Epigmenio
Ibarra.
Hoy la moda, sobre todo entre
aquellos columnistas y comentaristas de radio y TV que antes bajaban obedientes
la testa frente al régimen, es profetizar el fracaso inminente de Andrés Manuel
López Obrador. Los intelectuales orgánicos, que ven aproximarse el fin de sus
privilegios, se montan en la misma barca y vaticinan que las esperanzas
depositadas en el nuevo Gobierno se verán traicionadas muy pronto.
Quienes callaron cobardemente frente
a los crímenes de estado. Quienes cerraron la boca y los ojos ante los más
escandalosos actos de corrupción. Quienes se cruzaron de brazos ante la
injusticia y tendieron la mano para recibir las dádivas del régimen, HOY SE
DICEN DISPUESTOS A PLANTARSE VALIENTEMENTE FRENTE AL PODER.
Estos
críticos de nueva cepa disminuyen, convenientemente, la importancia y
profundidad de la catástrofe nacional que vivimos y de la que, en tanto
servidores y cómplices del régimen, son corresponsables. El México que, este
1ero de diciembre, tendrá el Presidente más votado de su historia, está,
literalmente, hecho pedazos. López
Obrador, piensan muchos, llegará con las manos atadas y tendrá frente a sí a un
régimen que luego de décadas de ensangrentar, saquear y endeudar a este país se
resiste a morir.
El PAN, el PRI, los grupos de poder
económico que se vieron históricamente beneficiados por los gobiernos de estos
partidos, los medios de comunicación que operaban como espejo del poder y lo servían
incondicionalmente, todos los que no pudieron frenar a López Obrador en su
carrera a la presidencia, superadas sus diferencias, intentarán ahora unidos y
a cualquier costo, hacerlo fracasar.
“No le
alcanzará el bono democrático”
“No podrá
cumplir sus promesas de campaña”
“No tendrá
el dinero suficiente”
“Le fallará
su equipo”
“Lo
traicionará su talante autoritario”
“Dejarán sus
feligreses de confiar en su mesías”
“Será más de
lo mismo”
Los mismos argumentos de la guerra
sucia circulan ahora por los mismos canales repetidos por los mismos
personajes. Esos que, creyéndose sus propias mentiras, no lo vieron siquiera
venir, continúan utilizando el mismo discurso cargado de prejuicios, la campaña
difamatoria contra el virtual presidente electo. Han sido ellos la caja de
resonancia fundamental de la que según López Obrador y a juzgar por los hechos
no le falta razón es: “la venganza del INE”.
No hay que
llamarse a engaño. Antes de recibir la
constancia de mayoría del TEPJF, López Obrador ha enfrentado ya la primera
intentona golpista. Hemos vivido, casi 20 años después y en un México
convulsionado por la violencia, una especie de reedición temprana del desafuero
orquestada, irresponsablemente, desde la misma institución que organizó y
validó los comicios más concurridos de la historia de México.
Lorenzo Córdoba y algunos consejeros
electorales, actuaron por consigna como lo hiciera Rafael Macedo de La Concha,
el Procurador durante el sexenio de Vicente Fox con el desafuero y
proporcionaron, con la investigación sobre el Fideicomiso “Por los Demás” el
andamiaje, el pretexto jurídico. A los líderes de opinión correspondió la tarea
de explotarlo propagandísticamente y crear así el clima propicio para intentar
la anulación o, por lo menos, manchar la elección y lastrar así, antes de
iniciar su travesía, al Gobierno de AMLO.
Pese a su amplitud e intensidad la
ofensiva mediática montada en torno a la investigación y la multa impuesta por
el INE a Morena fracasó.
Han fracasado también quienes
profetizan el desastre y exigen cuentas a un gobernante que aún no toma
posesión.
La confrontación, ciertamente, apenas
comienza, pero por primera vez en décadas, la correlación de fuerzas no les es
favorable a los poderosos.
Lo que, de nuevo, no toman en cuenta
quienes intentan impedir la transformación radical de México es que López
Obrador se crece, como nadie, ante los golpes y que no está solo. No
aprendieron un carajo en la campaña. No supieron ver esa avalancha social, a
esos 30 millones de votantes que arrasaron al régimen en las urnas. Ahora, no
logran entender ni cómo ni por qué esos millones de mexicanas y mexicanos están
dispuestos a sepultar al régimen por completo.
A esa gente que según las encuestas
se siente liberada, ligera, alegre, esperanzada no le hacen mella las mismas
mentiras, es inmune al miedo; se sabe al mando. López Obrador, no les va a
fallar, no nos va a fallar. No puede. No tiene permiso para hacerlo. No se lo
concede ni su propia historia de lucha, ni su integridad, ni la posición en que
se ha colocado. Menos, todavía, la dinámica social que ha desatado en torno
suyo.
Logró durante la campaña, con su
terquedad y su fuerza, concientizar y movilizar a millones. Hoy, desde Palacio
donde no será ya el solitario que ronda por los pasillos, no le tocará ni jalar
a esos millones de mexicanas y mexicanos, ni empujarlos: su destino es
seguirlos. Serán las esperanzas de esa mayoría que ha dejado de ser
silenciosas, las que jalen el carro.
Ha modificado el tabasqueño de manera
sustancial la posición tradicional de la vanguardia revolucionaria y la
posición atávica de un gobernante al que toca “encabezar” una transformación.
Serán esos millones de personas que votaron por él quienes lo jalen; quienes lo
obliguen a cumplir, a ir más a fondo, a extirpar de raíz la corrupción.
No se trata
de cumplir una promesa de campaña, se
trata de seguir la instrucción recibida en las urnas por 30 millones de
votantes. Deberá convertirse Andrés Manuel López Obrador, para eso ha luchado
toda su vida y ya no le queda más remedio, en lo que ha soñado y ser como
Morelos, siervo de la nación.
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