Diego Petersen Farah.
Ningún desaparecido es más importante
que otro; pero sí los hay más visibles. Es paradójico y hasta irónico
plantearlo así, pero hay desparecidos que nadie ve. No es lo mismo ser
estudiante que campesino, vivir en Guadalajara que en Tecalitlán o aún en Tala,
a solo 50 kilómetros del centro de la ciudad.
Desaparecer en Jalisco tampoco es
diferente a desaparecer en Nayarit, Tamaulipas, Oaxaca, Guerrero o Tlaxcala. La
lógica es la misma, la negligencia de las autoridades también.
El periodista
Rubén Martín ha insistido hasta el
cansancio que es increíble que en este país dediquemos más dinero a buscar
autos desaparecidos, robados, que personas. La respuesta de las autoridades
suele ser que este es un fenómeno nuevo por lo que las instituciones del Estado
no están preparadas para responder. Falso. Hace seis años Mario Muñoz,
reportero de El Informador, hizo el
primer recuento nacional con datos oficiales del número de desparecidos. Armado
de paciencia, pues algunas tardaron seis meses en responder, pidió por
trasparencia a cada una de las Procuradurías de los estados el número de
denuncias por desaparición: eran poco más de 45 mil. La preocupación entonces
fue descontarlos, hacer una estadística más certera y la cifra bajó a cerca de
20 mil y con esos arrancó en sexenio de Peña. Cambió la cifra, pero no la
lógica: el esfuerzo de las administraciones de Calderón y Peña ha estado en
contarlos, no en encontrarlos.
En una escalofriante narración
publicada en el sitio de reportajes radiofónicos “Así como suena” (puede
escucharse en la aplicación para móviles o en asícomosuena.mx) Alejandra
Guillén recuperó lo que ha sucedido en los últimos años en la zona de Tala,
Ahuisculco, Navajas y Cuisillos, al sur poniente de Guadalajara. En esta zona
que no supera los 80 mil habitantes hay al menos 60 desaparecidos, todos
jóvenes, de un mismo perfil. Ahí no los desaparecen para matarlos, aunque
algunos inevitablemente terminan muertos y también desintegrados, no en
tinacos, sino en zanjas a cielo abierto en el cerro, sino para esclavizarlos en
trabajos del campo o como sicarios del cartel.
El sur del estado, en la zona costera
y la limítrofe con Colima y Michoacán, sucede algo similar: los jóvenes
simplemente desaparecen mientras que el Estado y la sociedad los criminaliza-
“Quién sabe en que andaban metidos” suele ser la
respuesta que los alivia de culpas, que nos permitió hacer como que no
veíamos, hasta que el 19 de marzo que nos estalló en la cara, en la ciudad, en
pleno periférico, en el corazón clase media y ya no pudimos hacer como que no
veíamos, como que no pasaba.
En los últimos años en Jalisco hay
3,060 casos de personas desparecidas con una alarmante tendencia al alza. Sin
embargo, no fue hasta la semana pasada que finalmente se nombró un fiscal
especializado para ello. Una fiscalía sin recursos y que comienza con 3 mil
casos por investigar, más claro, los cinco que se acumulen en la semana. Sí,
los desaparecidos en Jalisco no son tres, son tres mil, el promedio en los
últimos meses es de cinco por semana y la capacidad de búsqueda prácticamente
nula.
Así es desaparecer
en Jalisco.
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