jueves, 26 de abril de 2018

43


Javier Risco.

Lo escribí hace mucho y lo repetiré hasta el cansancio: tiene hasta el 30 de noviembre de este año.

En tres años no ha sido capaz de conocer la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa. Nunca se ha parado ahí. No ha sentido la menor curiosidad por recorrer sus pasillos, admirar sus muros, sentarse en un aula, hablar con dos o tres maestros, ver el uniforme del equipo de futbol y conocer de frente un lugar indispensable no sólo en la historia de Guerrero, sino de nuestro país.

Aunque se ha considerado como una de las tragedias más grandes de su sexenio, no le interesa respirar su aire, mucho menos conocer a los más dolidos debajo de sus techos. En febrero de 2016 fue a Iguala, es lo más cerca que ha estado, y sus palabras fueron lamentables: pidió que no quedaran marcadas por la tragedia.

Y tres años después, con 120 detenidos que no despejan dudas ni hacen sentir justicia, jamás entenderé por qué el presidente Enrique Peña Nieto no ha tenido la menor curiosidad de saber a qué huele Ayotzinapa.

Hoy se cumplen 43 meses de la desaparición de los 43. Y es la primera vez que dejo el número sin contexto, porque estoy seguro de que ha marcado a todas las generaciones, lo ha hecho de manera transversal: los estudiantes siguen buscando una respuesta, los padres –cualquier padre- sigue tratando de digerir el horror, cualquier adulto mueve la cabeza negando lo sucedido y los ancianos, que creían haber visto todo, siguen sorprendidos del México violento.

Es un número que perseguirá a tantos toda su vida: al presidente Enrique Peña Nieto, al exsecretario de gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, a cada uno de los procuradores generales de la República, sobre todo a Murillo Karam, a Tomás Zerón, exdirector de la Agencia de Investigación Criminal de la PGR, a cada uno de los gobernadores de Guerrero, sobre todo a Ángel Aguirre, a policías federales, a miembros del Ejército, a policías municipales, a todos los que han sido omisos o que se han quedado callados, a tantos que han perpetuado 43 meses de impunidad.

43 meses que dejaron rotas a las familias. Como la de doña Minerva Bello Guerrero, madre de Everardo Rodríguez, uno de los estudiantes que nos faltan, quien falleció en febrero víctima del cáncer y del dolor de no haber vuelto a ver nunca a su hijo, en un país que no le dio respuestas y en medio de la injusticia, la desesperanza y la búsqueda interminable.

O la familia de don Ezequiel Mora, padre de Alexander Mora, otro de los estudiantes, que hace unos días perdió a otro de sus hijos, Irene Mora, quien falleció en un accidente automovilístico. Seis hermanos que no volverán a estar juntos nunca.

¿Cuántos kilómetros pueden caminarse? ¿Cuántas veces puede gritarse la palabra ‘justicia’? ¿Cuántos más desaparecieron después de esos 43?

Esta tragedia nos perseguirá también a nosotros, porque no podemos estar en paz con Ayotzinapa pendiente. Porque la desesperanza a veces llega con comentarios como: “si ya todos saben que están muertos, ya, los quemaron”, sólo hay que ver la mirada de los padres, hermanos, familiares y amigos para saber que la búsqueda no la detendrán y que después de aquella noche de septiembre no han dormido igual. Eso nos debe de bastar para seguir exigiendo, para saber que la lección de este sexenio es que la tragedia nos puede alcanzar cualquier día, cualquier hora y en cualquier lugar.

Ayotzinapa será la herida abierta que deje esta administración, el recuerdo sangrante de la impunidad.

Bernardo, Felipe, Benjamín, Israel, José Ángel, Marcial, Jorge Antonio, Miguel Ángel, Abel, Emiliano, Dorian, Jorge Luis, Alexander, Saúl, Luis Ángel, Jorge, Magdaleno, José Luis, Jesús Jovany, Mauricio, José Ángel, Jorge, Giovanni, Jhosivani, Carlos, Israel, Adán, Abelardo, Christian, Martin, Cutberto, Everardo, Marco Antonio, César Manuel, Cristian Tomás, Luis Ángel, Leonel, Miguel Ángel, Jonás, José Eduardo, Julio César, Carlos Iván, Antonio. Porque no vamos a dejar de nombrarlos, hasta encontrarlos.

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