El señor Agustín (*) nació en Otumba,
Estado de México, y desde siempre ha vivido en la localidad de San Francisco
Tlaltica. A cinco minutos de su casa está una mina que empezó a explotar la
empresa Coconal para extraer basalto y luego llevarlo al terreno donde estará
el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).
Esta parte del Estado de México es
diferente a, por ejemplo, Malinalco, donde el titular de la Secretaría de
Relaciones Exteriores (SRE), Luis Videgaray tiene una casa; o a Valle de Bravo,
donde Enrique Peña Nieto también tiene una propiedad. El señor Agustín habla cansado, de
todo lo que ha ocurrido durante el último año en su localidad.
Habla del polvo que daña el nopal y
el maguey, del ruido de las explosiones en la piedra, de los cientos de
camiones que entran y salen de esa localidad durante el día y también durante
la noche.
Don Agustín dice que el Estado de México está divido en
dos y que San Francisco Tlaltica está en la “zona más jodida” y es la que las
autoridades han decidido “apalear más, destrozando todo”.
Fue en marzo de 2017 cuando la
empresa Coconal S.A.P.I. de C.V. llegó a esta región del Estado de México,
ubicada a 37.2 kilómetros del terreno donde se prevé, estará el NAIM.
El municipio
de Otumba está ubicado al oriente de la entidad que no conoce la alternancia,
que lleva más de 80 años en poder del Partido Revolucionario Institucional
(PRI); es una tierra con suelo rocoso y arcilloso en la que hay armadillos,
cacomixtle, coyotes, liebres, mapaches, tlacuaches y reptiles y en la que
crecen álamos, pinos y fresnos.
En esta
parte del Estado abunda el maguey, también sobran los escenarios en los que no
se ve nada más que nopal. El Estado de
México es el tercer productor de nopal del país, sólo por debajo de Morelos y
la Ciudad de México; al año salen de ahí 82 mil 903 toneladas gracias a ese
suelo con textura arenosa, arcillosa y con alto contenido en sales.
Las actividades de la mina de la que
se extraen las piedras del Aeropuerto significaron un cambio rotundo en la
rutina de este pueblo.
El camino a
Tlaltica, si bien está adornado de nopal, lo acompañan también las pirámides de
Teotihuacán por un extremo y por el otro camiones y maquinaria arriba de los
cerros; algunos ya “pelones”.
Agustín
comenta que lo que se vive en Tlaltica se sale del debate electoral que ha
enfrentado al Gobierno federal, a los candidatos presidenciales del PRI y PAN,
al empresario más rico de México, Carlos Slim, y a otros empresarios con Andrés
Manuel López Obrador, quien es el puntero en la actual carrera presidencial. Dice que el problema acá no son los montos
y la manera en que el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México ha otorgado
los contratos, sino el daño ocasionado y los efectos que la extracción de
material dejará a los pueblos, algunos irreversibles.
Los pobladores saben que los camiones
que entran y salen, día y noche, llevan basalto para “rellenar” el Nuevo
Aeropuerto. También saben que quien hace todo eso es la empresa Coconal, y
afirman que pueden ser más: tan sólo en ese municipio se estima que hay 27
minas que están en activo.
VIVIR JUNTO
A UNA MINA.
Agustín
recuerda que fue en marzo de 2017 cuando
la mina que está ubicada en San Francisco comenzó a operar en forma, y un año y
medio antes empezaron a limpiar todo el cerro.
“Nosotros nos dimos cuenta, sabíamos
que sería una mina, pero jamás pensamos el tamaño y lo que nos iba a causar. Uno piensa, bueno, van a abrir una
mina, van a ir sacando lentamente el material, sin tanto problema. Pero aquí llegaron al 100 por ciento,
llegaron dinamitando, llegaron acabando con todo el entorno natural. Había
una cosa bien hermosa y si van a la mina ahorita ya no hay nada de eso”,
lamenta el hombre y en seguida muestra
en su celular un video de una cascada, que estaba donde ahora está la mina.
