Alejandro
Páez Varela
Asumámoslo:
en estos momentos usted y yo podríamos estar sentados, abrazados, pasando junto
a, caminando al lado de, comiendo o desayunando con alguien que tiene
coronavirus. Es tan simple como esto: la incubación dura dos o tres semanas, de
acuerdo con lo que sabemos. Entonces, de aquí a que se detecta, una persona
contaminada puede estar esparciendo el bicho por todos lados y sin control. Por
eso es que las autoridades de salud de todos lados quieren que usted sepa que
está rodeado de posibilidades y una de esas es que se infecte. Puede hacer
muchas cosas, claro. Pero hay posibilidades de infectarse. No caiga en pánico.
No corra a Costco como esos señores y señoras ridículos que vimos en un video
(ridículos y absurdos) comprando kilos de gel y kilómetros de toallitas,
empujándose (y son ridículas, absurdas y egoístas) porque lo que querían era
despojar a todos los demás, deliberadamente. Así que no corra. Para cuando se
dé cuenta ya habrá pocas por hacer: sólo esperar y sanarse; esperar y no ser
uno de los pocos (porque son pocos) que se mueren porque, simplemente, están en
los grupos de riesgo.
Pero no
quiero escribir de esto, del coronavirus. La semana pasada, cuando leí del caso
en Culiacán, no pensé en la epidemia: pensé en aguachiles y tostadas de callo
de hacha. No que no me importe el coronavirus pero tampoco estoy desviviéndome.
Es más: mientras escribo vuelo a Sinaloa. Voy a Mazatlán. No pude más. Aunque
sea unas horas pero tengo hambre de aguachile y mazatlecos. Curioso que el
coronavirus me provocara ganas de aguachile. Amo los aguachiles y amo Mazatlán
y amo Sinaloa (solo un poquititito menos que a Chihuahua y a la Ciudad de
México) y si muero de coronavirus (no creo; me río ahora mismo) pues ni modo.
No pensé en el bicho, pensé en el mar; sí, en el mar: el olor a mar, los ojos
en el mar, mis sueños por encima del mar. Por los cerros de mar que se
extienden a lo largo. Por los desiertos de mar y las granjas de mar y las
cosechas de mar que el mar es todo, y tuve que conocer Mazatlán para
entenderlo. Tostadas y aguachiles; a chiltepín con limón; a callo de hacha que
nunca, nunca, nunca he probado tan bueno. En eso pensaba mientras anunciaban el
segundo caso de coronavirus, el de Sinaloa. Pensaba en salir corriendo al
Mercado de las Changueras y luego brincar al bar Dunia o al Ancla de Oro, donde
por 18 pesos te tomas una Corona (sin virus) de media y por 25 pesos te
preparan como quieras lo que compras afuera por kilo: camarones, callos,
langostinos. Y junto a las changueras, enfrente, “el güero” tiene almeja y el
mejor caldo de camarón que he tomado en toda mi vida, espeso y delicado. Y
patas de mula, negras y medio hediondas que si no estás acostumbrado te
descomponen un poco el estómago pero que si no, las comes como y cierras los
ojos porque Dios es grande. Grande, grande y maravilloso mi país. Sabor a país,
allí.
Pero no
quiero escribir de coronavirus. Me da flojera. No me quiero sentir esos señores
y esas señoras, con apenas noticias de qué es el chingao virus pero
arrebatándose los despachadores con litros de gel; apenas con cierto
conocimiento de qué va el bicho y ya arrebatándose kilos y kilos de toallitas
desinfectantes para no dejar algo a todos los demás. Me da risa. Me dan risa.
Nadie podría necesitar tanto gel y tantas toallitas; ni siquiera si vivimos una
pandemia, de las que hemos padecido como seres humanos durante nuestra historia
en el planeta; pandemia de las que matan a miles por minuto, y no exagero: la
Influenza Española, de la que nadie se acuerda, mató el siglo pasado entre 50 y
100 millones de personas. ¡Entre cincuenta y 100 millones de personas! Sí. Y
antes, la peste acabó el 50 por ciento de la población de Europa, en apenas
unos años, hace pocos siglos.
Y mientras
las calles se llenan de cuerpos sin incinerar (no hay tiempo ni ganas de
hacerlo, es una pandemia), qué, las dos señoras que se peleaban, ¿se salvarán
metiéndose en sus despachadores gigantes con litros de gel desinfectante? ¿Y
comerán toallitas húmedas mientras los demás sufrimos hambre por la falta de
cadenas de suministro por la pandemia? No dejo de reírme. Yo, irresponsable,
corriendo a Mazatlán por unos callos de hacha y unos aguachiles mientras que
los vecinos se abastecían a golpes sus kilos de toallitas y sus litros de gel.
No quería
hablar del coronavirus. Voy de regreso a la Ciudad de México, dejando atrás
Mazatlán. Siento nostalgia y el avión todavía no despega. Soy el paciente cero
de los aguachiles sinaloenses: vivo infectado por el deseo.
De lo que
quería hablar es del juicio que se sigue a Genaro García Luna en Nueva York.
Quería decir que qué cosa: una década se ha acusado a Felipe Calderón de haber
dirigido una guerra para posicionar al Cártel de Sinaloa. Una cosa me llevó a
la otra. Quería decir que qué personaje más caradura y qué suerte, a la vez, la
del ex Presidente: este sexenio, en vez de ir a prisión tendrá partido político
propio. Para la familia. Para la esposa. Me cuesta creerlo. Me cuesta
aceptarlo.
Queríamos
Presidente y nuevo Gobierno que trajeran justicia. Tenemos un Gobierno para
administrar la voluntad de un Presidente que no siente que la gente común
merece algo de justicia. Lamento cada palabra que escribo porque tenía
esperanzas.
Mañana habrá
vacuna para el coronavirus y será historia, como todas la plagas anteriores.
Mañana
escribo de lo que estaba planeando escribir. Aunque, la verdad, no prometo
nada.
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