Javier Risco.
Semanas
previas a la elección de 2012, el equipo de campaña del aquel entonces
candidato Enrique Peña Nieto tuvo una idea para saltarse el formalismo de los
spots y las conferencias de prensa: querían que el candidato se viera ‘cercano
a la gente’, querían derrumbar la imagen acartonada del político. Se les
ocurrió hacer un diario de campaña que grabaría y comentaría su esposa, la
actriz Angélica Rivera, para contenido exclusivo en redes sociales: Facebook,
Twitter y YouTube.
Se trataba
de videos editados de no más de cuatro minutos, donde Rivera hacía una bitácora
de los eventos y donde el candidato platicaba sus promesas de campaña, hobbies,
comida favorita, La estrategia digital se llamó 'Lo que mis ojos ven y mi
corazón siente', un título meloso pero efectivo a un público distinto a los
mítines. La relación de Enrique Peña Nieto con las redes sociales era miel
sobre hojuelas, se paraba frente a las cámaras, respondía preguntas e invitaba
al voto. ¡Qué tiempos!
Ayer, cinco años y medio después, el
presidente ha llegado a su límite, por lo menos con las redes sociales. En un
evento en sus terrenos, en Acambay, Estado de México, señaló: “Y lo que
permitirá realmente que México siga creciendo, siga siendo atractivo a la
inversión, como lo dicen hoy los distintos analistas externos al país, que se
olvidan de lo que se dice o de los señalamientos o de lo que se dice a veces en
las redes sociales, que a veces son muy irritantes y a veces les gusta hacer
señalamientos muy duros y muy lapidarios, y que poco recogen de los logros y de
los avances que hemos tenido como nación”.
Enrique Peña Nieto llega molesto a
sus últimos meses de gobierno y sí, tal vez sea por esas noches que dedica a
revisar su Twitter o Facebook.
Hace justo
una semana tuve la oportunidad de entrevistar a la nueva responsable de la
estrategia digital del gobierno federal, Yolanda Martínez. A pregunta expresa de si era un equipo de personas quienes llevaban
las redes del presidente, su respuesta fue la siguiente: “El presidente maneja
sus redes, él maneja sus redes, la coordinación puede asistir si él lo requiere”.
Así que la esperanza de que el presidente tenga en primera persona el pulso de
las redes crece; al menos ahí no hay una valla del Estado Mayor Presidencial o
un evento con acarreados.
Pero detengámonos un poco en sus
palabras, en los adjetivos utilizados para describir el ánimo de la
conversación en internet: señalamientos “duros” y “lapidarios” en redes
sociales causan “irritación”. No necesito enlistar los pendientes de su
administración.
Mientras lee esta columna, usted puede
recordar a bote pronto la situación de inseguridad, los escándalos de
corrupción y su lucha simulada, y una gasolina por las nubes. Tristemente,
señor presidente, las redes sociales se convierten, la mayoría de las veces, en
un catalizador de inconformidades. Nadie tuitea que su calle está bien
pavimentada, tuitea el bache que le ha volado la llanta; pocos hacen una
crónica en Facebook de un viaje común y corriente en el Metro, utilizan la red
para quejarse de un Metro inundado o con un pésimo servicio. Son una
herramienta de denuncia, no de aplausos, aunque habría que decir que cuando
algo destaca dentro de la mínima exigencia social, sí se reconoce, ahí el
ejemplo de la Marina en las labores de rescate después de los sismos de
septiembre pasado.
Esas redes sociales, que desde su
campaña no lo han dejado, aquellos videos virales de su error en la FIL de
Guadalajara, cuando no supo qué libro había leído, o las cuentas de Twitter a
través de las cuales creció la iniciativa #YoSoy132.
Sin embargo,
esas mismas redes se convirtieron
también en su plataforma favorita de anuncios para el país, como cuando supimos
de la recaptura de El Chapo en menos de 140 caracteres.
En fin, con una aprobación de 26 por
ciento, según la más reciente encuesta de Mitofsky, habría que decirle al
Ejecutivo que no sólo se trata del pulso de las redes sociales lo que podría
causarle irritación. Así que, cada comentario en Facebook, cada tuit lapidario
y cada duro señalamiento no es más que 'lo que mis ojos ven y mi corazón
siente'.
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