Raymundo
Riva Palacio.
Sobre el escritorio de Janine
Otálora, la presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación
está un tema candente y que demostrará de qué está hecha. Se trata de la
impugnación que hizo el PRI a principios de abril de la candidatura del
canadiense Napoleón Gómez Urrutia a una senaduría plurinominal de Morena, que
fue avalada por el Instituto Nacional Electoral el 30 de marzo, al considerar que,
al presentar un certificado de nacionalidad mexicana por nacimiento, emitido
por la Secretaría de Relaciones Exteriores, renunció a “toda sumisión,
obediencia y fidelidad a cualquier Estado extranjero”. Una vez más, todo indica
que el INE se volvió a equivocar.
Gómez
Urrutia se fugó de México hace casi tres lustros, tras haber sido acusado de un
fraude de 55 millones de dólares en perjuicio de 10 mil mineros, en 2005, y
adquirió la ciudadanía canadiense en agosto de 2013, respaldado por los
sindicatos minero de Canadá y de la industria del acero de Estados Unidos. No pudo
negociar con los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto su regreso a
México, y vio la puerta de Andrés Manuel López Obrador como su retorno
triunfante.
López Obrador lo colocó en la lista
plurinominal de Morena al Senado, pese a no conocerlo. Al explicar su respaldo,
reveló que el líder del Partido Laborista del Reino Unido, Jeremy Corbyn, se lo
había solicitado. El argumento de Corbyn es el mismo que han esgrimido los
sindicatos norteamericanos y los ingleses, que son un fuerte soporte electoral
de los laboristas: Napito, como se le conoce, es un perseguido político. El Senado sería el vehículo para
regresar a su país, y para brincar el obstáculo que le impedía ser candidato
por tener una ciudadanía ajena a la mexicana, hizo los trámites para comprobar
que tenía la mexicana.
La Secretaría de Relaciones
Exteriores le entregó, en lo que es un mero trámite administrativo, el
certificado de nacionalidad mexicana 439, que fue la base para el fallo del
INE.
El problema es que, con su acción, el
INE contraviene el artículo 32 constitucional, que establece: “La ley regulará
el ejercicio de los derechos que la legislación mexicana otorga a los mexicanos
que posean otra nacionalidad, y establecerá normas para evitar conflictos por
doble nacionalidad. El ejercicio de los cargos y funciones para los cuales, por
disposición de la presente Constitución, se requiera ser mexicano por
nacimiento, se reserva a quienes tengan esa calidad y no adquieran otra
nacionalidad”.
Es decir,
salvo que Napito tenga un documento del gobierno canadiense en el que cancela
su nacionalidad, sigue siendo canadiense y súbdito de la reina de Inglaterra,
al ser Canadá miembro de la Mancomunidad Británica, donde Isabel II es la jefa
de Estado. La aparente inconstitucionalidad del INE la explican los artículos
17 y 18 de la Ley de Nacionalidad, donde se exige la renuncia vía certificado
de nacionalidad a los mexicanos a los que otro Estado atribuye diversa
nacionalidad.
El certificado de Relaciones
Exteriores sólo aplica cuando otro Estado atribuye nacionalidad, como en el
caso de los españoles, que por ser hijos de españoles se les otorga en
automático la nacionalidad, pero no en aquellos casos donde la nacionalidad se
adquiere de manera voluntaria, como fue el caso de Gómez Urrutia. Se puede
argumentar que Gómez Urrutia no solicitó al gobierno canadiense iniciar el
procedimiento especial para que se le despoje de la nacionalidad y se le
extienda un certificado de renuncia. Mientras no lo haga, Napito seguirá siendo
canadiense y, por tanto, la magistrada Otálora tendría que fallar contra el
dictamen del INE.
La ley puede ser interpretada de
diferentes maneras, pero en el apego estricto de la ley, hasta ahora se puede
argumentar que Gómez Urrutia tiene la doble nacionalidad y que el certificado
expedido por la Secretaría de Relaciones Exteriores no supera la prohibición
constitucional para ser nominado a un puesto de elección popular. Podría ser,
porque no se sabe hasta este momento que el líder minero tenga en la chistera
ese documento, que hasta ahora no ha proporcionado. La embajada de Canadá
también se ha negado, argumentando razones de privacidad, a informar si Gómez
Urrutia sigue teniendo su nacionalidad.
Políticamente
hay otros considerandos al intento de Gómez Urrutia, que muy probablemente
López Obrador no tenía en el radar, y son sus vínculos con los sindicatos y
empresarios extranjeros. La única sección fiel a Napito que tiene el contrato
colectivo en una empresa fuerte es en la siderúrgica de Lázaro Cárdenas,
Michoacán, operada por el conglomerado Arcelor Mittal, con quien negociaba los
contratos colectivos en Vancouver, donde vive desde que se escapó de la
justicia mexicana. Ninguno de los dos ha tenido nunca un problema real, y su
relación de patrón a trabajador ha sido tersa.
Arcelor
Mittal, la acerera más grande del mundo es propiedad mayoritaria de su
presidente y jefe ejecutivo Lakshmi Niwas Mittal, un indio que tiene como base
el Reino Unido, quien pese a tener frecuentes diferencias con los sindicatos en
Inglaterra, fue fundamental para que el Partido Laborista se hundiera
financieramente hace unos años –previos al liderazgo de Corbyn– al donarles dos
millones de libras esterlinas.
Napito fue
protegido en Vancouver por los sindicatos norteamericanos. Los mineros
canadienses tienen fuertes intereses en México, donde figuran las empresas
canadienses entre las más importantes del sector, mientras que a los
estadounidenses les ofreció contratos colectivos de la industria automotriz.
Gómez Urrutia ha criticado a quien esto escribe por diversos artículos sobre su
persona, pero esta información nunca la ha desmentido. Tampoco ha probado con
documentos canadienses que sus lealtades están con México y no al servicio de
su majestad.
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