Jorge Zepeda Patterson.
Esta es la última columna dominical del sexenio. Quizá la
última que escribo sobre Peña Nieto, cliente habitual de este espacio durante
los últimos ocho años. A menos, claro, que López Obrador o los jueces nos den
el pretexto para ocuparnos del ex Presidente en los próximos años.
Peña Nieto tiene razón cuando se queja de que los críticos
sólo nos hemos fijado en los defectos y problemas de su administración. Puede
ser, no careció de aciertos y buenas intenciones; nadie quiere ser un mal
Presidente. Pero era tal el coro de cortesanos, comparsas, medios de
comunicación y auditorios cautivos que lo vitoreaban, que los escasos espacios
críticos estaban obligados a llamar la atención sobre los negros del arroz.
Sobre todo cuando esos negros terminaron por arruinar el guiso.
Y es que, para desgracia de muchos. los desaciertos fueron tan
estridentes, sobre todo en materia de corrupción e inseguridad pública, que a
la postre comprometió la obra en su conjunto.
El problema para
percibirlo es que cada uno habla en la feria según le va en ella. Para las
clases altas y medias altas el sexenio que termina es de claroscuros pero
aceptable. Después de todo no hubo crisis económicas que lamentar,
devaluaciones inesperadas ni ocurrencias presidenciales descabelladas (del tipo
“defenderé el peso como un perro”). Un crecimiento promedio superior al dos por
ciento es modesto y queda corto frente al cinco o seis prometido, pero no pinta
mal en un contexto en el que los países del llamado primer mundo no crecieron
más que eso y Brasil y Argentina padecieron debacles estrepitosas.
Para estos sectores
acomodados Peña Nieto no fue un Presidente del todo malo; incluso pudo haber
sido muy bueno si las reformas le hubieran cuajado. Para infortunio de estos
grupos y del propio Presidente la mayor parte de la población no vive en este
segmento. A más de la mitad de los habitantes les ha ido muy mal. En parte por
la desatención del régimen, concentrada en la parte pavimentada e iluminada, y
en parte porque el sistema ha mantenido inercias que se arrastran desde hace
décadas y amenazan con estallar. Un crecimiento promedio de dos por ciento
anual no dice nada si hay sectores sociales y lunares territoriales que crecen
al 10 por ciento y otros (los más extendidos) que retroceden y se estancan.
Para muchos mexicanos,
los que no leen periódicos ni forman parte de la comentocracia, los que carecen
de influencia y no pintan en los medios de comunicación (es decir, la mayoría)
la situación empeoró durante el sexenio. No necesariamente o no en todos los
casos en materia económica, pero sí en inseguridad. El Estado mexicano
retrocedió frente al crimen organizado y la ilegalidad se enseñoreó en amplios
territorios dejando a los ciudadanos a merced de los poderes salvajes. No solo
los narcos, ahora los guachicoleros o los extorsionadores de comercios y los
asalta combis se han vuelto imparables. La corrupción se convirtió en
metástasis y los gobernadores involucionaron en verdaderos sátrapas
insaciables. Entidades y ayuntamientos endeudaron al fisco de manera
irresponsable con cargo a las siguientes generaciones.
En suma, hay datos con
los cuales los prisitas pueden pretender que la fachada de la casa que dejan
sigue siendo presentable y que, incluso, hay paredes remozadas. Pero el
subsuelo, las cañerías y los muros de carga están podridos y el deterioro amenaza
con desencadenar una tragedia.
Y si cada quien habla
de la feria según el ambiente con el que la vivió, la percepción de lo que
viene sigue más o menos la misma lógica. Aquellos que siguen pensando que la
fachada no es del todo mala, que con un aeropuerto flamante por aquí y un
fiscal independiente por allá podría arreglarse, mirarán con indignación que el
nuevo inquilino de Palacio llegue a tumbar muros y romper pisos. Para los que
vivían en el sótano, en cambio, entre humedades, ratas y enfermedades, los
cambios representan una esperanza de alivio.
En 2012 los priistas
regresaron al poder convencidos de que eran mejores para gobernar. No
comenzaron mal, pero la frivolidad y la corrupción desmedida sabotearon sus
posibilidades mientras los demonios de siempre destruían al país de abajo, que
se negaron a ver.
Están en su última semana. No los vamos a extrañar. Creo,
espero.
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