Pablo Gómez.
La amenaza de recesión siempre ha
sido un espantajo de las derechas para detener los avances de las izquierdas.
Se postula que las transiciones políticas hacia los partidos que son críticos
del modelo económico imperante, en específico, el neoliberalismo, generan tal
desconfianza que empresas e inversionistas se retraen.
En esta temporada seguiremos viendo
declaraciones de funcionarios de instituciones financieras privadas, las cuales
formarán parte de la campaña electoral. Ninguna de esas negociaciones dirá
claramente que apoya a tal o cual candidato, pero todas van a ubicar a Andrés
Manuel López Obrador como irruptor de la actual política económica y, por
tanto, promotor de la recesión y el desastre: un peligro.
En esta
semana han destacado un par de declaraciones reproducidas por varios medios. En una de ellas, de Casa de Bolsa Finamex,
Guillermo Aboumrad alerta que el triunfo de Morena podría retraer la inversión
privada y provocar recesión.
En la otra,
de BBVA, Juan Ruiz nos habla desde Madrid de los “riesgos” mexicanos:
elecciones y TLC. En cuanto a la contienda, este economista bancario dice que le preocupa “en términos de
crecimiento potencial” la suerte de la reforma energética”, es decir, “la
liberación del sector y las subastas de los campos petrolíferos”.
EN 1982-1983, CUANDO NO HUBO CAMBIO
DE PARTIDO EN EL GOBIERNO, VIVIMOS UNA CRISIS PROFUNDA. EN 1994-1996 SE PRODUJO
OTRA FUERTE RECESIÓN BAJO EL MISMO ESQUEMA PRI-PRI, CUANDO ERNESTO ZEDILLO
SUSTITUYÓ A CARLOS SALINAS.
El país vivió entonces una caída
brutal de la economía que, además, le costó, sólo por concepto de rescate de la
banca (Fobaproa), 100 mil millones de dólares, de los que todavía se debe la
mayor parte y se pagan los intereses por la vía del Presupuesto. Hubo inflación
escandalosa, marcada disminución de los salarios reales, quiebra de numerosas empresas
y monstruosas tasas de interés activas.
En relación
con las inversiones petroleras, habría
que decir que la participación de capitales extranjeros no está del todo
definida y que no se sabe de qué tamaño será durante el presente año. Lo que sí
se sabe es que, desafortunadamente, el Estado se ha replegado en este sector y,
por tanto, la economía sufre.
La disminución del crecimiento anual
de la inversión extranjera es consecuencia de tendencias recesivas. Por tanto, la participación foránea en las industrias de energía no va a sustituir
la baja de reinversiones de empresas trasnacionales en México. Lo que ha
salvado la situación, hasta cierto punto, son los posibles aumentos en las
exportaciones manufactureras hacia Estados Unidos.
El incremento de la deuda no pudo ser
atemperado con las subidas de la recaudación porque el gasto político y otros
despilfarros del gobierno han alcanzado niveles inmanejables para cualquier
administración responsable y porque el crecimiento esperado de la economía no llegó
jamás. Ahora ya tenemos superávit primario, el cual es recesivo.
La inflación aumentó en 2017 por
culpa del gobierno (Peña-Videgaray-Meade). Con la idea de que es preciso cobrar
impuesto porcentual (IVA) más impuesto de tasa flexible (IEPS) a las gasolinas
y que debe subir el precio del gas doméstico, debido a la depreciación del peso
y el aumento del petróleo, se ha impactado severamente una economía que a duras penas venía
amortiguando diversos eventos desfavorables.
Todo, para
satisfacer el dogma neoliberal de que el Estado tiene que forzar la
concurrencia energética, aunque ésta implique el mayor costo y se entreguen
riquezas nacionales.
Ahora, en estos días, cuando bajan el dólar y la
cotización del crudo, los precios de las gasolinas y el gas no disminuyen o
siguen creciendo.
El salario mínimo para 2017 aumentó
más que otros años, pero la inflación se duplicó, de tal manera que el
deterioro salarial no se detuvo. Lo mismo puede decirse respecto de los salarios
contractuales fijados a través del macabro sistema político de topes.
José Antonio
Meade, según ha dicho, no quiere control
de precios en ninguna mercancía, excepto en esa especial mercancía que es la
fuerza de trabajo y cuyo precio es el salario. Eso se llama desvergüenza.
Seguir
deprimiendo el mercado interno es el camino de la continuidad desastrosa en la
que ha vivido el país durante 30 años. ¿Esa es la política que se quiere
conservar para lograr una estabilidad que “promueva” la inversión? Sí, es esa
misma.
Es falso que el gobierno mexicano se
encuentre preparado si Donald Trump decide iniciar un proceso de denuncia del
TLCAN. Ningún gobierno podría prepararse para eso en un año. Pero menos cuando
Peña y demás gobernantes se dedican a decir que las cosas pueden ir bien.
No, no irán bien de ninguna manera.
Si hubiera un acuerdo, de todas formas, se erosionaría el superávit comercial
mexicano con Estados Unidos. Además, ¿quién ha dicho que lo mejor para un país
es tener un abultado superávit comercial? El problema de México consiste en que
es demasiado deficitario con el resto del mundo.
El país tampoco está preparado para una corrida
financiera si acaso ésta se produjera como consecuencia de la existencia de
inmensos capitales que anidan en el mercado mexicano de capital-dinero.
Y no lo está (ni siquiera con el
compromiso de solvencia del FMI) porque el grado de volatilidad es demasiado
costoso: el sistema de financiamiento del país se
encuentra en crisis. Eso es lo que no se quiere reconocer porque no se desea
cambiar nada.
El sistema de pensiones basado en las
Afores ya tronó, absolutamente. La pensión casi nunca será superior al 30% del
último salario y la mayoría no alcanzará ni el salario mínimo: tendrá que haber
subsidio público.
Sin embargo,
el gobierno calla para defender al más
canallesco negocio financiero, establecido por ley, pero no social, sino
neoliberal. Dentro de tres años vendrá la explosión.
Que le pregunten a Peña, Videgaray o
Meade, qué modificaciones deben hacerse a la política económica, luego de lo
cual los verán respondiendo con evasivas o, de plano, cambiando de tema.
Mas los funcionarios de las empresas
financieras no le preguntan nada al gobierno. Están felices con la actual
política. Tienen las mayores tasas de ganancia en el escenario internacional. Es de entenderse que, si nadie gana
tanto como ellos, quieren que nada cambie.
El problema,
sin embargo, es saber si la gente común y corriente desea cambios para buscar
otros senderos. Por lo pronto, hay que rechazar los espantajos.
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