Raymundo Riva Palacio.
La relación del presidente electo Andrés Manuel López Obrador
con las Fuerzas Armadas es esquizofrénica. Las llamas asesinas y las reconoce
como una institución del pueblo. Las denuesta y acude a ellas para abatir la
inseguridad. Quería el retiro paulatino de los militares de las calles
mexicanas y ahora dice que eso no es posible. Les tiene confianza, pero en
realidad no. López Obrador lleva tiempo tensionando las estructuras militares y
no parece importarle mucho. En los altos mandos de las Fuerzas Armadas, lo
único que ha generado es resentimiento y desconfianza. Mal inicio de gobierno
para una administración que aún no arranca.
Este domingo se reunió en el Campo Militar 1 con soldados,
marinos y sus familiares y explicó que propuso la Guardia Nacional “porque le
tengo confianza al Ejército y la Marina, porque el Ejército es el pueblo
uniformado”. Es cuestionable. El pensamiento más claro sobre ellas lo externó
en febrero de 2017, cuando tras un operativo de la Marina en Nayarit donde se
abatieron a 12 miembros del cártel de los Beltrán Leyva, el entonces aspirante
a la presidencia afirmó: “¿Por qué los aniquilaron? ¿Por qué si ellos
investigan y supuestamente tienen asesoría del extranjero en materia de
inteligencia, los masacraron?”
La presencia de militares en las calles para combatir la
seguridad pública no es algo que lo convenza. Desde hace casi dos años ha sido
su crítico sistemático. “Tiene que cambiar la política de masacrar, torturas
que desde (el presidente Felipe) Calderón no ha dado resultado; al contrario,
trae más sufrimiento”, dijo en Nayarit. Dos meses antes le pidió al general
Salvador Cienfuegos y al almirante Vidal Soberón “no continuar con la política
coercitiva, pues no resuelve nada con el uso del Ejército, Marina, policías,
cárceles, amenazas de mano dura, con leyes más severas, dado que la paz y la
tranquilidad son frutos de la justicia”.
López Obrador sabía lo que quería. El Proyecto Alternativo de
Nación 2018-2024 que dio a conocer en diciembre, incluía el regreso paulatino y
programado de los militares a los cuarteles, porque la seguridad pública era
responsabilidad del ámbito civil. No tardó mucho en rectificar. Un mes después
de ganar la presidencia, con el apoyo de decenas de organizaciones de derechos
humanos que respaldaban su propuesta, cambió el discurso. Ni soldados ni
marinos regresarían a los cuarteles, y seguirían trabajando en tareas de
seguridad pública.
Es decir, lo que hizo el presidente Calderón, que tanto
cuestionó el presidente electo, será la ruta que mantendrá. Lo que tanto
criticó del presidente Peña Nieto, será continuado por él. La forma como los
mantendría en las calles sería mediante la creación de una Guardia Nacional,
que es algo similar a lo que hizo el presidente Ernesto Zedillo en 1999, cuando
creó la Policía Federal Preventiva, pero al revés. Retoma de tres gobiernos el
modelo, pero modifica el diseño institucional que viola la Constitución, pues
un reciente fallo de la Suprema Corte de Justicia impide que realicen esas
tareas por no considerar los tratados y la legislación que en materia de
derechos humanos limitan su actuación en casos excepcionales. Para hacer lo
mismo, había mejores formas.
La Policía Federal (en un principio se le añadió Preventiva)
se integró con la Tercera Brigada de la Policía Militar al mando de Genaro
García Luna, que fue trasladado del Cisen para construir una fuerza policial
civil. Trasladar del ámbito militar a los soldados para integrarlos al ámbito
civil, no requirió de modificaciones constitucionales ni violó la ley. La
Guardia Nacional es un galimatías que en lugar de construir una policía que
permita el retiro gradual de los militares de las calles, la destruye y
provocará que soldados y marinos se queden permanentemente a cargo de la
seguridad pública, como policía nacional que, otra ironía de este enredo, la
propuso García Luna, y la clase política, incluidos los cercanos a López
Obrador, la bloquearon.
López Obrador dijo en Campo Militar 1 cosas imprecisas o
falsas. La justificación de la Guardia Nacional es para atacar unidos la
inseguridad, porque “en la actualidad cada autoridad trabaja en forma separada,
por lo que deben estar unidos”. La cooperación entre soldados, marinos y
policías federales no está rota, como sugiere el presidente electo. Lo que sí
rompió en los últimos días es la participación de los gobiernos estatales, que
provocó la reacción de los gobernadores, quejándose de la exclusión.
López Obrador provoca el divisionismo, no al revés. En el
caso de las Fuerzas Armadas, tuvo oportunidad de enmendar las cosas con el
nombramiento de los titulares de la Defensa y la Marina, pero ignoró las
recomendaciones del general Cienfuegos, y del almirante Soberón. El general
Cienfuegos le propuso para sustituirlo al subsecretario, al general Roble
Arturo Granados Gallardo, o al general Alejandro Saavedra Hernández, jefe del
Estado Mayor, pero escogió al general Luis Crescencio Sandoval, el número 22 de
los 23 generales en la lista. El almirante Soberón propuso al almirante José
Luis Vergara, oficial mayor de la Marina, pero se inclinó por el almirante José
Rafael Ojeda, a quien sus pares no le ven suficiente experiencia para el reto.
Las tensiones con las Fuerzas Armadas no cejarán. En este
espacio se reportó que cuando el presidente electo le detalló al secretario de
la Defensa lo que haría la Guardia Nacional y el general Cienfuegos le replicó
que era anticonstitucional, López Obrador le respondió: “Pues modificamos la
Constitución”. Eso es lo que va a hacer a través de su brazo legislativo en el
Congreso, que es Morena, sin importar el sentir y el pensar de las Fuerzas
Armadas.
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