viernes, 27 de abril de 2018

El populismo de López Obrador.


Raymundo Riva Palacio.

Por las calles de la Ciudad de México están circulando camiones de transporte público con las fotografías de Andrés Manuel López Obrador, Hugo Chávez, Juan Domingo Perón y Luis Inazio Lula da Silva, donde anuncian que próximamente se transmitirá la serie llamada Populismo en América Latina. La serie arroja ácido a la discusión electoral, luego que López Obrador aseguró que fue financiada por los empresarios Claudio X. González y Roberto Hernández. Poco se sabe del origen de esta serie, así como la forma como se distribuirá. Pero lo que está fuera de duda es que forma parte de otro intento por desacreditar a López Obrador, e inyectar en la mente de los electores que votar por él es un error. Una vez más, como en 2006, la polarización nacional a toda velocidad.

La categorización de López Obrador como un populista es vieja. Siempre ha negado que lo sea, y asegura que se ha utilizado ese término como propaganda para asustar al electorado. La realidad es que así se le cataloga en el mundo. Por ejemplo, hace más de un año, The Guardian, el diario británico de izquierda, publicó: “López Obrador, el populista austero, ve una oportunidad en el encumbramiento de Trump”. Gobiernos e inversionistas en el mundo lo ven con temor, porque sus políticas sociales y económicas chocan con los fundamentos macroeconómicos que se aplican en la gran mayoría de los países, y porque los políticos de ese corte tienden a ser nacionalistas y con políticas económicas que suelen meter en crisis que afectan a quienes ese tipo de líderes representan.

Pero para una importante masa del electorado mexicano, que ha rebasado por mucho en los últimos meses a sus leales seguidores e incorporado a un abanico de posiciones ideológicas, políticas y apartidistas, todo eso les da igual. Están dispuestos a llevar a López Obrador a Palacio Nacional. Lo que muchos de sus opositores se preguntan es por qué se están inclinando por él. En múltiples ocasiones, el presidente Enrique Peña Nieto ha sintetizado la preocupación al recordarle a los mexicanos que espera no se equivoquen en las urnas el próximo 1 de julio y voten por otro candidato. Lo extraño de todo, sin embargo, es que se extrañen.

El populismo es uno de los fenómenos sociopolíticos más analizados en la última década y no hay respuestas concluyentes sobre sus virtudes o sus males. En abril de 2013, los profesores Daron Acemoglu del Instituto Tecnológico de Massachussettss, Georgy Egorov de la Universidad Northwestern, y Konstantin Sonin de la Universidad de Chicago, publicaron en el Quarterly Journal of Economics, editado por el Departamento de Economía de la Universidad de Harvard, 'Una Teoría Política del Populismo', un ensayo inspirado en la resurgencia de políticos 'populistas' en países en desarrollo, particularmente en América Latina. Los profesores dijeron que la etiqueta populista es utilizada frecuentemente para enfatizar el uso de la retórica de esos políticos al defender “agresivamente los intereses de la persona ordinaria en contra de la élite privilegiada.

“Los regímenes populistas históricamente han tratado de lidiar con los problemas de la desigualdad del ingreso a través del uso sobre-expansivo de políticas macroeconómicas”, escribieron en 1991 los distinguidos economistas Rudiger Dornbursh y Sebastián Edwards, citados en el ensayo. “Esas políticas, que se han apoyado en el financiamiento del déficit, controles generalizados (de precios) y un desdén por el equilibrio económico, han resultado casi de manera inevitable en importantes crisis macroeconómicas que han terminado de lastimar a los segmentos más pobres de la sociedad”. Si esto es casi un patrón, ¿por qué entonces de la resurgencia de populismos?

Acemoglu, Egorov y Sonin explicaron: “Estas economías (las latinoamericanas) tienen altos niveles de inequidad e instituciones políticas débiles. Esto posibilita a la élite rica a tener una influencia desproporcionada sobre la política. De hecho, en muchas de esas sociedades, la corrupción y la traición política, donde los políticos usan una retórica redistributiva, pero terminan escogiendo políticas en línea con los intereses de la élite, es bastante común.

“Los ejemplos de retórica populista que termina en línea con los intereses empresariales y de la élite, incluyen al PRI en México, los partidos tradicionales en Venezuela y Ecuador, (Alberto) Fujimori en Perú, (Carlos) Menem en Argentina y presumiblemente (Vladimir) Putin en Rusia. Temerosos de la reelección de un político corrupto, los votantes apoyan a los políticos que escogen políticas a la izquierda de sus preferencias, que pudieran ser interpretadas como no benéficas en su interés”.

Bajo este modelo se puede interpretar el creciente respaldo a López Obrador por parte de sectores que le eran antagónicos, como una respuesta a la corrupción en el sexenio de Peña Nieto, que provocó la indignación de muchos sectores, incluso entre enemigos declarados del candidato de Morena, y la desaprobación de la gestión presidencial, que oscila entre siete y ocho de cada 10 mexicanos. La corrupción rampante de políticos del PRI y del PAN, en efecto, ha detonado el realineamiento electoral hacia López Obrador.

La reacción de las clases empresariales, como en el supuesto financiamiento de series como la anunciada sobre el populismo, es explicada también en el ensayo, porque bajo un gobierno de ese tipo, las clases más adineradas resultan más afectadas, porque al moverse el equilibrio político hacia la izquierda, pierden capacidad para sobornar a los políticos para mantener influencia sobre sus decisiones.

El modelo tiene un semáforo rojo, que es el desarrollo del populismo en medio de la debilidad de las instituciones democráticas y la falta de equilibrios y contrapesos, algo nada menor a considerar.

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