Raymundo Riva Palacio.
En el
mensaje político a propósito del Quinto Informe de Gobierno, el secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, traía una “cara de funeral”, como lo
describió Arturo Cano en su crónica en La Jornada. “Continúan siendo un
misterio sus aspiraciones”, escribió Horacio Jiménez en su relato del evento en
El Universal. “Para él no hay tiempo ni espacio para fotos ni abrazos”, agregó
al compararlo con lo sociable y dicharachero del resto de sus colegas en el
gabinete. El pachuqueño sí es un
misterio en público, no de ahora, sino de siempre. No muchos saben que es un hombre de noche, como su amigo, el presidente
Enrique Peña Nieto, de quien solía despedirse casi amaneciendo, y su cómplice
en las juergas con Juan Camilo Mouriño, el hombre fuerte en el gobierno de
Felipe Calderón, antípodas de lo que es en público, serio, solemne y de rasgos
severos.
Osorio Chong
se ha preparado desde el comienzo para ser sucesor de Peña Nieto. A lo largo de
su gestión ha mantenido un cuarto de guerra en las sombras para definir
estrategias, y tomó clases para mejorar su dicción, notable avance de alguien
que hablaba como lectura de un mensaje telegráfico, a una fluidez que hace
olvidar sus espasmos lingüísticos. Pero la candidatura del PRI le parecía que
se le escapaba de las manos. Hace unas semanas, admitió en privado que los
momios sucesorios no estaban inclinados por él. En los pasillos del poder,
comenzando por Los Pinos, los nombres de sus colegas de gabinete, José Antonio
Meade, José Narro y Nuño, encabezaban las ternas que buscan adivinar el
pensamiento del presidente Peña Nieto sobre su sucesor.
Nadie, sabe
cómo está pensando Peña Nieto porque nunca, en situaciones similares, guardando
las diferencias, ha comentado las opciones que está considerando. Hace varios años, un profesor de política
en la Universidad de Harvard trazó analogías entre el PRI y el Partido
Comunista ruso, afirmando, para sorpresa de sus alumnos, que sería más fácil de
romper el régimen de Moscú que el de la Ciudad de México, por la flexibilidad
del sistema político mexicano y los enormes recursos políticos de su presidente
para hacer su voluntad. Había otros ángulos de comparación.
En Moscú, los kremlinólogos
observaban el presídium durante el desfile militar de la Revolución de Octubre
para ver quién empezaba a acercarse al centro y determinar cómo iba subiendo en
jerarquía y poder. En el México de la república priista también se ven los
presídiums y se trata de adivinar con gestos y lenguajes de cuerpo lo que el
presidente en turno piensa sobre su sucesor. Es cierto que no hay ninguna sucesión que atrape el
imaginario colectivo mexicano como una priista, producto, se puede pensar, de
una vieja cultura autoritaria que permeó estilos de vida. El Quinto Informe de
Gobierno del presidente Peña Nieto era la ocasión para intentar penetrarle el
pensamiento sucesorio.
Las señales se dieron, a juicio de
quienes las interpretaban. La enorme sonrisa del secretario de Hacienda, la despedida del secretario de Relaciones
Exteriores antes que al de Gobernación, o que los subsecretarios de Educación
fueran colocados con el grupo de invitados especiales y no en lo alto de la
última tribuna, junto a las cámaras de televisión, como sucedió cuando el
titular era Emilio Chuayffet. La suma de las señales buscaban un destino
manifiesto, y las crónicas periodísticas decían que no hubo ninguna. ¿Realmente
no hubo ninguna? Habría que regresar al discurso de Peña Nieto el 2 de
septiembre, donde habla bien de la economía y dice que, pese al entorno
internacional, México sigue creciendo. Entonces, no ve la economía como un tema
que requiera de un experto para el próximo sexenio. No habló en concreto de las
reformas, sino en lo general como una necesidad para seguir consolidando el
cambio, enmarcado en lo político: que no haya polarización, ni división. O sea,
un candidato con perfil político es lo que México necesita, si uno se atiene al
texto del mensaje presidencial.
Lo que subrayó Peña Nieto como la
prioridad nacional es la seguridad, a la cual le dedicó la primera parte de su
mensaje, y reconoció que se volvió un problema serio. “En los primeros cuatro años de esta
administración, se logró disminuir la incidencia de delitos del fuero común por
cada 100 mil habitantes”, dijo. “Sin embargo, ese resultado se ha revertido.
Hoy, una parte significativa de los homicidios no está relacionada con el
crimen organizado, sino con delitos del fuero común, aquellos que son
responsabilidad de los estados y municipios”.
Es decir, son los gobernadores y los
alcaldes quienes no han hecho su trabajo y por ello el incremento de la
violencia. Para quienes piensen que la responsabilidad primaria recae en Osorio
Chong –como quien esto escribe–, Peña Nieto considera otra cosa. No es él el
culpable de la espiral de violencia que se vive, sino otros. ¿Tiene el camino relativamente libre
para la candidatura? Funcionarios en Los Pinos insisten en el distanciamiento
del presidente con él, pero quienes los han visto interactuar en el gabinete,
ven calidez y cercanía. Hay señales, pero no definitivas. Lo único que puede
afirmarse en este momento es que Osorio Chong es quien encabeza las encuestas
para 2018 dentro del PRI –por conocimiento de la persona–, que sería un error
descartarlo a priori de la contienda, y que el dogma de Peña Nieto es escoger
al candidato con el que pueda ganar, sea quien sea.
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