Alejandro
Páez Varela.
Hay cien definiciones de política y
unas cien mil frases ingeniosas para explicarla. Claramente, diría Otto von
Bismarck, no es una ciencia exacta; pero tampoco es arte, como el mismo político prusiano
afirmaba.
Por lo que veo, desde lejos, podría
definirla como un laberinto sin salida construido por un puñado de vivales que
vende boletos caros a una mayoría ingenua. De vez en cuando, alguno de los
vivales cae en su propio laberinto y a veces, muy de vez en cuando, alguno de
los ingenuos brinca a la taquilla.
Escribí la
biografía de Marcelo Ebrard en Los Suspirantes 2012 y la dejé incompleta:
terminaba justo cuando iba por la Presidencia. Hoy está en el exilio. Escribí
la de Miguel Ángel Mancera para Los Suspirantes 2018 y también quedó si final:
ahora mismo se escribe sola, a diario, y todos somos testigos.
Este capítulo sobre el que caminamos
a cada hora, ¿se llama La Traición? No lo tengo tan claro. Las palabras caen
con peso de plomo y se desfiguran, como el plomo, al tocar el suelo. Lo que sé
es que esta etapa en la biografía de Mancera lleva prisa y que quizás el título
más adecuado sería, como está, en donde está, No Hay Plazo que no se Cumpla.
Como sea,
hay datos, hay apuntes para trazar algo, para ir prefigurando. Diría que Miguel Ángel Mancera se ha
quedado como el perro de las dos tortas, como se dice por allí, aunque en este
caso no son dos, sino muchas tortas.
Fue él quien trabajó la idea de un
frente opositor (así me lo describió hace unos dos años) para encabezarlo y
lanzarse a la Presidencia; él acercó a Movimiento Ciudadano y él intentó con el
Partido del Trabajo. Al final, Ricardo Anaya parece haberse apoderado de la
idea y del esfuerzo.
En algún momento se le mencionó, y
quizás Mancera tenía todo (votos del PRI, PAN y PRD en el Congreso) para ser el
primer Fiscal General. Prefirió mantener su confianza en que podía encabezar el
Frente. Al final, creo, también de esa quedó fuera.
Llevó a Alejandra Barrales a
encabezar el PRD nacional e incluso era su gallo para la candidatura en la
Ciudad de México, lo sabíamos todos. Pero ella se posicionó; obtuvo (casi) la
candidatura (falta un trámite) y, se dice con mucha insistencia, se volvió la
más anayista de todos los anayistas. Y fue ella, justamente ella, quien terminó
su sueño de ser candidato: mientras él presionaba con el método de elección,
ella salía en fotos con Anaya y con Dante Delgado. Y a ella, si los datos son
correctos, también la perdió.
En los
últimos meses, Mancera mandó señales a José Antonio Meade y a Luis Videgaray
por el tema de los dineros para la Ciudad de México; los presionó, suave como
puede ser, pero los presionó justo en el momento en el que se estaba decidiendo
al interior del Gabinete presidencial quién tenía la mano. Y al mismo tiempo se
tomó todas las fotos que pudo con Miguel Ángel Osorio Chong. Al final, parece, allí también perdió.
Mancera tuvo muchos enfrentamientos
con los de Morena todo este tiempo, pero mientras –dicen en Tlalpan– le cargaba
la mano a Claudia Sheinbaum dejaba que Ricardo Monreal se le acercara. Y ya ven
lo que pasó. Sí, allí perdió y todavía no sabemos hasta qué niveles.
El laberinto
sin salida se reacomoda de noche, también, y amanece distinto cada mañana.
Entonces pocos saben qué viene, realmente; en este caso, qué viene para
Mancera.
Es cierto
que Mancera no es un político consumado; no es un lobo, digamos, como todos
esos que lo rodearon. A pesar de eso, una cosa sí debería tener claro –y debería
prepararse para ello–: a veces sucede que hasta los más leales fallan cuando
más los necesitas. Que se vea en los otros y aprenda, y recuerde. A Ebrard, por
ejemplo. Hace cinco años, Marcelo estaba desesperado porque le había
sorprendido la noche y corría por el laberinto, topándose con paredes movibles,
buscando una puerta hacia donde fuera. Y fue la puerta del exilio.
No digo
nada. No sugiero nada. Sólo arrastro el lápiz y apunto, apunto, que tengo dos
biografías inconclusas y todos los datos me sirven.
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