viernes, 27 de julio de 2018

El PRI y sus genes al grito de guerra.


Diego Petersen Farah.

Decir que el PRI vive la peor crisis desde su fundación es de Perogrullo; nunca habían tenido un resultado electoral tan desastroso. La pregunta no es si el PRI debe cambiar de nombre, lo ha hecho otras veces de acuerdo con las necesidades del momento, sino cuál es el papel de los partidos en México y específicamente de uno emanado de una revolución del siglo pasado.

El camaleonismo ideológico, la gran virtud genética del Revolucionario Institucional durante todo el siglo XX, es hoy su principal lastre. Así como cuando anticipamos que el PRD se convertiría en un partido de la chiquillada estaba muy claro qué el país perdía una agenda de libertades con la que se podía estar o no de acuerdo, pero eran parte esencial del debate nacional (¿Quién llora al PRD?, 24 de junio 2016) con el descalabro del PRI no está claro qué perdemos, qué representa ideológicamente el partido, cuáles son los principios que defiende y que son necesarios en el espectro electoral.

Lo que más une a un partido es la expectativa de acceso al poder, y en eso el PRI fue único durante todo el siglo XX. Incluso con competencia electoral de la era democrática supieron adaptarse a la alternancia pues durante 20 años fueron siempre primera o segunda fuerza en todos los estados. Se perdía una elección, pero no la expectativa del regreso.

La gran virtud del PRI es el oficio político de sus miembros. Eso, como ha quedado claro, no se pierde, pues tienen una gran capacidad de adaptación a nuevas siglas y nuevos tiempos. Los vimos integrarse a los gobiernos del PAN y ahora al de Morena sin hacer gestos (Alfonso Durazo es el prototipo más acabado de ese priismo marxista, que, como Groucho, tienen principios muy firmes, pero si es necesario en la bolsa trae otros). Lo que no tienen claro ni los propios priistas es qué representan hoy ideológicamente, si las suyas son las batallas conservadoras de Mikel Arriola en la ciudad de México, o la defensa de las conquistas una revolución de otros tiempos y que no le dice nada a los jóvenes.

Hoy más que nunca, de cara a la elección intermedia, el país necesita un PRI, con ese u otro nombre, con visión de futuro y que represente los ideales perdidos de justicia social que heredaron de la revolución, pero con la solvencia técnica del PRI de los últimos años. El riesgo es que ya sin expectativas de regreso al poder, con ausencia de principios ideológicos y sin banderas revolucionarias, pues Morena se las arrebató todas, el debate al interior del partido se limite a quién se quede con el registro, quién administra la derrota solo para cambiarle las siglas y convertirlo en un partido pequeño más, se esos que son buen negocio si se reparte entre pocos.

El riesgo, pues, es que el gen corrupto, tan vivo en estos últimos años, le gane al gen idealista revolucionario que parece haberse perdido en uno de esos tumbos ideológicos del siglo pasado.

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