundo. El contexto lo
explicaba: la amabilidad presidencial con la familia del criminal más famoso
del mundo en Badiraguato, donde cualquiera que conozca esos rumbos sabe que no
se entra, so pena de arriesgar la vida, salvo con la autorización de quien
manda ahí, el Cártel del Pacífico.
El saludo de
López Obrador a la señora, de gran fuerza óptica, ocultó lo importante: el
contenido de una carta que le envió y sobre la cual dio acuse de recibo.
La carta
revela que a petición de la madre, María Consuelo Loaera, le piden que
intervenga ante el gobierno de Estados Unidos para buscar la repatriación de El
Chapo Guzmán, el presidente de México instruyó a la secretaria de Gobernación,
Olga Sánchez Cordero, a los secretarios de Relaciones Exteriores y Hacienda,
Marcelo Ebrard y Arturo Herrera, y al fiscal general, Alejandro Gertz Manero,
para reunirse con los abogados del criminal, quienes, según la misiva, les
aportaron pruebas para demostrar que “había sido entregado ilegalmente” a las autoridades
de ese país.
Cuatro
miembros del gabinete, cubriendo todos los ángulos posibles, intercedieron ante
el gobierno de Estados Unidos para ver la repatriación de Guzmán Loera,
extraditado a Estados Unidos en enero de 2017, y sentenciado en la Corte
Federal del Distrito Sur, en Brooklyn, a cadena perpetua, culpable de 25 de los
27 delitos de los que lo acusaron. El Chapo se encuentra en la prisión Supermax
en ADX Florence, en Colorado, el centro de máxima seguridad en Estados Unidos
donde, metafóricamente hablando, se vive muerto.
No hay
información actualizada sobre el rumbo de esas gestiones, pero sí sobre una
diligencia aparentemente realizada por instrucciones de López Obrador, para que
se le permitiera a la madre de El Chapo, por segunda vez, visitar a su hijo por
razones humanitarias. La señora Loaera dice en su carta que le negaron ese
permiso, a lo que en declaraciones a la prensa, el Presidente señaló que eso
dependía de los responsables en su gobierno y de la Embajada de Estados Unidos.
La carta
revela además que los cuatro miembros del gabinete –porque no hubo desmentido o
precisión al respecto–, recibieron a los abogados de El Chapo, José Luis
González Meza y Juan Pablo Badillo, quienes les detallaron las razones por las
cuales querían que fuera repatriado. Aunque no se precisa, si argumentan que la
extradición fue “ilegal”, entonces por una violación al debido proceso tendría
que reponerse toda la gestión.
El
Presidente ha quedado demasiado expuesto y levantó muchas cejas. Coincidió,
probablemente fue eso, una coincidencia, que el encuentro fue el día del
cumpleaños de Ovidio Guzmán López, el hijo predilecto de El Chapo, a quien puso
en libertad el gobierno federal, el 17 de octubre pasado en Culiacán, tras
haberlo detenido durante más de tres horas, en cumplimiento de una solicitud de
extradición de Estados Unidos. Aquél episodio mostró, cuando menos, la
claudicación del Estado mexicano al Cártel de Sinaloa, y generó mucha
especulación sobre el grado de cercanía de la organización criminal en el
gobierno de López Obrador.
La visita a
Badiraguato, como toda la agenda del Presidente, era pública –lo que en sí
representa un riesgo para la seguridad nacional–, por lo que el encuentro pudo
haber sido, como dijo López Obrador, fortuito. La prensa que regularmente
acompaña a López Obrador en sus giras, no fue a Badiraguato, y periodistas
locales sinaloenses comentaron que fueron alertados del encuentro que se iba a
producir cerca del poblado de La Tuna, en ese municipio, donde nació y creció
el criminal, por miembros del equipo de la defensa de El Chapo.
El hacer
público ese encuentro, por breve que fuera, mostró que El Chapo mantiene el
respaldo de López Obrador, no sólo por razones humanitarias, sino gestiones que
tienen que ver con sus actividades criminales.
No se sabe
si el presidente, en efecto, instruyó al canciller, Marcelo Ebrard, que una vez
recibida la documentación, haga el trámite formal ante el gobierno de Estados
Unidos, o si sólo le dio entrada a la petición, cubrió las formas involucrando
a cuatro miembros de su gabinete, y no hicieron nada más que eso.
En cualquier
caso, el Presidente quedó muy mal parado. En términos de imagen en México, como
se apreció durante la polémica, las analogías se hicieron desde diferentes
trincheras, de cómo era solícito con criminales, pero agresivo y excluyente con
quienes, del lado de la ley, discrepan de sus ideas y políticas.
Pablo
Hiriart lo expresó nítidamente ayer en estas páginas: “Básico, no más rondas
con el narcotráfico: a ponerse de manera inequívoca y firme del lado de la
sociedad y no de sus verdaderos verdugos”.
Fuera de
México, particularmente en algunos sectores en Estados Unidos, causó aún más
extrañeza, no sólo por ser reiterativo en un discurso terso e incluyente con
miembros del Cártel de Sinaloa, sino porque también aparece en una de las
fotografías que circularon sobre su visita a Badiraguato, una persona que es
considerada “de interés” para las autoridades de ese país, y de quien tienen
registro de que lo visitó en la cárcel de Ciudad Juárez, poco antes de ser
extraditado.
Se podría
pensar que López Obrador ha estado demasiado cerca de narcotraficantes para
estar cómodo. Pero cuando se le escucha, se cae esa idea. Para el Presidente,
son peores los criminales de cuello blanco, y argumenta sin sostén jurídico, que
en el pasado, funcionarios trabajaban para el Cártel de Sinaloa.
La narrativa
sigue funcionando en México, pero eventualmente tendrá costos en el flanco que
se está ensanchando: la Casa Blanca.
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