Dolia
Estévez.
Pese a llevar años fuera del ojo
público, Luis Echeverría Álvarez sigue presente en el candente debate nacional.
Y es que para los protectores del statu quo, dispuestos a casi todo con tal de
no ceder el poder, el expresidente personaliza al anticristo. Carlos Salinas lo
acusó de maquinar un presunto “complot” para destruir su legado (The New York
Times, 01/31/1997), y Vicente Fox lo llamó “El Huichol” que “ni madres es mi
amigo” (Proceso,
01/10/1995).
Que no extrañe, por lo tanto, que
Jorge Castañeda, coordinador de estrategia del candidato de Por México al
Frente, haya comparado a Andrés Manuel López Obrador con Echeverría. Según el
ex canciller de Fox, el favorito de las encuestas representa el regreso a un
modelo autoritario y personalista que está inspirado en Echeverría. “No hay que
buscar tan lejos, López Obrador tiene referentes mexicanos y no hay que
compararlo con Chávez o con Evo Morales sino con Luis Echeverría”, dijo recientemente (El País,
03/21/2018).
La analogía podrá atizar la amlofobia
pero no pasa la primera prueba de verificación. ES UNA COMPARACIÓN FALLIDA.
No hay nada en el discurso o en las
acciones de AMLO que vaticine que su “autoritarismo” lo llevará a instrumentar
masacres estudiantiles; ordenar golpes contra medios incómodos (Excélsior); o
dirigir guerras sucias contra la disidencia; mucho menos a ser lacayo de
Estados Unidos como Echeverría.
Mucho se ha
escrito sobre Echeverría—incluida La Herencia de Castañeda (Alfaguara, 1999). No obstante, se desconoce la película
completa sobre sus estrechos lazos con la CIA (Nuestro Hombre en México,
Jefferon Moreley, Taurus, 2011) y con el gobierno de Richard Nixon. Un acervo
de documentos, en su mayoría inédito, ofrece un botón de muestra de su peculiar
relación con el vecino. Le provocaba profunda angustia que Washington
interpretara su retórica anti-yanqui como falta de lealtad. Más congoja
sentía caer de la gracia de Nixon.
Los
despachos y evaluaciones confidenciales, bajo custodia de los Archivos Nacionales de Estados Unidos, revelan que Fernando Gutiérrez Barrios–padre putativo de Manlio Fabio
Beltrones–fue el correveidile de Echeverría con el embajador John Jova. Bajo
órdenes del presidente, Gutiérrez Barrios acudía a la residencia de Jova, a
media noche y sin previo aviso de ser necesario, para transmitir mensajes que
la mente paranoide de Echeverría consideraba urgentes.
Una de esas ocasiones fue en torno al
incidente de la pedrada en 1975 en la
UNAM. Ese día, en el campus universitario de la máxima casa de estudios,
Echeverría llamó a los estudiantes “fascistas” y “jóvenes manipulados por la
CIA” tras recibir una certera pedrada en la
frente. De acuerdo con un cable de la Embajada, fechado 14 de marzo de ese año,
LEA ordenó a Gutiérrez Barrios levantar a Jova de la cama para decirle que,
aunque “lamentaba” haber implicado a la CIA en las protestas en la UNAM, fue
para consumo interno no para ofender a la agencia. Gutiérrez Barrios explicó a
Jova que Echeverría hubiera querido acusar a los estudiantes de “comunistas”
pero no quiso “santificarlos”.
Para Echeverría, culpar a la CIA
también cumplía otro propósito.
Ese año,
1975, el exagente rebelde de la temida agencia de espionaje Phillip Agee causó
revuelo con su libro “La CIA por dentro, diario de un espía” (Editorial
Sudamericana, Buenos Aires). En la obra, un best seller traducido a múltiples
idiomas, Agee desnudaba por primera vez
la relación secreta de Echeverría con la CIA. Los documentos revelan que el
libro de Agee puso nervioso y a la defensiva a Echeverría. Intentó deslindarse
de la agencia culpándola del zafarrancho en la UNAM.
Echeverría
viajó a la Chile de Allende, la China de Mao y la URSS de Brezhnev en un
esfuerzo por equilibrar su alineación a Washington. Pero detrás de sus pretensiones y retórica tercermundistas, se ocultaba
un presidente obsequioso con el imperio que buscó la bendición de Nixon para
autoproclamarse paladín de la lucha anticomunista en el continente.
El 15 de
junio de 1972, en la secrecía de la emblemática Oficina Oval, Echeverría advirtió impetuoso que, si él no
“tomaba la bandera” del “tercer mundo frente a las potencias”, lo haría Fidel
Castro.
“¿La Doctrina Echeverría?”, preguntó
Nixon, inflando el ego de su interlocutor.
“Sí”, respondió Echeverría.
Dirigiéndose
al interprete, LEA pidió: “Dígale [a Nixon] que nosotros lo sentimos en
México—que yo lo sentí en Chile, que se siente en Centroamérica, que se siente
entre los grupos juveniles, entre los intelectuales—que Cuba es una base
soviética en todos sentidos; militar e ideológica, que los tenemos en las
narices”. Tras la extensa exposición del
visitante, finalmente Nixon resumió: “En otras palabras, dejemos que la voz de
Echeverría en lugar de la voz de Castro sea la voz de Latinoamérica”
(transcripción de la conversación).
Alejado de
los reflectores, Echeverría aguarda en su casa de San Jerónimo lo inevitable.
Busqué hablar con él para que me diera su versión, pero el Capitán Jorge Nuño,
su eterno asistente con quien comparto un mutuo amigo, me mandó decir que ya no
da entrevistas. La última la dio hace 10 años. Tiene 96 años. A diferencia de
otros expresidentes, no ha escrito memorias.
¿Cómo lo juzgará la historia?
¿Nacionalista irreverente? ¿Intransigente anticomunista? ¿Agente doble? ¿Tonto
útil? ¿Represor? ¿Traidor? No lo sé. PERO DUDO QUE SU LEGADO INCLUYA HABER
“INSPIRADO” EL PRESUNTO “MODELO AUTORITARIO Y PERSONALISTA” DEL CANDIDATO
PUNTERO COMO AFIRMA EL ACADÉMICO anayista.
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