jueves, 26 de abril de 2018

Borrar recuerdos.


Salvador Camarena.

A principios de los ochenta varios amigos fuimos de excursión a Tonalá. A un balneario natural. El autobús nos dejó en un lugar polvoriento y tras caminar cosa de una hora llegamos a unas tinajas que más que artesanales eran improvisadas y feas. En Google encontré ayer unas imágenes que se ajustan a mi memoria de aquella visita. El sitio, leo ahora, se llama Las Pilitas y lo promocionan como “lugar ecoturístico de aguas termales”. En aquellos años nada de ecoturismo, era sólo un paseo dominical.

Otro destino de paseo, un par de años más tarde era por el rumbo de Tala, en sentido contrario a Tonalá si uno toma como centro de esa zona a Guadalajara. Pasando el Ingenio de Tala uno dobla a la derecha y adelante está la laguna de Teuchitlán. De esas excursiones (fueron varias) tengo un recuerdo más vívido que del balneario de Tonalá.

Para empezar, eran de noche. E íbamos de pesca. Nosotros, los de la prepa 5 turno vespertino, no sabíamos gran cosa de pescar. Pero Jorge, que además llevaba el auto y la tarraya, sí. Llegabas a algún estanque de por esa zona y listo.

Había dos maneras de pescar. A mano y con la red. Sin descalzarnos, pero en calzones (las excursiones eran improvisadas, de la escuela a la carretera) entrabas en la zona baja de algún estanque y metías las manos al lodo. Al sentir la invasión, los peces se clavaban en el fondo lodoso de los carrizales (por eso necesitabas calzado, para no acabar con los pies astillados) y, salvo picarte la mano con la cresta puntiaguda de la mojarra, pan comido, atrapabas el pez en cosa de nada.

A las dos horas ya nos habíamos comido los pescados y acabado las cervezas. Todo sin más luz que una lámpara de mano y lo que quedara de la fogata.

Perdón por las anécdotas autobiográficas. Es que estoy borrando recuerdos.

El asesinato de Javier Salomón Aceves, el de Marco García Ávalos y el de Jesús Daniel Díaz me ha llevado al pasado y a la querencia.

No que Jalisco fuera en los setenta y ochenta una zona libre de violencia. Qué va. Si de los primeros consejos que uno recibía apenas tenía uso de razón era que con las armas no se jugaba, que uno nunca exhibía un arma sino no estaba dispuesto y listo para usarla, y que cuidado con pitarle a cualquiera en la calle, pues desde el otro auto tu claxonazo podía ser respondido a tiros.

Pero no recuerdo una sola vez, en aquellos años, en que algún joven desapareciera. O que el riesgo de desaparecer o morir fuera un tema cuando se armaba el plan de ir a nadar a una presa, o a acampar al Bosque de la Primavera, a Atemajac de Brizuela, a Tamazula de Gordiano, todo eso en Jalisco, o a las playas de Chacala o de la zona de Guayabitos, en Nayarit.

En el mismo Valiant rojo con cambios en el tablero, de Jorge, fuimos a buscar a una novia de alguno de nosotros en Zacoalco de Torres (70 kilómetros de GDL); y de ahí, porque sí, decidimos seguirnos hasta Manzanillo. Tres horas después llegamos, dimos vueltas en la plaza de ese puerto, los hombres hacia un lado, las muchachas en sentido contrario. No ligamos ni un resfriado así que mejor nos fuimos a la playa, nos metimos al agua y ya casi al amanecer regresamos a suelo tapatío.

Quiénes seríamos hoy si a la edad que tenían Javier, Daniel y Marco no hubiéramos ido, porque sí y cada rato, a donde queríamos. Con qué recuerdos crecerán los jóvenes que hoy saben que al ir a hacer una tarea pueden acabar disueltos en ácido.

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