Cuando
empezaron esos trabajos en el pueblo se organizaron asambleas para ver qué
podían hacer. El señor Agustín dice que
buscó a gente del Partido Verde, que “se supone que cuida lo verde, que dicen
que si hay un daño que lo reparen y lo paguen”. Denuncia que no tuvo respuesta
ni de ese partido ni de ninguna otra autoridad.
“Estamos en una zona árida, aunque
parezca imposible, aquí había una cascada y árboles. Son cosas que a mí me
duelen porque yo soy de esta tierra. Amo esta tierra porque aquí nací y aquí
nacieron mis hijos. En dónde está esa cascada es ahora la mina. Cuando empezó
el desastre fue cuando nos dimos cuenta del problema. Nunca hubo un diálogo
previo”, agrega.
La distancia entre esa mina y las
primeras casas es corta y algunas ya están fracturadas de las paredes y los
pisos.
El campo alrededor está impregnado
del polvo que sale de las actividades como moler piedra o las explosiones.
“No hubo un diálogo previo. Yo pienso
que mis autoridades se corrompieron, no lo puedo asegurar. Empezaron a
dinamitar, las demoledoras día y noche y no dejaban dormir. Para mí, que no
estoy tan cerca, es incómodo, para los que están más cerca es peor”, sostiene.
El pueblo de
San Francisco ha organizado más asambleas y plantones, pero la organización se
dividió y los que están en contra han entrado en conflicto con la gente de la
mina.
“Nuestra vida cambió. Si salimos al
campo hay que ir con cuidado, porque si explotan se siente, aunque estés lejos.
Ya cuando explotan cae todo el polvo que eso ocasiona, todo el químico. De ahí
sale un polvo amarillo. Llegan camiones grandes que dicen ‘Explosivos’ y van
tirando bultos donde van a explotar y sale el polvo amarillo. Eso nos va a
dañar a todos, no nada más a los que están cerca, a todos los que pasen por
ahí. Además, va acabando con todo el contorno: flora y fauna se están
terminando”, añade.
Los cultivos
principales de esta comunidad son el nopal, maguey y xoconostle, que son
productos que tardan años en crecer: el nopal tarda tres años en crecer y en
producir, pero el polvo acaba la
producción, seca el nopal, la tuna, todo.
Al maguey le cae el polvo, que es muy
fino y se le penetra y lo seca y afecta más a los cultivos nuevos.
Cuando la mina inició actividades
informaron que terminarían en diciembre de ese mismo año. No ocurrió y dijeron
que ahora sí, en febrero. Ahora dicen que se irán en tres semanas, sin embargo,
el señor Agustín señala que en ese tiempo no cree que se vayan a llevar el
cerro de arena y grava que tienen.
“Aunque
estén diario, día y noche acarreando, no creo que acaben, pero si ya se lo
llevan mejor”.
Pero, aunque
terminen, agrega, “¿cómo se van a
reparar los problemas que dejaron? Ahí quedará un hoyo de más de 30 metros de
profundidad. La opción es convertirlo en un tiradero de basura, ya que es el
único uso que se le puede dar después”.
LA
MODERNIDAD PROMETIDA.
A San Francisco Tlaltica formar parte
de la construcción del NAIM, hasta el momento, no le ha traído algún beneficio.
Ni siquiera en los empleos que las actividades de construcción generan en la
etapa previa de cualquier proyecto de infraestructura.
Sí ofrecieron
empleo a la gente del pueblo, pero como
“viene viene”. Se trata de jóvenes que están en esquinas con una bandera y un
chaleco amarillo que ayudan a poner orden en los camiones que entran y salen. A
otros emplearon juntando piedras.
Sin embargo,
tanto la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) como el GACM han
insistido en los empleos generados por el NAIM. Esas cifras oficiales sostienen
que “tan sólo en la etapa de construcción, se estima que el NAICM generará más
de 160 mil empleos, de los cuales aproximadamente 95 mil serán directos”.
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