Javier Risco.
La práctica constante de saltar
impunemente de un puesto a otro se nos ha vuelto tan común que le dimos un
verbo: 'chapulinear'. Desde este fin de semana –en una nueva temporada–
nuestros políticos comenzaron a usarlo, no con miras en la continuidad de proyectos
exitosos que les den resultados a los ciudadanos, sino con el fin único de
mantenerse en el poder.
El 'chapulineo' no es malo por sí
mismo, si pudiera justificarse con un proyecto político que esté dándole
resultados al país. Es verdad que un político tiene derecho a hacer una carrera
y ascender, pero ‘subir de puesto’ tendría que ser una promoción que los jefes
–los ciudadanos que pagamos impuestos– otorguemos con base en resultados. No
debería ser una decisión basada en una aspiración de otro puesto, si no el
empuje de ciudadanos que desean que alguien que hace un buen trabajo, lo haga
desde una plataforma con mayores alcances.
¿Un ejemplo?
A la mente me viene Pedro Kumamoto, quien desde un Congreso local puso en jaque
a los partidos políticos, generando en dos años el apoyo a una iniciativa como
#SinVotoNoHayDinero, que le dio los méritos necesarios para que los ciudadanos
busquemos ‘darle un ascenso’, un proyecto que requiere una continuidad a nivel
nacional y que le dio el derecho a buscar llegar a un escaño del Senado.
Kumamoto es una excepción y no una regla.
Durante el fin de semana fuimos
testigos de distintos 'chapulineos' de todos los colores. Aunque en México las
elecciones son el 1 de julio de 2018, aquí los funcionarios ya dejaron de pensar
en el hoy y tienen los ojos puestos en el nuevo puesto del que quieren vivir.
¿Se vale que se auto-promocionen de puesto aquellos que no han entregado
resultados que nos indiquen que están trabajando en nuestro beneficio?
El sábado, el jefe de Gobierno,
Miguel Ángel Mancera, tuvo que reconocer su derrota de una candidatura que
nunca fue suya. En
una de las 16 conferencias de prensa que ya no tenían como propósito (aunque sí
nombre) un corte informativo sobre la reconstrucción de la ciudad, y que
aprovechó usando su puesto de gobernante de la capital del país para presionar
al ‘frente ex ciudadano’. Se quedó con
las ganas de 'chapulinear', pero no por decisión propia, sino para mantener lo
único que le quedó y lo que no debió olvidar nunca: un año al frente de CDMX.
Pero que ‘el
jefe’ no se vaya no quiere decir que sus
subalternos suspirantes no aplicaran el salto. Tres de sus secretarios –hasta
hoy– dejaron el barco para buscar un nuevo puesto. Manuel Granados, exconsejero
jurídico, una de las manos derechas de Mancera, exdiputado local, quien lleva
más de cinco años con un sueldo pagado por nosotros, tiene ahora la encomienda
de dirigir al PRD para que el PAN no tome (más) ventaja en la negociación de
puestos por los que competirá el Frente.
Después de un año construyendo el
proyecto de Constitución de la CDMX y un año peleando en la SCJN las
impugnaciones de la Carta Magna, Granados dejó de lado la defensa del proyecto
estrella de Mancera para asegurar los huesos de los amarillos. Un 'chapulineo'
sin justificación basado en los resultados de su chamba.
Salomón Chertorivski, exsecretario de
Desarrollo Económico, dejó su puesto porque aún cree que frente a la maquinaria
que echó a andar Alejandra Barrales puede competir para ganar la candidatura
del Frente y contender por la ciudad. ¿Y la lucha por el incremento del salario
mínimo? Una tarea que Mancera deberá asignar a alguien más.
Armando Ahued, titular en dos
sexenios de la Secretaría de Salud capitalina, decidió que también prefería
medirse frente a la experiencia de Chertorivski y la operación política de
Barrales para competir por la candidatura del Frente. Total, el programa Médico
en Tu Casa ya cumplió su propósito: servirle un año de pretexto a Mancera para
buscar una candidatura que no pegó.
Claudia Sheinbaum, de Morena, también
aplicó el 'chapulineo'. Dejó la delegación Tlalpan un año antes del tiempo para
el que la gente la eligió, con el objetivo de ser la izquierda que le robe 20
años de poder a la ¿izquierda? De un PRD disfrazado de azul.
Ricardo Anaya por fin dijo en voz
alta lo que todos sabíamos desde que se propuso dirigir al blanquiazul: quiere
ser presidente. Y no le importó el auto-dedazo y menos le importó dejar a su
partido dividido, una división que en el Congreso mantiene en vilo la
aprobación de cosas fundamentales, como el fiscal general, fiscal
anticorrupción, o parar la Ley de Seguridad Interior. Dos años de construir el
camino que pretende llegar a Los Pinos. ¿Se vale?
INDEPENDIENTEMENTE DE QUE SEA VÁLIDO
CONSTRUIR UNA CARRERA POLÍTICA, LO QUE NO ES VÁLIDO ES QUE NUESTROS
FUNCIONARIOS SE CREAN CON EL DERECHO DE DARSE UN ASCENSO LABORAL, en un trabajo
que sólo nosotros decidimos o no si debe tener continuidad. Que no lo olviden.
Que no lo olvidemos. Somos nosotros quienes podemos parar tantos brincos.
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