viernes, 27 de julio de 2018

Trump a AMLO: Sí, pero…


Dolia Estévez.

Para cualquier jefe de Gobierno, es un reto lidiar con el errático Presidente de Estados Unidos. A Peña Nieto, Trump primero lo amenazó con usar su poderío militar. Luego lo llamó “mi amigo Enrique” y sugirió reformar la Constitución para que pudiera ser reelecto Presidente. Por ahora, Andrés Manuel López Obrador sólo ha recibido elogios. El trato entre ambos arranca con un insólito intercambio de cartas en las que se ensalzan mutuamente.

La respuesta de Trump a la misiva que López Obrador le hizo llegar el 13 de julio, divulgada por ambos esta semana, fue bien recibida por el equipo del Presidente electo y por la comentocracia en general. El tono es cortés y respetuoso. Nada habitual en Trump. Sin embargo, con la excepción de la amenaza en torno al TLCAN, no dice nada concreto. Es pura paja. La palabra clave en el texto es “but” (pero). Trump dice que está de acuerdo en los beneficios mutuos de un TLCAN renovado, “pero” sólo si termina la negociación pronto, de lo contrario, advierte, buscará otros caminos que, aunque no los específica, uno de ellos es salirse del tratado. Trump coincide con AMLO en cuanto a que el problema migratorio trasciende la seguridad fronteriza, “pero” pide mayor cooperación para seguir tratando inhumanamente a los indocumentados. La cooperación que quiere es que México ceda a ser filtro de los inmigrantes centroamericanos que buscan asilo en Estados Unidos y firme un acuerdo de “tercer país seguro”.

La supuesta buena disposición de Trump no es el tema, sino que AMLO baje la guardia. Nadie espera que recurra a la incendiaria retórica de campaña, cuando lo denunció por hablar de los mexicanos como Hitler habló de los judíos antes del exterminio (Oye Trump, Planeta, 2017). Pero tampoco que los árboles le impidan ver el bosque. Adoptar la estrategia de apaciguamiento de Peña sería un error garrafal. El respeto no implica conformismo, ni la cordialidad guiños de una complicidad implícita con un individuo que 90 por ciento de los mexicanos detesta con sobrada razón. Trump no es de confiar. Es impredecible e hipócrita.

En su misiva a Trump, López Obrador aborda temas prioritarios como comercio e inmigración. Plantea fuertes inversiones públicas en proyectos de desarrollo económico para México y los países centroamericanos que tenga el efecto de reducir la migración. Exhorta a concluir la negociación del TLCAN para “no prolongar la incertidumbre” que podría frenar la inversión. Sin embargo, deja fuera los temas más contenciosos como seguridad, tráfico de armas, muro y racismo contra los mexicanos. Contiene ideas loables, pero también no realistas en el universo de Trump.

Agradecerle a Trump “la buena disposición y el trato respetuoso” mostrados a partir de su victoria fue innecesario. El trato entre jefes de Estado, más aún entre países democráticos, se basa en el respeto mutuo. Es un derecho universalmente aceptado. No se agradece. Se asume. Hacerlo abarata la narrativa. Desde la elección, Trump no ha insultado a México. ¿Por qué, entonces, no agradecerle la suspicaz ausencia de tuitazos?

El párrafo final es desafortunado. López Obrador dice a Trump: “Me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito…”. Algunos analistas se han rasgado las vestiduras tratando de refutar la comparación simplista entre AMLO y Trump en la prensa estadounidense. Ahora resulta que el propio López Obrador equipara su victoria con la de Trump. López Obrador ganó con más del 53 por ciento del voto y sin ayuda externa. Trump se impuso ayudado por los rusos y sin la mayoría del voto popular. Son triunfos cualitativamente diferentes. Compararlos desvaloriza la legitimidad de la victoria de AMLO.

López Obrador también dice que lo “anima” que Trump sabe “cumplir” lo que promete. ¿Lo anima el trato inhumano a los inmigrantes indocumentados? ¿La imposición de aranceles a las exportaciones mexicanas? ¿El revés a los dreamers? ¿El rompimiento de las alianzas de la posguerra? ¿El rechazo a los convenios multilaterales? Son las promesas que está cumpliendo. La afirmación de que Trump, como él, desplazó al establishment o “régimen predominante” es otro desacierto. No extraña que no sepa qué es el establishment. Estados Unidos no es su fuerte.

¿Dónde estaba Ebrard? El establishment estadounidense está representado por dos grupos: los hombres y mujeres que controlan el Gobierno, y los poderes fácticos que manipulan el sistema político conforme a sus intereses. Los poderes fácticos, también conocidos como el establishment empresarial, son más importante que el establishment político. Los gobiernos van y vienen, pero los intereses especiales de los dueños del dinero se quedan. Hay estudios que muestran que las élites económicas tienen mayor incidencia sobre las políticas públicas y decisiones gubernamentales que el ciudadano promedio.

Trump no ganó, como dice López Obrador, porque puso en el centro a los ciudadanos. Es cierto, contendió con una agenda populista anti establishment; con promesas de sacudir el estatus quo y de “drenar el pantano” en Washington de intereses especiales. Pura palabrería. Oportunismo electorero. Trump no va a cambiar el sistema que lo hizo multimillonario. Gobierna para los ricos a expensas de los pobres a los que manipula para afianzar su control político. Trump personifica lo más perverso del establishment. Llegó a la Casa Blanca con un sólo propósito: elevar su fortuna personal. No, Trump no desplazó al establisment. Trump es el establishment.

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