Diego
Petersen Farah.
Decir que el
PRI vive la peor crisis desde su fundación es de Perogrullo; nunca habían
tenido un resultado electoral tan desastroso. La pregunta no es si el PRI debe
cambiar de nombre, lo ha hecho otras veces de acuerdo con las necesidades del
momento, sino cuál es el papel de los partidos en México y específicamente de
uno emanado de una revolución del siglo pasado.
El
camaleonismo ideológico, la gran virtud genética del Revolucionario
Institucional durante todo el siglo XX, es hoy su principal lastre. Así como
cuando anticipamos que el PRD se convertiría en un partido de la chiquillada
estaba muy claro qué el país perdía una agenda de libertades con la que se
podía estar o no de acuerdo, pero eran parte esencial del debate nacional
(¿Quién llora al PRD?, 24 de junio 2016) con el descalabro del PRI no está
claro qué perdemos, qué representa ideológicamente el partido, cuáles son los
principios que defiende y que son necesarios en el espectro electoral.
Lo que más une a un partido es la
expectativa de acceso al poder, y en eso el PRI fue único durante todo el siglo
XX. Incluso con
competencia electoral de la era democrática
supieron adaptarse a la alternancia pues durante 20 años fueron siempre primera
o segunda fuerza en todos los estados. Se perdía una elección, pero no la
expectativa del regreso.
La gran
virtud del PRI es el oficio político de sus miembros. Eso, como ha quedado
claro, no se pierde, pues tienen una gran capacidad de adaptación a nuevas
siglas y nuevos tiempos. Los vimos integrarse a los gobiernos del PAN y ahora
al de Morena sin hacer gestos (Alfonso Durazo es el prototipo más acabado de
ese priismo marxista, que, como Groucho, tienen principios muy firmes, pero si
es necesario en la bolsa trae otros). Lo
que no tienen claro ni los propios priistas es qué representan hoy
ideológicamente, si las suyas son las batallas conservadoras de Mikel Arriola
en la ciudad de México, o la defensa de las conquistas una revolución de otros
tiempos y que no le dice nada a los jóvenes.
Hoy más que
nunca, de cara a la elección intermedia, el país necesita un PRI, con ese u
otro nombre, con visión de futuro y que represente los ideales perdidos de
justicia social que heredaron de la revolución, pero con la solvencia técnica
del PRI de los últimos años. El riesgo es que ya sin expectativas de regreso al
poder, con ausencia de principios ideológicos y sin banderas revolucionarias,
pues Morena se las arrebató todas, el
debate al interior del partido se limite a quién se quede con el registro,
quién administra la derrota solo para cambiarle las siglas y convertirlo en un
partido pequeño más, se esos que son buen negocio si se reparte entre pocos.
El riesgo, pues, es que el gen
corrupto, tan vivo en estos últimos años, le gane al gen idealista revolucionario que parece
haberse perdido en uno de esos tumbos ideológicos del siglo pasado.
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