Jorge Javier
Romero Vadillo.
La historia
de las epidemias y las pandemias está estrechamente vinculada a la historia del
Estado. En su libro Against the Grain, dedicado a indagar sobre los orígenes de
los estados, James C. Scott narra la relación entre la aparición de la
domesticación de plantas y animales, el desarrollo de los primeros órdenes
estatales, surgidos, según él, del cultivo de granos –fáciles de fiscalizar
para la exacción– y el desarrollo de las epidemias. Fue el hacinamiento
provocado por las primeras sociedades estatales lo que dio origen a las
pandemias y, también, fueron las epidemias la causa de la fragilidad y el
colapso de muchos estados tempranos. Ya en nuestra era, las grandes plagas,
como la Antonina o de Galeno (fue él quien la describió), posiblemente un brote
de viruela o sarampión, del siglo II, o la de Justiniano, en el siglo VI,
tuvieron consecuencias sociales y políticas profundas y de larga duración.
Según
Douglass C. North, la gran peste que irrumpió en Europa en 1348, y que
probablemente haya causado la muerte de 200 millones de personas, provocó un
cambió tal en los precios relativos de los factores que fue la causa
fundamental de la transformación institucional de la que surgieron los modernos
estados nacionales, en la medida que la reducción de la población rural provocó
un cambio mayúsculo en el poder de negociación del campesinado, que socavó
definitivamente el poder de los señores feudales y favoreció el fortalecimiento
de las monarquías. Así, las grandes epidemias han sido un factor determinante
en el proceso de cambio histórico.
Pero si las
epidemias están vinculadas al origen de la civilización y al tipo de
convivencia generado por la aparición del Estado, esa organización con ventaja
competitiva en la violencia que controla una población y un territorio para
extraer rentas a cambio de protección y bienes colectivos, también la manera en
la que se les ha enfrentado a lo largo de la historia ha tenido mucho que ver
con las respuestas generadas desde el Estado, no solo para tratar de detener su
expansión, sino para enfrentar las consecuencias devastadoras sobre el tejido
social y la economía que dejan. Por ejemplo, hay estudios que muestran las
diferencias en la recuperación económica después de la influenza mal llamada
española, de hace un siglo, en los que se observa que aquellas ciudades que
respondieron con medidas de aislamiento temprano no solo lograron menos
mortandad, sino que tuvieron un mejor desempeño económico una vez pasada la
plaga.
En la
pandemia que estamos viviendo vamos a ver, no me cabe duda, que la diferencia
en el impacto social y económico de la enfermedad va a depender de las
respuestas de los distintos estados y esas diferencias no solo serán producto
de la sabiduría de sus respectivos gobernantes, sino de la capacidad instalada
de las estructuras estatales para hacer frente a la contingencia sanitaria y a
sus secuelas económicas y sociales. Ya en el momento del estallido de la
pandemia, lo que estamos discutiendo es si las decisiones de política son
acertadas o no. Desde luego que hay diferencias notables en las respuestas de los
gobiernos y que estas ya muestran diversos efectos en la diseminación de la
enfermedad, pero no todas las disimilitudes son atribuibles a las decisiones de
política pública, pues estas se dan en un marco de instituciones formales e
informales: las prácticas culturales y el marco de reglas en el que se toman
decisiones son cruciales. Y la existencia de una estructura estatal
profesional, técnicamente capacitada, y de un sistema de salud bien provisto,
con cobertura universal, va sin duda a atemperar el impacto de lo que en muchos
lugares del mundo puede alcanzar niveles mucho más trágicos.
La
circunstancia terrible en la que nos encontramos va a mostrar la relevancia de
la fortaleza estatal cuando llegue la hora de hacer el balance de las
respuestas, tanto las sanitarias como las económicas. Entonces veremos, estoy
seguro, que el desprecio a lo estatal, difundido desde la década de 1970 por
todo el mundo y que se sintetizó en el lema reaganeano de que el Estado no es
la solución sino el problema, mostrará su absoluta falsedad. La destrucción del
tejido estatal, en lugar de reformarlo para hacerlo cada vez más eficiente,
transparente y menos corrupto, se mostrará como un gran error histórico, pues
en momentos como estos es la fortaleza y la legitimidad del Estado la que lleva
a superar los problemas de acción colectiva.
Después de
la plaga podremos comparar el desempeño de las diversas respuestas. Tengo para
mi que de esta saldrán mucho mejor librados los países que no desmantelaron sus
sistemas de salud y que cuentan con amplias coberturas, lo mismo que aquellos
que rompan con los dogmas del déficit cero y que echen a andar amplios
programas de estímulos estatales a la recuperación económica, la protección de
los más débiles, el estímulo a la demanda y la inversión en nueva
infraestructura.
La crisis
actual debe conducir a una nueva reflexión sobre el papel futuro del Estado y
sobre la necesidad de fortalecer el orden supranacional. La Unión Europea ha
mostrado que su diseño actual es insuficiente para dar una respuesta
concertada, mientras que en Estados Unidos la discusión impulsada por los
demócratas en su campaña electoral sobre el acceso a la salud va a reflejarse
en la realidad con una crudeza extrema; en la medida en la que la enfermedad
progrese, los efectos entre aquellos que no tienen cobertura alguna o la tiene
insuficiente serán tremendos y deberán conducir a que la reforma sanitaria pase
de eslogan de campaña a necesidad de seguridad nacional. Por lo demás, con todo
y el charlatán que está en la Presidencia, la emergencia ha llevado ya a un
acuerdo bipartidista sobre un enorme paquete de estímulos económicos.
Aquí en
México, con un Estado ruinoso, que lleva décadas de deterioro y que no fue
reformado a tiempo para que dejara de ser un sistema de botín y se convirtiera
en una organización profesional con amplias capacidades técnicas, seguro el
golpe va a ser contundente. A eso se le suma que el actual Gobierno, encabezado
por nuestro propio charlatán, no abordó una reforma gradual del destartalado sistema
de salud, sino que ha pretendido refundarlo sobre el cascajo de su demolición.
Por otro lado, el empecinamiento en mantener proyectos hoy más que nunca
absurdos, la negativa a abandonar la ortodoxia del no endeudamiento y la falta
de comprensión de la necesidad de un paquete de estímulos económicos formidable
va a dar muy, pero muy malos resultados.
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