Raymundo
Riva Palacio.
Por las
calles de la Ciudad de México están circulando camiones de transporte público
con las fotografías de Andrés Manuel López Obrador, Hugo Chávez, Juan Domingo
Perón y Luis Inazio Lula da Silva, donde anuncian que próximamente se
transmitirá la serie llamada Populismo en América Latina. La serie arroja ácido
a la discusión electoral, luego que López Obrador aseguró que fue financiada
por los empresarios Claudio X. González y Roberto Hernández. Poco se sabe del
origen de esta serie, así como la forma como se distribuirá. Pero lo que está fuera de duda es que forma
parte de otro intento por desacreditar a López Obrador, e inyectar en la mente
de los electores que votar por él es un error. Una vez más, como en 2006, la
polarización nacional a toda velocidad.
La
categorización de López Obrador como un populista es vieja. Siempre ha negado
que lo sea, y asegura que se ha utilizado ese término como propaganda para
asustar al electorado. La realidad es que así se le cataloga en el mundo. Por
ejemplo, hace más de un año, The Guardian, el diario británico de izquierda,
publicó: “López Obrador, el populista austero, ve una oportunidad en el
encumbramiento de Trump”. Gobiernos e inversionistas en el mundo lo ven con
temor, porque sus políticas sociales y económicas chocan con los fundamentos
macroeconómicos que se aplican en la gran mayoría de los países, y porque los
políticos de ese corte tienden a ser nacionalistas y con políticas económicas
que suelen meter en crisis que afectan a quienes ese tipo de líderes
representan.
Pero para una importante masa del
electorado mexicano, que ha rebasado por mucho en los últimos meses a sus
leales seguidores e incorporado a un abanico de posiciones ideológicas,
políticas y apartidistas, todo eso les da igual. Están dispuestos a llevar a
López Obrador a Palacio Nacional. Lo que muchos de sus opositores se preguntan
es por qué se están inclinando por él. En múltiples ocasiones, el presidente Enrique Peña Nieto ha
sintetizado la preocupación al recordarle a los mexicanos que espera no se equivoquen
en las urnas el próximo 1 de julio y voten por otro candidato. Lo extraño de
todo, sin embargo, es que se extrañen.
El populismo
es uno de los fenómenos sociopolíticos más analizados en la última década y no
hay respuestas concluyentes sobre sus virtudes o sus males. En abril de 2013,
los profesores Daron Acemoglu del Instituto Tecnológico de Massachussettss,
Georgy Egorov de la Universidad Northwestern, y Konstantin Sonin de la
Universidad de Chicago, publicaron en el Quarterly Journal of Economics,
editado por el Departamento de Economía de la Universidad de Harvard, 'Una
Teoría Política del Populismo', un ensayo inspirado en la resurgencia de
políticos 'populistas' en países en desarrollo, particularmente en América
Latina. Los profesores dijeron que la
etiqueta populista es utilizada frecuentemente para enfatizar el uso de la
retórica de esos políticos al defender “agresivamente los intereses de la
persona ordinaria en contra de la élite privilegiada.
“Los regímenes populistas
históricamente han tratado de lidiar con los problemas de la desigualdad del
ingreso a través del uso sobre-expansivo de políticas macroeconómicas”, escribieron en 1991 los distinguidos
economistas Rudiger Dornbursh y Sebastián Edwards, citados en el ensayo. “Esas políticas, que se han apoyado en el
financiamiento del déficit, controles generalizados (de precios) y un desdén
por el equilibrio económico, han resultado casi de manera inevitable en
importantes crisis macroeconómicas que han terminado de lastimar a los segmentos
más pobres de la sociedad”. Si esto es casi un patrón, ¿por qué entonces de
la resurgencia de populismos?
Acemoglu,
Egorov y Sonin explicaron: “Estas
economías (las latinoamericanas) tienen altos niveles de inequidad e
instituciones políticas débiles. Esto posibilita a la élite rica a tener una
influencia desproporcionada sobre la política. De hecho, en muchas de esas
sociedades, la corrupción y la traición política, donde los políticos usan una
retórica redistributiva, pero terminan escogiendo políticas en línea con los
intereses de la élite, es bastante común.
“Los
ejemplos de retórica populista que termina en línea con los intereses
empresariales y de la élite, incluyen al PRI en México, los partidos
tradicionales en Venezuela y Ecuador, (Alberto) Fujimori en Perú, (Carlos)
Menem en Argentina y presumiblemente (Vladimir) Putin en Rusia. Temerosos de la
reelección de un político corrupto, los votantes apoyan a los políticos que
escogen políticas a la izquierda de sus preferencias, que pudieran ser interpretadas
como no benéficas en su interés”.
Bajo este modelo se puede interpretar
el creciente respaldo a López Obrador por parte de sectores que le eran
antagónicos, como una respuesta a la corrupción en el sexenio de Peña Nieto,
que provocó la indignación de muchos sectores, incluso entre enemigos
declarados del candidato de Morena, y la desaprobación de la gestión
presidencial, que oscila entre siete y ocho de cada 10 mexicanos. La corrupción
rampante de políticos del PRI y del PAN, en efecto, ha detonado el
realineamiento electoral hacia López Obrador.
La reacción de las clases
empresariales, como en el supuesto financiamiento de series como la anunciada
sobre el populismo, es explicada también en el ensayo, porque bajo un gobierno
de ese tipo, las clases más adineradas resultan más afectadas, porque al
moverse el equilibrio político hacia la izquierda, pierden capacidad para
sobornar a los políticos para mantener influencia sobre sus decisiones.
El modelo
tiene un semáforo rojo, que es el desarrollo del populismo en medio de la
debilidad de las instituciones democráticas y la falta de equilibrios y
contrapesos, algo nada menor a considerar.
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