Julio Astillero.
Es
comprensible que el Presidente de México se esfuerce en mantener un talante
positivo ante la crisis múltiple que se abate sobre el mundo y que está por
entrar en México a su peor momento, según ha advertido el propio Andrés Manuel
López Obrador (AMLO).
En diversas
ocasiones ha explicado el político tabasqueño las razones de sus dichos y
conductas, que van en sentido contrario a los postulados médicos que ordenan
aislamiento y lo cual le ha acarreado ácidas críticas locales y foráneas. Si el
máximo líder de una comunidad se retrae, ha planteado, estaría enviando un
mensaje equivocado y no estaría en sintonía con los millones de mexicanos que
deben seguir trabajando y arriesgándose al contagio del archifamoso virus. Por
ello se mantuvo cuanto pudo en contacto directo con la gente y aun ahora sigue
en giras con mínimo público asistente.
Otra cara de
ese poliedro es el riesgo de permitir, según el análisis andresino, vacíos
políticos que serían ocupados por sus adversarios, por los conservadores ansiosos
de arrebatarle el poder. Ha de dejarse constancia aquí de la agresiva evolución
de los mensajes orquestados en las redes sociales contra López Obrador y sus
políticas. De manera coordinada, cual si fuera el guión a desarrollar, muchas
de las cuentas rabiosamente antiobradoristas están proponiendo abiertamente que
se retire del poder al nacido en Macuspana, en algunos casos con redacciones de
violencia política que desarrollan casi como obligación patriótica deponerlo.
En
consonancia con esa elevación del tono político bélico, en Palacio Nacional no
ha habido ahorro de expresiones y figuras retóricas contra adversarios a los
que se considera golpistas (ayer, por ejemplo, el titular del Poder Ejecutivo
habló de que vivimos en temporada de zopilotes, en referencia a la prensa
amarillista y a quienes no se resignan a perder sus privilegios). Además, se
han producido momentos de filosa definición política frente a los verdaderos y
más peligrosos opositores al obradorismo, los grandes capitales cuyas preocupaciones
por el futuro económico tienen resonancia entre el empresariado en general,
incluyendo los niveles mediano y pequeño, y entre una clase media, política y
electoralmente volátil, que hoy está sensiblemente preocupada por los riesgos
de disminución de sus niveles de vida.
Las faenas
en curso de erosión de la figura presidencial tratan de sustentarse en los
momentos equívocos o sumamente polémicos que produce un político en abundante
exposición diaria ante medios de comunicación. Ayer, por ejemplo, quien fue
presidente nacional de los partidos de la Revolución Democrática y Morena dijo
en su conferencia temprana de prensa que la pandemia que conmueve y remueve al
mundo en realidad es una situación pasajera. Si quisiéramos ser más profundos,
diría una crisis transitoria de salud pública. Incluiría lo económico, crisis
transitoria (...) Esto significa que vamos a salir pronto, que no es una
debacle, que son mucho más nuestras fortalezas que nuestras debilidades o
flaquezas (nota de Alma Muñoz y Néstor Jiménez en La Jornada https://bit.ly/3bIdutm).
Cierto es
que la crisis derivada del coronavirus será transitoria, es decir, pasajera,
temporal. Pero, por más que el Presidente de México no se permita asumir
posturas sombrías, un diagnóstico tan optimista va a contracorriente de lo que
puede verse en el mundo entero y lo que sucede con los indicadores económicos y
las previsiones respecto a México. De esta crisis, factores de máximo poder
pretenden construir un nuevo orden mundial, nada transitorio.
Otro regalo
discursivo a sus opositores se produjo al plantear: Vamos a salir fortalecidos,
y vamos a salir fortalecidos porque no nos van a hacer cambiar en nuestro
propósito de acabar con la corrupción y de que haya justicia. Por eso vamos a
salir fortalecidos, o sea que nos vino esto como anillo al dedo para afianzar
el propósito de la transformación. ¿” Como anillo al dedo”?
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