viernes, 27 de abril de 2018

Desaparecer en Jalisco.


Diego Petersen Farah.

Ningún desaparecido es más importante que otro; pero sí los hay más visibles. Es paradójico y hasta irónico plantearlo así, pero hay desparecidos que nadie ve. No es lo mismo ser estudiante que campesino, vivir en Guadalajara que en Tecalitlán o aún en Tala, a solo 50 kilómetros del centro de la ciudad.

Desaparecer en Jalisco tampoco es diferente a desaparecer en Nayarit, Tamaulipas, Oaxaca, Guerrero o Tlaxcala. La lógica es la misma, la negligencia de las autoridades también.

El periodista Rubén Martín ha insistido hasta el cansancio que es increíble que en este país dediquemos más dinero a buscar autos desaparecidos, robados, que personas. La respuesta de las autoridades suele ser que este es un fenómeno nuevo por lo que las instituciones del Estado no están preparadas para responder. Falso. Hace seis años Mario Muñoz, reportero de El Informador, hizo el primer recuento nacional con datos oficiales del número de desparecidos. Armado de paciencia, pues algunas tardaron seis meses en responder, pidió por trasparencia a cada una de las Procuradurías de los estados el número de denuncias por desaparición: eran poco más de 45 mil. La preocupación entonces fue descontarlos, hacer una estadística más certera y la cifra bajó a cerca de 20 mil y con esos arrancó en sexenio de Peña. Cambió la cifra, pero no la lógica: el esfuerzo de las administraciones de Calderón y Peña ha estado en contarlos, no en encontrarlos.

En una escalofriante narración publicada en el sitio de reportajes radiofónicos “Así como suena” (puede escucharse en la aplicación para móviles o en asícomosuena.mx) Alejandra Guillén recuperó lo que ha sucedido en los últimos años en la zona de Tala, Ahuisculco, Navajas y Cuisillos, al sur poniente de Guadalajara. En esta zona que no supera los 80 mil habitantes hay al menos 60 desaparecidos, todos jóvenes, de un mismo perfil. Ahí no los desaparecen para matarlos, aunque algunos inevitablemente terminan muertos y también desintegrados, no en tinacos, sino en zanjas a cielo abierto en el cerro, sino para esclavizarlos en trabajos del campo o como sicarios del cartel.

El sur del estado, en la zona costera y la limítrofe con Colima y Michoacán, sucede algo similar: los jóvenes simplemente desaparecen mientras que el Estado y la sociedad los criminaliza- “Quién sabe en que andaban metidos” suele ser la respuesta que los alivia de culpas, que nos permitió hacer como que no veíamos, hasta que el 19 de marzo que nos estalló en la cara, en la ciudad, en pleno periférico, en el corazón clase media y ya no pudimos hacer como que no veíamos, como que no pasaba.

En los últimos años en Jalisco hay 3,060 casos de personas desparecidas con una alarmante tendencia al alza. Sin embargo, no fue hasta la semana pasada que finalmente se nombró un fiscal especializado para ello. Una fiscalía sin recursos y que comienza con 3 mil casos por investigar, más claro, los cinco que se acumulen en la semana. Sí, los desaparecidos en Jalisco no son tres, son tres mil, el promedio en los últimos meses es de cinco por semana y la capacidad de búsqueda prácticamente nula.

Así es desaparecer en Jalisco.

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