Diego Petersen Farah.
Como en
película gringa, alguien debería de
leerle sus derechos a José Antonio Meade: “Tiene derecho a permanecer callado.
Todo lo que diga será usado en su contra”. Y no porque haya cometido delito
alguno, al contrario. Si una ventaja tiene Meade como candidato es que nadie lo
acusa de corrupción, que se le reconoce como un funcionario público que ha
pasado por dos administraciones sin escándalo. Pero de ahí a que él pueda
convertirse en el paladín anticorrupción hay un abismo.
La
corrupción no se va a erradicar con las frases amorosas de Andrés Manuel, ni
con los gritos enfáticos de Anaya, ni con las propuestas de reforma de Meade.
La única opción seria, sustentable y a mediano plazo es la consolidación de un
sistema anticorrupción en manos de funcionarios independientes de los partidos
y los poderes, un paso que, dicho sea de paso, el ejecutivo y el legislativo se
han negado a dar porque le tienen pavor. Los candidatos tendrán que entrarle al
tema porque la corrupción será sin duda el leit motiv de la campaña, pero ahora
nadie ha dicho nada que salga de la inútil y trillada condena. Aunque sus adversarios no brillen por sus
propuestas, es claro que el ex secretario de cuatro cosas la tiene un poco más
complicada que los demás.
No hay manera de que el candidato del
PRI toque el tema de la corrupción sin que se pise la lengua, pues
si bien él no ha estado involucrado en escándalos, los grandes casos de
corrupción de este sexenio le pasaron por las narices y no hizo nada, sea
porque no tuvo el poder para hacerlo o simplemente porque no tuvo voluntad.
De cualquier forma, se necesita ser
valiente para ir a hablar de la soga en casa del ahorcado: pedirle a la bancada
del PRI que impulse leyes anticorrupción es como pedirle a una hiena que se
haga vegana. Fingirán lo más que puedan, pero la solución a los temas de
corrupción no saldrá de la clase política, ni del PRI ni de ningún partido.
Si hacemos
un concurso de años de prisión acumulados en los equipos cercanos y líderes de
los partidos de los candidatos a la presidencia la competencia será a muerte: en todos los partidos hay un Bejarano, un
Romero de Champs o un Padrés.
Pero hay otra razón más pragmática
por la que el candidato del PRI no debería hablar de corrupción, y es que este
tema solo genera coraje y frustración en los electores, los dos sentimientos
que más alimentan el voto de oposición. Por eso y aunque sea solo por eso alguien debería de leerle
sus derechos al candidato del tricolor. Tiene derecho a permanecer callado…
porque todo lo que diga sobre corrupción
será usado en su contra.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.