Francisco Ortiz Pinchetti.
En medio de la batahola mediática en
la que nuestra clase política se retrata de cuerpo entero –y se desnuda— con
toda clase de acusaciones, denuestos, demandas, insultos, descalificaciones y
filtraciones, conocemos los índices de pobreza que describen crudamente la
realidad nacional. Mientras los miserables se baten en las cloacas y la
ignominia, nuestros pobres denuncian con su sola existencia una situación de
injusticia y desigualdad que no atinamos a remediar. Esta es la verdadera
tragedia de México.
Medios y redes sociales se saturan
literalmente con la estridencia de los escándalos de la corrupción, el reparto
multimillonario entre los partidos, las acusaciones mutuas de enriquecimiento
ilícito, las traiciones, los negocios al amparo del poder, las mentiras, los
fraudes, las simulaciones. Debería
darles vergüenza. Debería darnos vergüenza.
Tan solo en
la última semana han sido protagonistas de ese espectáculo deprimente
personajes de todos los partidos, de todos los colores. Entre ellos se tildan de esquiroles, tramposos, mapaches, chantajistas.
Ahí han estado lo mismo panistas que priistas, perredistas, verdes y
morenistas. Todos.
Y en tanto esos miserables (en el
sentido de la primera acepción del término, como “ruin o canalla”, según la RAE) se confrontan hasta entre correligionarios, conocemos las cifras sobre
la pobreza en nuestro país y sobre la distribución del ingreso. Y concluimos que
la situación de la mayoría de los mexicanos es absolutamente inaceptable, pero
al parecer irremediable, como resultado precisamente de un sistema político
corrupto e ineficaz del que se benefician unos cuantos.
Debiera
resultar alentador saber que según las mediciones del Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en 2016 se
registraron reducciones en pobreza y en pobreza extrema respecto a 2014. No lo
es, si ocurre que todavía tenemos en condición de pobreza a 53.4 millones de
mexicanos (43.6 por ciento de la población total), aunque la cifra sea dos
millones menor que la registrada en 2014. Y a 9.4 millones (el 7.6 por ciento)
en pobreza extrema, contra 11.4 millones de la medición anterior. Según el Coneval, la pobreza se redujo en 27
entidades federativas, y aumentó en Chiapas, Campeche, Oaxaca, Tabasco y
Veracruz. La pobreza extrema se redujo
en todas las entidades, salvo Tabasco.
Hay que
aceptar que, según la estadística, mejoramos. O para ser más precisos, estamos
menos mal en cuanto a la cantidad de compatriotas que no alcanzan los niveles
mínimos de bienestar. Quiere decir que, a pesar de todas nuestras calamidades,
algo está funcionando bien. La economía, el empleo, los programas sociales, las
transferencias de los paisanos, la suerte.
Sin embargo, la realidad más cruel y
dolorosa es que, pese a esos avances, la desigualdad entre los más ricos y los
más pobres en México no cede, sino se agrava. La diferencia entre los ingresos
que perciben los hogares ricos es 21 veces mayor a los que captan los
habitantes de las viviendas más pobres en el país. De ese tamaño. Entre 2014 y
el año pasado, el ingreso corriente promedio en el estrato más bajo fue de 91
pesos por día, mientras que en el extremo contrario registró los mil 876 pesos
diarios. La distancia es brutal.
Otra forma
de decirlo, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los
Hogares (ENIGH) correspondiente al 2016 y presentada el lunes pasado por el
INEGI, es que el 30 por ciento de los hogares con mayores ingresos concentró el
63.3 ciento de los ingresos corrientes totales, mientras que el 30 por ciento
de los hogares con menores ingresos obtuvieron apenas el nueve por ciento del
costal.
En ese sector privilegiado de nuestra
sociedad se ubican precisamente los funcionarios de alto nivel, los senadores y
los diputados federales y locales, cuyos salarios superan los 120 mil pesos
mensuales libres (es decir, cuatro mil pesos diarios), a los que habría que
agregar prestaciones, bonos, gratificaciones, aguinaldos… y moches.
En ese contexto, datos como la
erogación de seis mil 800 millones de pesos como subsidio a los partidos
políticos indignan,
por más que se quiera justificar como una inversión necesaria para el
funcionamiento de nuestro sistema democrático. En total, el INE reclama un presupuesto de más de 25 mil millones de
pesos para 2018. “Ni modo, hacer elecciones es caro”, dijo con cierto cinismo el
presidente del INE, Lorenzo Córdova Vianello, uno de los afortunados miembros
de la elite burocrática mexicana. Él gana más de 236 mil pesos brutos al mes,
más prestaciones. Sí, nos sale caro.
Es obvio que el reducir los sueldos
de los políticos y altos funcionarios no resolvería en absoluto nuestros
problemas de pobreza, marginación y desigualdad. Pedirlo, ofrecerlo o prometerlo
como solución mágica para nuestros males es pura demagogia. Serviría al menos,
eso sí, para no premiar la ostentación y el dispendio con los que los
miserables de este país ofenden a los más pobres.
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