Raymundo
Riva Palacio.
El general
Luis Rodríguez Bucio, jefe de la Guardia Nacional, ya no hizo pública ninguna
aclaración, o confirmación, de que durante casi seis años trabajó bajo la
coordinación de Genaro García Luna, dentro del grupo interinstitucional contra
acciones terroristas, llamado GAT, como el enlace de la Secretaría de la
Defensa. Políticamente, ha dejado que el tiempo diluya ante la opinión pública
esa hoja de su pasado, y que sea su palabra ante sus jefes, el secretario de
Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, y el presidente Andrés Manuel
López Obrador, la que logre el control de daños que evite la purga prometida
contra todos aquellos que trabajaron bajo las órdenes de García Luna.
El general
Rodríguez Bucio mintió cuando negó haber trabajado bajo la coordinación del
exsecretario, y si sus actuales jefes quieren ser omisos, están en su derecho,
porque la purga comprometida obedece únicamente a razones políticas. Pero si el
jefe de la Guardia Nacional los ha engañado, la reacción tendría que ser
diferente. Existe no sólo la documentación que prueba esa relación subordinada,
sino un gran número de testigos que pueden corroborar su participación en el
GAT y quién era el mando responsable de ese grupo y le asignaba las tareas que
debía cumplir.
Más allá de
ese aspecto, sin embargo, el general, tiene otra información, ajena a la
política-política, que debe aportarle al gobierno, porque le ayudaría a
entender de manera relevante la relación del gobierno con el Cártel de Sinaloa,
aunque destaparía secretos que difícilmente se quieran revelar.
Esta
historia comienza en octubre de 2008, en el primer tercio de la guerra contra
las drogas en la que se embarcó el presidente Felipe Calderón, donde había un
enfrentamiento dentro del gabinete entre García Luna y el procurador general,
Eduardo Medina Mora. Las diferencias entre ellos afectaban a la coordinación de
la estrategia contra los cárteles de las drogas y el presidente ordenó que se
reorganizara la lucha y se trabajara de forma armónica. La reunión fue
convocada por el director del Cisen, Guillermo Valdés, en las instalaciones del
organismo, en Magdalena Contreras.
A esa
reunión se presentaron los representantes de las instituciones que estaban
involucradas en esa guerra. En representación de Medina Mora asistió la
subprocuradora Especializada en Investigación en Delincuencia Organizada,
Maricela Morales; por García Luna estuvo Gerardo Garay, comisionado de la
Policía Federal; por el general secretario de la Defensa, Guillermo Galván, se
presentó el general Rodríguez Bucio, jefe del Grupo de Análisis e Información
del Narcotráfico (GIAN). La Marina no envió ningún representante, porque sólo
fue hasta después de esa reunión, cuando se le involucró en el combate a los
cárteles.
Hasta ese
momento, la responsabilidad en la lucha contra el Cártel de Sinaloa había estado
en la Secretaría de Seguridad Pública, desde los tiempos en que Alejandro Gertz
Manero fue su titular durante el gobierno de Vicente Fox, a quien sucedieron
Ramón Martín Huerta y Medina Mora en el mismo sexenio. Los representantes
institucionales debían compartir la información sobre sus esfuerzos contra el
narcotráfico, que estaban desarticulados y habían provocado fricciones en el
pasado. En esa reunión, Garay le entregó a Rodríguez Bucio todo lo que la
Policía Federal tenía sobre el Cártel de Sinaloa, incluidas las investigaciones
y seguimientos en curso.
El general
Rodríguez Bucio y Garay se conocían desde el GAT, y antes de llegar a formar
parte de ese equipo comandado por García Luna, había sido subjefe del Estado
Mayor de la Fuerza de Tarea Marte, que combatía el narcotráfico en el Triángulo
Dorado, la parte serrana donde se juntan Sinaloa, Durango y Chihuahua, que es
una información secreta porque la Secretaría de la Defensa Nacional se ha
negado sistemáticamente a dar a conocer la estrategia al combate al
narcotráfico en esa zona desde que comenzó, en 1967.
Para cuando
se le entregó la responsabilidad del combate al Cártel de Sinaloa, el general
Rodríguez Bucio tenía amplio conocimiento de sus alcances. Luego de finalizar
su comisión en el GAT, fue trasladado al Centro de Inteligencia Antinarcóticos,
el CIAN, donde sustituyó a su jefe, el coronel Roberto Aguilera Olivera, tras
una investigación interna donde presumían vínculos con el Cártel de Sinaloa,
luego de una serie de fugas de información que impidieron la captura de Joaquín
El Chapo Guzmán en las barrancas de Tamazula, en la Sierra de Durango. Aguilera
Olivera fue enviado a Argentina como agregado militar, y después, Rodríguez
Bucio, a Alemania. Sus casos no se judicializaron, y regresó a México para
incorporarse al Estado Mayor de la Defensa Nacional como jefe fundador del
GAIN, que remplazó al CIAN.
La
información con la que cuenta es una mina para el conocimiento de cómo se fue
fortaleciendo el Cártel de Sinaloa a lo largo de los tres últimos sexenios,
donde tuvo un papel protagónico. Pero podría existir un impedimento. Si el
general Rodríguez Bucio le cuenta al presidente López Obrador la verdadera
historia de la lucha contra esa organización criminal, probablemente no le va a
gustar. Afectaría a generales, algunos de ellos activos, y salpicaría a varios
funcionarios de su gobierno. Todo esto no saldría a la opinión pública, pero
generaría incertidumbre interna –sobre qué está parado López Obrador– y
desconfianza –¿En quiénes realmente puede seguir confiando? –. Empero, es
información que requiere conocer a detalle para la toma de decisiones.
El
Presidente y el secretario deben exigir al general Rodríguez Bucio que hable
con franqueza, y no con la deshonestidad con la que hasta ahora se ha
comportado. Seguir escuchando sus historias maquilladas, como lo ha hecho, no
lleva a ningún lado salvo para, como el avestruz, esconder la cabeza pensando
que nadie lo ve.
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