Javier Risco.
El sábado la periodista Gabriela Warkentin y yo presentamos
el libro de Juan Pablo Villalobos Yo tuve un sueño, en él se cuentan diez historias
de niños que han sufrido la migración, subrayo la palabra sufrido porque
describe lo que es viajar por este país para alcanzar la tierra prometida, en
este caso Estados Unidos. Historias que llegan en un momento indispensable para
entender lo que es dejar todo y hacer un viaje que toca los límites del horror
–para conocer más a fondo del libro los invito a leer mi columna del viernes
pasado–, en fin, retomo el tema por algo que sucedió durante la presentación.
En mi primera intervención una mujer de 70 años me interrumpió y dijo que
habíamos sido incapaces de escuchar otras voces, voces que estaban en contra de
los migrantes y dijo: “estamos más aterrorizados que la violencia que tenemos,
no quiero dejar a mis nietos como los kurdos, sin patria y sin territorio, ya
perdimos la mitad de nuestro territorio ¿vamos a permitir perder lo que nos
queda? ¿Qué es esto?”, después comenzó a decir que teníamos suficientes
necesidades en este país para estar recibiendo más problemas. Terminando la
presentación se acercó a nosotros y nos gritó diciendo que ella pertenecía a la
familia “Padilla Terrazas”, de los “Terrazas” de Sonora, gente de herencia que
había habitado la frontera desde hace varias generaciones y que no iban a
permitir que nadie llegara a invadirlos.
En ese momento respondí con distintos argumentos; el primero
era señalar que en el programa habíamos escuchado a gente de Tijuana que
también estaba en contra de la presencia de migrantes centroamericanos,
entrevistamos a una señora que estaba haciendo huelga de hambre; también le
dije que su opinión tenía cabida en la discusión, pero que no estaba de acuerdo
–sigo pensando que el racismo y la discriminación no merecen ser respetados
como argumentos, sino denunciados–, por último le dije que habría que separar
los problemas de este país como la violencia y la desigualdad, de los problemas
no atendidos de los migrantes; cuando le das un pan a un migrante no se lo
quitas a un mexicano.
Es inquietante el miedo que causa la humanidad, bien decía
Warkentin en esta misma plática “toda migración tiene una afectación en el
destino, moverse es algo que no dejamos de hacer, ocurre en todo el mundo”, nos
encontramos en un momento en el que las voces del desprecio obtienen
resonancia, en Estados Unidos un presidente tolerancia cero y en Tijuana un
presidente municipal que dice “los derechos humanos son para humanos derechos”,
la discriminación no se esconde se porta con orgullo y exhibe el peligro al que
estamos expuestos.
A algunos les cuesta trabajo entender el significado del
asilo, les aburre entender realidades que han llegado a la desesperación, que
los ha obligado a moverse para sobrevivir en el mejor de los casos.
Este gobierno se diluye en la última semana y ha dejado a la
deriva a la ciudad de Tijuana. Ayer, en el paso San Ysidro, tal vez el lugar
más con más movilidad migratoria en el mundo, la patrulla fronteriza
estadounidense acorraló a los migrantes y los intimidó disparando balas de
goma, los persiguió y los amedrentó; del lado mexicano nadie dijo nada, el
limbo de responsabilidades cinco días antes es aterrador.
Me escribo constantemente con el reportero Ernesto Eslava, en
Tijuana; me ha recordado que la situación de los centroamericanos es menos
grave que la de los haitianos, dice que actualmente hay una población de 10 mil
haitianos contra 5 mil de Honduras, Guatemala y El Salvador, pero que hay un
desprecio mayor contra estos últimos debido a la torpe acción del gobierno
local que ha hecho que los cierres de la Policía Federal y Municipal en el paso
fronterizo afecte la dinámica de vida diaria entre la población al evitar el
tránsito hacia San Diego. Los gobiernos anteriores habían sabido tratar una
situación que lleva décadas, la de los miles de migrantes que esperan una
oportunidad para vivir en Estados Unidos, éste ha preferido aprovechar la ola
de racismo para culparlos de casi todos los problemas que enfrenta la ciudad.
De Yo tuve un sueño, el libro de Villalobos, me quedo con los
gestos de bondad en las historias. Soy un convencido de que en número somos más
los que NO tomamos el camino de la discriminación, busquemos la empatía en
estos tiempos de furia y donde el desprecio parece la mejor vestimenta de la
ignorancia.
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