Salvador
Camarena.
A principios
de los ochenta varios amigos fuimos de excursión a Tonalá. A un balneario
natural. El autobús nos dejó en un lugar polvoriento y tras caminar cosa de una
hora llegamos a unas tinajas que más que artesanales eran improvisadas y feas.
En Google encontré ayer unas imágenes que se ajustan a mi memoria de aquella
visita. El sitio, leo ahora, se llama Las Pilitas y lo promocionan como “lugar
ecoturístico de aguas termales”. En aquellos años nada de ecoturismo, era sólo
un paseo dominical.
Otro destino
de paseo, un par de años más tarde era por el rumbo de Tala, en sentido
contrario a Tonalá si uno toma como centro de esa zona a Guadalajara. Pasando
el Ingenio de Tala uno dobla a la derecha y adelante está la laguna de
Teuchitlán. De esas excursiones (fueron varias) tengo un recuerdo más vívido
que del balneario de Tonalá.
Para
empezar, eran de noche. E íbamos de pesca. Nosotros, los de la prepa 5 turno
vespertino, no sabíamos gran cosa de pescar. Pero Jorge, que además llevaba el
auto y la tarraya, sí. Llegabas a algún estanque de por esa zona y listo.
Había dos
maneras de pescar. A mano y con la red. Sin descalzarnos, pero en calzones (las
excursiones eran improvisadas, de la escuela a la carretera) entrabas en la
zona baja de algún estanque y metías las manos al lodo. Al sentir la invasión,
los peces se clavaban en el fondo lodoso de los carrizales (por eso necesitabas
calzado, para no acabar con los pies astillados) y, salvo picarte la mano con
la cresta puntiaguda de la mojarra, pan comido, atrapabas el pez en cosa de
nada.
A las dos
horas ya nos habíamos comido los pescados y acabado las cervezas. Todo sin más
luz que una lámpara de mano y lo que quedara de la fogata.
Perdón por
las anécdotas autobiográficas. Es que estoy borrando recuerdos.
El asesinato
de Javier Salomón Aceves, el de Marco García Ávalos y el de Jesús Daniel Díaz
me ha llevado al pasado y a la querencia.
No que Jalisco fuera en los setenta y
ochenta una zona libre de violencia. Qué va. Si de los primeros consejos que
uno recibía apenas tenía uso de razón era que con las armas no se jugaba, que
uno nunca exhibía un arma sino no estaba dispuesto y listo para usarla, y que
cuidado con pitarle a cualquiera en la calle, pues desde el otro auto tu
claxonazo podía ser respondido a tiros.
Pero no recuerdo una sola vez, en
aquellos años, en que algún joven desapareciera. O que el riesgo de desaparecer
o morir fuera un tema cuando se armaba el plan de ir a nadar a una presa, o a
acampar al Bosque de la Primavera, a Atemajac de Brizuela, a Tamazula de
Gordiano, todo eso en Jalisco, o a las playas de Chacala o de la zona de
Guayabitos, en Nayarit.
En el mismo
Valiant rojo con cambios en el tablero, de Jorge, fuimos a buscar a una novia
de alguno de nosotros en Zacoalco de Torres (70 kilómetros de GDL); y de ahí,
porque sí, decidimos seguirnos hasta Manzanillo. Tres horas después llegamos,
dimos vueltas en la plaza de ese puerto, los hombres hacia un lado, las
muchachas en sentido contrario. No ligamos ni un resfriado así que mejor nos fuimos
a la playa, nos metimos al agua y ya casi al amanecer regresamos a suelo
tapatío.
Quiénes
seríamos hoy si a la edad que tenían Javier, Daniel y Marco no hubiéramos ido,
porque sí y cada rato, a donde queríamos. Con
qué recuerdos crecerán los jóvenes que hoy saben que al ir a hacer una tarea
pueden acabar disueltos en ácido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.