John M. Ackerman.
La decisión de crear el
Movimiento de Regeneración Nacional, ahora Partido Morena, fue uno de los
grandes aciertos de Andrés Manuel López Obrador. En lugar de pelearse en el
lodo con los burócratas que se habían apoderado del Partido de la Revolución
Democrática (PRD), el tabasqueño voló por encima del pantano de la corrupción
para dar luz a una nueva agrupación capaz de canalizar y organizar la esperanza
ciudadana.
En apenas cuatro años,
Morena logró contagiar al país entero con su visión de un México más pacífico,
justo y democrático. A partir de 2018, este nuevo partido ciudadano no
solamente controlará la Presidencia de la República, sino también ambas cámaras
federales y la mayoría de los congresos locales. De manera paralela, el
financiamiento público para Morena se cuadruplicará durante el próximo año,
llegando a la impresionante suma de casi mil 600 millones de pesos.
Como un adolescente que
de pronto ve crecer su cuerpo y cambiar su voz, este instituto político debe
madurar rápidamente para poder asumir de manera eficaz sus nuevas responsabilidades.
En primer lugar, Morena
debe evitar ser capturado por los oportunistas. Ya se han acercado muchas
figuras de dudosa reputación. Pero el río de chapulines que empezó a fluir
durante el proceso electoral ahora se convertirá en una verdadera avalancha de
buscachambas. Todos los políticos que no logren colarse como funcionarios o
asesores en los nuevos gobiernos de Morena buscarán refugiarse en el partido en
preparación para saltar en masa, como en los viejos tiempos del partido-Estado
priista, hacia los cargos públicos.
Es de vital importancia
que Morena evite convertirse en “la banca” de los gobiernos emanados de este
partido. Su objetivo debe ser transformarse en un espacio de auténtica
participación, debate y concientización ciudadana.
Los estatutos de Morena serán un gran aliado en este proceso. Por ejemplo, el artículo 68 de este
documento básico indica que los recursos públicos otorgados al partido “deberán
ser utilizados exclusivamente en apoyo a la realización del programa y plan de
acción de Morena, preferentemente en actividades de organización,
concientización y formación política de sus integrantes.” Y el artículo 70
señala que los dirigentes de Morena no tienen derecho a salario alguno, sino
que solamente cuentan con apoyos económicos puntuales para la realización de
sus tareas que no pueden exceder la cantidad de treinta salarios mínimos.
En suma, fungir como
dirigente de Morena no debe ser entendido como un “cargo” desde donde uno puede
repartir favores y chambas, sino una responsabilidad ciudadana de servir a la
causa de la cuarta transformación de la República.
Un segundo reto del
partido es garantizar una auténtica participación democrática entre sus
miembros y militantes. Desde el preámbulo de su estatuto, el partido se pronuncia
a favor del “auténtico ejercicio de la democracia, el derecho a decidir de
manera libre, sin presiones ni coacción, y que la representación ciudadana se
transforme en una actividad de servicio a la colectividad, vigilada, acompañada
y supervisada por el conjunto de la sociedad”.
Y en el artículo segundo Morena establece “la integración plenamente democrática de los órganos de
dirección, en que la elección sea verdaderamente libre, auténtica y ajena a
grupos o intereses de poder, corrientes o facciones”. Finalmente, el artículo
noveno del estatuto señala que “en Morena habrá libertad de expresión de puntos
de vista divergentes. No se admitirá forma alguna de presión o manipulación de
la voluntad de las y los integrantes de nuestro partido por grupos internos,
corrientes o facciones, y las y los Protagonistas del cambio verdadero velarán
en todo momento por la unidad y fortaleza del partido para la transformación
del país”.
Tienen razón los
documentos básicos de Morena en buscar evitar la creación de sectas, corrientes
o “tribus” al interior del partido. Ello no implica una limitación a la
libertad de expresión, sino todo lo contrario. La mejor manera para garantizar
la verdadera unidad de un partido político es precisamente a partir de un sano
debate interno con absoluto respeto a las diferencias para poder juntos adoptar
decisiones de consenso tomando en cuenta las posturas de todos.
Ahora bien, es una realidad que al calor de las campañas
electorales, y frente a la urgente necesidad de expulsar del gobierno federal a
la mafia del poder, los estatutos de
Morena no siempre se han cumplido al pie de la letra. Pero el partido ahora
cuenta tanto con los recursos como con el tiempo para fortalecer su estructura
democrática y su legalidad interna con el fin de garantizar su salud
institucional a largo plazo.
El próximo 20 de
noviembre de 2018 se tendrán que renovar todos y cada uno de los cargos
directivos de Morena a nivel nacional, estatal y municipal. El estatuto no
permite la reelección de ningún directivo y solamente de 30% de los integrantes
de los consejos estatales y nacionales, así que se abre una enorme oportunidad
para dar un gran salto hacia adelante con la incorporación de nuevos
liderazgos.
Sin embargo, también
existe el riesgo de que los oportunistas y los chapulines se aprovechen de la
inexperiencia de los cuadros más jóvenes y auténticos para arrebatarles el
control sobre el partido. Este desenlace sería catastrófico, ya que prepararía
el camino para que Morena se convirtiera en otro PRD o, aún peor, en un PRI
renovado.
Hagamos votos, y
pongamos cada quien nuestro granito de arena, para que el perfil de los nuevos
dirigentes enaltezca el perfil ciudadano y transformador del nuevo partido gobernante.
De lo contrario, que la nación y la ciudadanía se los demande.
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